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5.5.20

Demolition Man. Otra secuela tardía que se avecina.



Menuda racha lleva Stallone! No parece que el tiempo ni los guionistas de Hollywood puedan con él. Tras haber desempolvado a sus dos personajes más icónicos,Rocky, con un dignísimo regreso en Creed y Creed II, y Rambo, con una violenta despedida en Last Blood, el incombustible Sly apunta ahora al regreso de una de sus películas más peculiares y queridas por los fans: Demolition Man.

La cinta original, dirigida por Marco Brambilla en 1993, mezclaba acción, sátira y ciencia ficción en un futuro distópico donde las palabrotas están prohibidas, el sexo es virtual, y nadie sabe cómo se usan las tres conchas. En ese mundo tan aséptico como absurdo, el policía John Spartan (Stallone), un tipo de la vieja escuela, era descongelado para enfrentarse al psicótico Simon Phoenix (Wesley Snipes), también salido de la criogenia con todo su salvajismo intacto. Por el camino, el personaje de Sandra Bullock, Lenina Huxley, aportaba ingenuidad, cultura pop de los 90 y mucha química con el protagonista.

Ahora, más de tres décadas después, y en pleno parón de rodajes por culpa del COVID-19, Stallone ha dejado caer que Demolition Man 2 es más que un simple rumor. Según sus propias palabras, las negociaciones con Warner Bros están "más que avanzadas", y el guion promete. ¿Volverán también Snipes (cuya carrera ha tenido altibajos y polémicas) y Bullock (ahora consagrada actriz y productora)? Esa es la gran incógnita. Stallone no ha confirmado nada, pero los fans cruzan los dedos.

Mientras tanto, su otra película en marcha, The Samaritan, una historia de superhéroes veteranos, está congelada (nunca mejor dicho) por la pandemia. Y por si fuera poco, tiene en el horno otra entrega de Los Mercenarios, ese festival de testosterona, frases lapidarias y explosiones donde se reúnen los tipos duros más curtidos de los 80 y 90. Vamos, que Stallone sigue siendo el último héroe de acción... incluso en un mundo que parece escrito por un guionista de Demolition Man.

No sabemos si en esta secuela usaremos las conchas, si Taco Bell volverá a ser el restaurante de élite, o si la sociedad será aún más "ordenada" que en la primera entrega. Pero una cosa sí es segura: cuando John Spartan despierta, las cosas se ponen en marcha.

18.7.17

Las alas de Wellman


 Contar la historia de William A. Wellman es adentrarse en una de las trayectorias más intensas, apasionadas y poco domesticables de la edad de oro de Hollywood.

Piloto de guerra, hombre de acción, cineasta de nervio y puño firme, Wellman fue un tipo que jamás escondió su carácter: directo, brusco, incluso hosco si hacía falta. Pero también un artista incansable, un perfeccionista que entendía el cine como un arte de riesgo. De cuerpo entero.

Antes de rodar su primera escena, William Augustus Wellman ya había vivido lo suficiente para llenar tres películas. Nacido en Brookline, Massachusetts, en 1896, llegó a Europa para combatir en la Primera Guerra Mundial enrolado en la Legión Extranjera Francesa y más tarde como audaz piloto en la legendaria escuadrilla Lafayette, un escuadrón de élite formado por voluntarios estadounidenses. Allí no solo perfeccionó su relación con el cielo y el peligro, sino que forjó ese carácter temerario que luego imprimiría a su cine.

Fue el actor Douglas Fairbanks, estrella del cine mudo y aventurero con porte de galán, quien le echó un cable para introducirlo en Hollywood. Primero como actor, aunque pronto comprendió que su sitio estaba detrás de la cámara. En 1923 dirigió su primera película, y desde entonces no paró durante más de cuatro décadas, entregando un promedio de dos filmes al año. Un total de 76 títulos, con géneros tan variados como el western, el cine bélico, el drama criminal o la comedia romántica.

Wellman era duro. Con los actores, con los productores, con él mismo.
No le temblaba la voz para alzarla, ni la mano para cortar escenas. Se cuenta que incluso puso en su sitio al mismísimo John Wayne, algo que pocos podían presumir. Su exigencia no era gratuita: buscaba la verdad en cada plano, la coherencia entre la cámara y la emoción.
Consideraba que demasiada interpretación volvía a los actores ensimismados, atrapados en sí mismos. Para él, el cine no era vanidad, sino resultado. Técnica. Ritmo. Fuego real.

Visualmente era un camaleón.
Creía que el estilo debía adaptarse a la historia. Así, en Incidente en Ox-Bow (1943), un drama oscuro sobre el linchamiento y la justicia popular, construyó la atmósfera con primeros planos cerrados, que acentuaban la claustrofobia y la histeria colectiva.
Mientras que en Alas (1927), su mayor proeza técnica y artística, colocó cámaras en los biplanos y rodó combates aéreos como nunca antes se había visto en la pantalla. La película, que contaba la historia de dos amigos en la Primera Guerra Mundial, mezclaba violencia y camaradería con una veracidad que solo podía venir de alguien que había estado allí.
Alas fue la primera película en ganar el Oscar a la mejor película de la historia. Y la carrera de Wellman, desde entonces, no paró de subir.

Curiosamente, Wellman nunca se consideró un artista. Afirmaba que las películas eran para entretener, no para buscar la trascendencia. Pero sus imágenes, a menudo líricas y poderosas, lo desmentían. Especialmente sus planos largos en escenas de combate, que transmitían la crudeza sin florituras, sin música épica, sin maquillaje.

En 1958 regresó a sus recuerdos de juventud con La escuadrilla Lafayette, una cinta que pudo haber sido su testamento de guerra. Pero los recortes impuestos por el estudio lo decepcionaron tanto que decidió alejarse del cine definitivamente. Para un hombre de su talla moral, no había peor enemigo que el compromiso mal entendido.

Pese a esa retirada, su huella es inmensa. Fue el impulsor de carreras míticas, como la de James Cagney en El enemigo público (1931), o la de Gary Cooper, que brilló por primera vez en Alas. También dirigió películas clave como Beau Geste (1939), Caravana de mujeres (1951), o la primera versión de Ha nacido una estrella (1937), una historia que sería revisitada décadas después, pero cuya versión original sigue conservando una frescura y una melancolía irrepetibles.

William A. Wellman falleció en Los Ángeles en 1975, a los 79 años.
Como director, fue un francotirador sin escuela ni doctrina. Como hombre, un piloto que nunca dejó de volar, incluso cuando la cámara era su avión.
Y como cineasta, uno de los últimos grandes que hicieron películas cuando hacer cine era todavía una forma de vivir.