Saltan las alarmas: Fidel Castro delega temporalmente sus funciones al frente del gobierno cubano por razones de salud.
La noticia recorre el mundo como un reguero de pólvora, y en Miami, bastión histórico del exilio cubano, la reacción no se hace esperar: caravanas de coches, banderas ondeando, bocinazos y gritos de júbilo como si la selección nacional acabara de ganar el Mundial. Para muchos allí, este anuncio suena a preludio del fin. Pero como tantas veces en la historia cubana, la realidad es más compleja y menos inmediata.
Mientras en la Pequeña Habana se descorchan botellas, en la isla el aparato político se mantiene firme. El espíritu de la Revolución, guste o no, sigue latiendo, con sus luces y sombras, con sus mitos y contradicciones, y sobre todo, con una obstinada capacidad de supervivencia que ha sabido desafiar bloqueos, crisis económicas, aislamiento diplomático y todo tipo de presagios internacionales.
¿Molesta eso en Washington? Por supuesto. Porque más allá del desgaste del régimen o de las críticas legítimas, Cuba representa un símbolo incómodo: un pequeño país, con un enorme foco ideológico, que durante décadas ha resistido a la primera potencia mundial a escasos 150 kilómetros de distancia. Y eso, por más que les pese, sigue siendo un puñal clavado en el orgullo estadounidense.
Así que, mientras unos celebran lo que creen que será el principio del fin, otros —en la isla o en otras partes del mundo— observan con escepticismo, sin olvidarse de que Cuba lleva más de medio siglo desmintiendo pronósticos.
Y mientras tanto, estrépito de andamios, pateras y naufragios, desvelan nuestro sueño. Y mientras tanto, si hoy se cae La Habana, ¿el día de mañana quién será nuestro dueño?Así yo canto para recordar que sigues a mi lado, que aún sueñas despierta porque así vencemos el cansancio. Así yo canto para recordar que aún seguimos vivos, si no ves más allá de tu horizonte estaremos perdidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario