
Sí, soy de los que se alegran —y mucho— del endurecimiento de la ley antitabaco. No porque quiera convertir a los fumadores en apestados sociales, ni porque los considere víctimas de su propia adicción, ni mucho menos por marginarlos. Esto no va de eso. Esto va de respeto.
Cada uno con su cuerpo puede hacer lo que le venga en gana. Faltaría más. Estamos en un país libre, y eso incluye el derecho a fumar. Pero la libertad, como todo en la vida, termina donde empieza la de los demás. Y ahí está el quid de la cuestión.
El problema no es que alguien fume, sino que lo haga invadiendo espacios comunes. Porque, seamos claros: el humo no se queda flotando sobre la cabeza del fumador como una nube privada. El humo se expande, se mete en los pulmones ajenos, en la ropa de los niños, en el aliento de quien no ha fumado nunca pero comparte mesa, bar o vagón con alguien que sí lo hace.
Y lo peor es que, durante años, la falta de respeto ha sido sistemática. ¿Cuántas veces hemos tenido que aguantar que alguien encendiera un cigarro en la sobremesa de un restaurante, en el interior de un bar cerrado, en la sala de espera de una estación, sin ni siquiera preguntar si molestaba? Lo normalizó la costumbre, pero no por ello era aceptable.
Por eso me parece de justicia que se prohíba fumar en cualquier establecimiento cerrado de uso público. Porque no se trata de castigar a nadie, sino de protegernos todos. No hay ninguna razón lógica por la que un no fumador tenga que salir de un local con la garganta irritada y la ropa apestando a tabaco.
A menudo escuchamos a los defensores del tabaco tirar de comparaciones: “el alcohol mata más”, “la comida basura también es perjudicial”, “hay contaminación en las ciudades”. Y sí, todo eso es cierto. Pero lo que no parece que entiendan es que ni el vino ni los Big Mac me afectan directamente cuando el de al lado se los mete entre pecho y espalda. Su elección no me envenena a mí. El humo, sí.
Nadie ha prohibido fumar. Simplemente se ha delimitado dónde. Lo pueden seguir haciendo en la calle, en sus casas, en espacios abiertos, en lugares donde no afecten la salud de terceros. Así de sencillo. Así de justo.
Y sí, ojalá la ley se aplique con firmeza, con sanciones reales. Porque el civismo no puede depender siempre de la buena voluntad individual. A veces, hace falta una norma que recuerde lo que debería ser obvio: que la libertad no significa que los demás tengan que respirar tus adicciones.
10 comentarios:
Totalmente deacuerdo
Soy fumador y te doy toda la razón.....pero en el cine A COMER A LA PUTA CALLE¡¡¡¡SALUD¡¡¡.
Totalmente deacuerdo contigo,,pero a oa gente todo nos sienta mal,,y digo a toda la gente por que cuando salio la ley que actualmente tenemos,smi me sento la mar de mal tener que quedar sin entrar en algunos sitios por mi habito,,si se que era egoista y no me daba cuenta de lo que mi vicio podia ocasionar a otras personas,ahora no me puedo considerar exfumadora,,pero en ellos estoy,ya hace 10 meses que ni lo pruebo y espero que ya sea asi de por vida.
Besos.
Estoy de acuerdo, lo que sería justo es que, algún fumador en contra, escribiera aquí... sería curioso
saludos y salud
Estas leyes se han tenido que hacer porque los fumadores han abusado de los que no fuman, nos han obligado a inhalar sus humos durante mucho tiempo. A un bar puedes no entrar, pero no te puedes ausentar de tu puesto de trabajo porque te moleste el humo de los demás. Es el caso de muchas personas que ya se han librado. Ahora hay que pensar en las que trabajan en esos sitios donde se fuma y se fuma muchísimo. Un camarero tiene derecho a no tragarse los humos ajenos y no arriesgarse a una alergia, una congestión o un cáncer.
pero si prohiben fumar en las discotecas ya no se podrá usar el viejo truco de: tienes fuego? xD
totalmente de acuerdo con el escrito si señor
Estoy de acuerdo contigo, Alberto, y me parece que este nuevo recrudecimiento de la ley debe ejecutarse hasta sus últimas consecuencias, y eso que soy fumadora.. (glups...) Pero entiendo que no tengo por qué perjudicar a los demás, ya me perjudico bastante a mí misma con los Ducaditos dichosos.
Y luego, está el problema de base: la hipocresía de promulgar leyes anti-tabaco pero no prohibir su producción y venta. Y es que los impuestos son muy jugosos...
Besotes.
Felices días, Alberto, que la alegría y la paz los presidan.
Besos.
Yo también lo agradezco, la verdad. Uf! llega a ser desagradable estar en un lugar en el que tragas el humo.
Saludos
Feliz año nuevo, Alberto, que la suerte esté de tu lado durante los días que vendrán.
Besos.
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