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13.10.06

"El Tala" nos deja

La primera etapa, hasta mayo de 2004, fue una especie de agujero negro, un limbo laboral, un período de navegación sin brújula. Luego llegó ese extraño lapso entre mayo de 2004 y noviembre de 2005, casi como un paréntesis en el que todo parecía suspendido en el aire. Y después, por fin, comenzó el "después", ese tiempo en el que, sin saber cómo ni por qué, uno empieza a poner orden, perspectiva y hasta cierta ilusión en el día a día.

Ayer nos dieron la noticia: José Manuel Talaverano, “el Tala”, cambia de oficina. Se traslada.
Y no, no es un adiós cualquiera.

“El Tala” ha sido uno de mis compañeros más veteranos desde mis algo lejanos comienzos en esta, hoy mi empresa, allá por los primeros noventa. Un personaje tierno, entrañable y absolutamente singular. En más de una década compartida, se pueden contar con los dedos de una mano —y sobran— las veces que le hemos visto realmente enfadado o fuera de sus casillas. Siempre ha sido un remanso de calma, de bonhomía, de sensatez callada.

Lo que para algunos puede parecer un permanente estado de despiste, es en realidad una brillante fachada tras la que se esconde una mente aguda, culta y tremendamente observadora, que no deja pasar ni un solo detalle de cuanto ocurre a su alrededor. Tiene esa capacidad de oírlo todo, sin necesidad de estar en medio. Y eso, créanme, es un don.

Maestro de vocación, es fácil imaginarlo frente a una pizarra, enseñando con paciencia y sentido del humor. Sin duda, habría sido el profesor ideal para esa infancia que todos recordamos con nostalgia. El tipo de docente que deja huella sin alardes, simplemente por ser como es.

Nos quedarán en el recuerdo muchas cosas.
Las procesiones en las que, entre risas y bromas, lo beatificábamos a su pesar.
Los manteos navideños, a lo Sancho Panza, con servilletas a modo de estandarte y brindis imposibles.
Sus expresiones, sus pausas, sus salidas inesperadas y su forma, tan suya, de estar sin hacer ruido pero estando en todo.

“El Tala” se va.
Y aunque nos deja un hueco que será difícil llenar, nos alegramos por él. Porque los cambios, a veces, son necesarios. Y porque nadie más que él merece una nueva etapa serena, a su ritmo, a su manera.

Buena suerte, compañero.
Y gracias.
Por todo lo que fuiste. Por todo lo que nos dejaste sin apenas darnos cuenta.
Nos veremos, seguro. Porque a la gente como tú, no se la despide. Solo se la recuerda con una sonrisa.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Suerte hombre suerte.