Hace unas semanas, cámara en mano, me acerqué a la zona conocida como “Los Canchales”, muy cerca de la localidad de La Garrovilla (Badajoz), con la intención de presenciar uno de esos espectáculos naturales que te reconcilian con el mundo: la llegada de las grullas. Miles de ellas, agrupadas en los llanos, ofrecían una estampa que difícilmente se olvida. Sin embargo, por lo esquivas que son y la considerable distancia a la que se encontraban, fue imposible captarlas con una calidad fotográfica decente. Otra vez será.
Pero la naturaleza es sabia, y a veces te regala otras maravillas sin haberlas pedido. En este caso, el atardecer se convirtió en el protagonista inesperado. El juego de luces, la textura de las nubes y la tímida caricia del sol en retirada crearon un escenario perfecto para dejarse llevar y apretar el disparador.
De todas las instantáneas que tomé aquella tarde, hay una en especial que me tiene enamorado: la primera. No tiene filtros, ni retoques, ni ediciones mágicas. Solo la luz tal cual fue, dibujando una sinfonía de colores que parecía sacada de un cuadro impresionista. A veces no hace falta más que mirar y dejarse sorprender.
Aquí os dejo algunas de esas imágenes. Si queréis verlas con mayor detalle, clicad sobre ellas. Espero que os transmitan, aunque sea un poquito, la misma calma y asombro que sentí yo aquel día entre grullas lejanas y cielos que hablaban por sí solos.
5 comentarios:
Qué pasada! Eso sí, el paisaje también hizo, como comentas, su parte, te lo puso fácil porque estaba precioso...
Preciosas fotos, aunque una pena que fuera imposible inmortalizar a una de esas grus grus de cerca...
ohhhhhhhh Preciosas!!!
Preciosas fotos, Alberto, parecen postales...
Besos.
La segunda foto es realmente una maravilla, Alberto!!!
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