Hace un par de años, en la época en la que mis huesos recalaron en la capital de España, trasteando para matar el tiempo en la sección de libros de unos grandes almacenes situados en pleno centro de la urbe, me topé con un bestseller firmado por un tal Greg Iles que me despertó cierta curiosidad.
El libro planteaba una teoría inquietante: que el famoso prisionero de la cárcel de Spandau, Rudolf Hess, no era en realidad el criminal de guerra y mano derecha de Hitler, sino un doble, un impostor entrenado para ocupar su lugar. Un supuesto que, si bien suena a delirio conspiranoico, ha sido defendido en algunos círculos y sigue generando controversia.
Lo cierto es que, históricamente, en mayo de 1941, Rudolf Hess, que entonces tenía 47 años, voló él mismo su avión hasta Escocia, lanzándose en paracaídas cerca del lugar donde esperaba reunirse con su conocido, el duque de Hamilton. Al ser capturado, declaró que viajaba en misión de paz. Hitler, lejos de respaldarlo, lo tildó de traidor o loco, y la maquinaria propagandística nazi se desentendió rápidamente del asunto.
Durante el juicio de Núremberg, Hess mostró un comportamiento errático y extravagante, lo que llevó a algunos psiquiatras a declararlo mentalmente inestable. Esa aparente locura pudo haberle salvado de la horca. Lo curioso es que, tras el juicio, su comportamiento cambió radicalmente, volviéndose mucho más comedido y racional, algo que avivó las sospechas: ¿había sido sustituido?
Durante sus décadas de reclusión en la prisión de Spandau —más de 40 años—, no se documentaron más excentricidades relevantes, salvo las derivadas del propio aislamiento. Guardias, médicos y familiares aseguraban que su comportamiento era el esperable de un anciano en esas condiciones.
En agosto de 1987, Hess murió a los 93 años. Se dictaminó que se había suicidado, colgándose con un cable eléctrico. Sin embargo, sus allegados lo negaron rotundamente. Alegaban que estaba demasiado débil para hacerlo y que, de ser cierto, habría requerido "ayuda externa". El debate se reabrió: ¿se suicidó realmente? ¿O fue eliminado para evitar que hablase?
La hipótesis de la sustitución cobra fuerza con informes que apuntan a discrepancias físicas: ausencia de cicatrices quirúrgicas previas, incongruencias dentales y documentos clasificados que aún hoy, décadas después, permanecen sin desclasificar. Algunos investigadores incluso aseguran que el doble habría sido entrenado en Noruega antes del vuelo a Escocia.
No obstante, los contraargumentos son también contundentes. En el juicio de Núremberg hubo miles de testigos, entre ellos figuras de peso del nazismo, militares, periodistas y diplomáticos aliados. Si el hombre en el banquillo no hubiera sido el auténtico Hess, alguien —más de uno, probablemente— se habría dado cuenta. Además, su familia, que lo visitó durante años en Spandau, nunca mostró la menor duda sobre su identidad. Si fue un doble, o bien fue una farsa prodigiosamente orquestada, o su familia fue cómplice o, simplemente, la teoría se cae por su propio peso.
En resumen, el misterio persiste. La historia oficial nos dice que Rudolf Hess murió en prisión tras décadas de encierro, que estaba loco, y que intentó, en solitario, una imposible mediación con los británicos. La otra historia, la que alimenta novelas, documentales y foros de Internet, nos habla de dobles, conspiraciones, secretos inconfesables y asesinatos disfrazados de suicidios.
Tal vez, como ocurre tantas veces con los enigmas del siglo XX, nunca sepamos toda la verdad. Pero desde luego, la historia —sea la real o la recreada— da para mucho. Y para una buena película, también.
1 comentario:
Olvidé decir que el libro de Greg Iles se titula "El prisionero de Spandau".Es entretenidillo, aunque esté demasiado inspirado en la película "Los niños del Brasil" donde también se barajaba la teoría de unos maquiavélicos planes de clonación urdidos por el Doctor Mengele en su recóndito escondite de la Selva Amazónica.
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