El 8 de diciembre de 1933, la periodista Rosario del Olmo se reunió con Antonio Machado en el café de las Salesas, en Madrid, para entrevistarlo para el periódico La Libertad. El artículo, publicado bajo el título “Deberes del arte en el momento actual”, recogía las reflexiones del poeta sobre el papel del arte y del artista en tiempos de agitación política y social. Aquella conversación quedó inmortalizada en una fotografía que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una de las imágenes más emblemáticas del poeta sevillano. Sentado junto a la mesa, envuelto en su abrigo oscuro, el rostro melancólico y la mirada absorta, Antonio Machado parecía, incluso en imagen estática, estar dialogando con la historia.
En el espejo que adorna el fondo de la fotografía, como en una aparición discreta y casual, se refleja el rostro de un camarero: Braulio. De él apenas se sabe nada. Su figura permanece en la penumbra de la anécdota, en ese lugar incierto que habitan los testigos involuntarios de lo memorable. Braulio, que quizá sirvió el café al poeta y a la periodista sin sospechar que formaría parte de una de las instantáneas más célebres de la literatura española del siglo XX, es hoy un fantasma discreto del arte fotográfico, una silueta de fondo que, sin proponérselo, forma parte del mito.
Y es que, en ocasiones, al revisar viejas fotografías, sean de nuestros viajes, de nuestras celebraciones o de simples momentos cotidianos, descubrimos figuras que no recordábamos, gestos ajenos que adquirieron, con el tiempo, una rara importancia. Rostros perdidos entre la multitud, miradas furtivas o reflejos en escaparates y espejos que atraparon para siempre a aquellos que pasaban por allí sin saber que serían capturados por el ojo del tiempo.
Hay algo profundamente poético en esas presencias secundarias que habitan el borde de las imágenes. Son testigos mudos de nuestra historia, piezas del mosaico que nunca reclamaron protagonismo, pero sin las cuales la composición perdería parte de su sentido. Como Braulio, que sin decir palabra, quedó para siempre asociado a una de las voces más profundas y conmovedoras de la poesía española.
Tal vez la fotografía, como la literatura, consista también en eso: en rescatar del olvido lo que parecía insignificante, en ofrecerle un lugar a lo invisible, en devolver a la memoria la dignidad de los que no fueron el centro, pero estuvieron allí. Porque a veces el arte ,como la vida, no se escribe solo con los nombres grandes, sino también con las sombras que los acompañan.
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