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16.5.07

Pinchazos

Comenzaba la jornada laboral con una mañana apacible y tranquila, algo poco habitual para estas fechas electorales, cuando al mediodía me llevo la sorpresa: la rueda de la moto está pinchada. No es algo que me ocurra con frecuencia, así que la situación ya pintaba a pequeña odisea.

Al buscar en la guantera el juego de herramientas para arreglarlo, solo encuentro un espacio vacío. Llamo a Pedro, que acude raudo y veloz, dispuesto a echar una mano. Pero, al poco, la sorpresa se repite: en la guantera de su moto tampoco hay herramientas para cambiar la rueda.

Sin perder tiempo, me acerco con su moto a un taller cercano para pedir prestado lo necesario. Los mecánicos, muy amables, nos facilitan las herramientas para quitarnos de un apuro. Quitamos la rueda pinchada y descubrimos que la de repuesto está casi vacía, así que pensamos que la presión se perdió por el tiempo sin uso.

Volvemos al taller con la moto de Pedro para que inflen la rueda de repuesto y regresamos a cambiarla. Pero, al apoyar la moto, la sorpresa: no era cuestión de presión perdida, sino de un pinchazo de los de “tres pares de narices”, un daño que nadie se había molestado en reparar durante el año y medio que llevaba sin usarse.

De nuevo, cambiamos la rueda, esta vez cruzando los dedos para que la rueda de repuesto de Pedro no esté también para el arrastre. Finalmente, la suerte nos sonríe: quitando la rueda de Pedro conseguimos lo que nos habíamos propuesto desde el principio.

Con las manos llenas de grasa, la camisa para la lavadora y dos ruedas pinchadas ya en la cajonera, celebramos el éxito con un par de cervezas bien frías. Eso es el compañerismo en estado puro.

Gracias, “Soplete”.


1 comentario:

Tejedora dijo...
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