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6.10.06

Síndrome postvacacional

Este es ya el cuarto año consecutivo que disfruto de unas vacaciones dignas. Hoy, tras una feliz y sosegada ausencia desde el 31 de agosto, me he reincorporado al trabajo.

Lo curioso es que, pese a lo que tanto se comenta por estas fechas, aún no he tenido el gusto de experimentar ese famoso “síndrome postvacacional”. No sé si será por falta de tiempo, por exceso de tareas pendientes o por una resistencia natural a los males modernos, pero lo cierto es que nada más cruzar la puerta de la oficina uno ha de ponerse las pilas y rendir, casi casi, al 100% de energía, como si nada hubiera pasado.

Si alguien de los presentes ha tenido el privilegio de sentir en su ser los síntomas de este afamado síndrome —apatía, tristeza, desgana, o esas miradas perdidas que parecen decir “qué hago yo aquí”—, le agradecería enormemente que me contara su experiencia. No por morbo, sino porque me gustaría, al menos una vez en la vida, tener unos minutos el primer día de curro para poder sentirlo, palparlo, saborearlo… en fin, vivirlo en carne propia. Aunque sea por aquello de no quedarme fuera de las estadísticas.