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21.6.06

El juicio de Miguel Ángel Blanco

En la solemne sala de la Audiencia Nacional, donde la justicia se enfrenta a las sombras del pasado más oscuro, los familiares y amigos de Miguel Ángel Blanco alzaron su voz, encendiendo un fervor incontenible con un prolongado aplauso hacia el fiscal que, con palabra firme y emotiva, clamó por justicia. Fue un tributo vibrante, una demanda irrenunciable que resonó en cada rincón, hasta que la severa autoridad los expulsó, como quien aparta la llama que amenaza con consumir la indiferencia.

Antes de abandonar ese recinto cargado de memoria y dolor, Mari Mar Blanco, hermana del concejal asesinado en Ermua el 12 de julio de 1997, se alzó en un acto de valentía y desgarro. Con voz grave y palabras que parecen talladas en el mármol de la historia, llamó a los acusados —el ex dirigente etarra Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, y su compañera Amaia Gallastegui— con la verdad más hiriente: asesinos, cobardes e hijos de la ignominia.

Pero su reproche no se detuvo ahí. Dirigiéndose a los familiares de quienes compartieron sangre con esos verdugos, les lanzó un desafío que atravesó el silencio gélido de la sala: «Vergüenza debería daros tener un hijo asesino». Y concluyó con una sentencia que retumbó en el corazón de todos los presentes: «Reíros, reíros, porque más fuerte será mi risa cuando os vea a todos pudriéndose en la cárcel».

Ante estas escenas de intensa humanidad, de rabia justa y de un clamor que trasciende el dolor, no queda sino reconocer que el alma se rompe, se fragmenta en mil pedazos, pero también que, en esa fractura, late la esperanza invencible de que la justicia, aunque tardía, sea finalmente cumplida.

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