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27.5.09

Dos caras distintas


Es curioso cómo un mismo lugar puede parecer completamente distinto según las circunstancias que nos llevan hasta él. Hay sitios que, por alguna razón que no siempre entendemos, se quedan grabados en la memoria con una luz especial. Visité por primera vez la localidad de Herrera del Duque a finales de septiembre del año pasado. Aquel fin de semana fue intenso, completo, lleno de momentos que aún hoy, cuando cierro los ojos, me arrancan una media sonrisa. Lo recuerdo con nitidez: el aire limpio del atardecer, las risas en buena compañía, la sensación de estar justo donde uno quería estar. Cuando la vida nos regala instantes así, es fácil que el recuerdo se impregne de dulzura, como si lo agradable tuviera la habilidad de borrar las asperezas del tiempo.

Nunca imaginé que volvería tan pronto a Herrera del Duque… ni por un motivo tan distinto.

Y sin embargo, ahí estaba de nuevo, recorriendo las mismas calles, mirando las mismas fachadas encaladas, reconociendo rostros que entonces me parecieron amables y ahora apenas me devolvían una mirada ausente. Todo era igual, y sin embargo, todo había cambiado. Era como si el pueblo tuviera dos rostros, y en esta ocasión me mostrara el que preferiría no haber conocido. No era el lugar el que había cambiado, era yo. Eran las circunstancias. Era la ausencia.

La vida a veces tiene esa manera cruel de recordarnos que nada es eterno, que lo que un día fue alegría puede volverse tristeza sin previo aviso. Que un mismo rincón puede ser escenario del entusiasmo y, tiempo después, del vacío. Y sin embargo, por más que duela, hay algo que se mantiene firme: el recuerdo. Porque nadie, por muy dura que se vuelva la vida, puede arrebatarnos eso. Los buenos momentos, las risas, las palabras, la complicidad... sobreviven incluso al duelo, flotan como luces pequeñas sobre la oscuridad del presente.

Y aunque ahora se haga difícil evocarlos, aunque el corazón pese más que los pasos, sé que volverán a mí en algún momento, limpios de pena. Porque así funciona la memoria: transforma el dolor en ternura, y el pasado en refugio.

5 comentarios:

Cristina Poulain dijo...

Suele pasar, lo peor es cuando son sitios donde has vivido muchas cosas, buenas y malas, y sitios cotidianos, en plan, la parada del bus, o la estación de tren. Tienes que pasar casi a diario y recordar todo lo que ha podido pasar ahí y seguramente te acordarás de lo malo.
Un besoooo

Unknown dijo...

Tienes toda la razón del mundo. Por cierto, esa moto es un pasote. Es Akira total.

Álvaro Dorian Gray dijo...

Ya lo canta Sabina, "al lugar donde has sido feliz no deberias tratar de volver"...
(Aunque, a veces, no suelo estar de acuerdo)
Saludos y salud, y vuelve otra vez, seguro cambiará tu opinión...

Cecilia dijo...

Habría que ir una tercera vez, sin prisas ni recados, sin tarea concreta, para recordar lo bueno y lo malo y ver el lugar con ojos sin veladuras.

Calle Quimera dijo...

Los lugares no cambian, siempre son lo mismo, son las circunstancias las que nos hacen tener de ellos una percepción distinta. Fíjate si nos afectan los sucesos en que nos vemos inmersos...

Lo único que puede hacerse es conservar en el recuerdo los buenos momentos, sacarlos de vez en cuando de paseo y no dejar que se nos vayan con ellos esos trozos de nuestra vida que realmente merecieron la pena.

He dado un repasito a tu página, y veo que has vuelto con el mismo ritmo de siempre... Me alegra mucho que sigas encontrando en tu blog algo por lo que volver a él.

Besos, Alberto.