El pasado 12 de noviembre, a los 87 años, nos dejó Jack Palance, uno de esos actores cuya sola presencia en pantalla transmitía una mezcla de dureza, carisma y misterio. Era, sin duda, “el malo más bueno de la historia del cine”.
Con su físico rudo y su mirada penetrante, encarnó villanos inolvidables en decenas de películas, pero su papel más célebre probablemente fue en Raíces profundas (1953), donde su interpretación aún hoy sobresale como un ejemplo de malvado convincente y perturbador.
El momento más sorprendente de su carrera llegó mucho después, cuando con 73 años subió al escenario en los premios Óscar para recoger la estatuilla al Mejor Actor Secundario por su trabajo en Cowboys de ciudad (City Slickers) (1991). Y es entonces cuando dio un golpe de efecto inolvidable: en lugar de agradecer el reconocimiento con un discurso típico, se puso a hacer flexiones de pura potencia, demostrando con humor y dignidad el increíble estado físico que aún mantenía a esa edad.
Jack Palance fue todo un icono: duro fuera del plano y generoso dentro de él, capaz de dotar de matices a papeles que fácilmente podrían haber sido unidimensionales. Su partida deja un hueco difícil de llenar en el cine, pero sus interpretaciones perduran para inspirar a los que amamos los personajes de carácter, complejos y con cuerpo.
Descanse en paz un grande de verdad en el arte de encarnar al enemigo.
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