Jesús Lozano, entonces profesor del colegio Salesianos y actualmente director de la coral Fontanesa de Fuente del Maestre —con quien tuve el placer de coincidir en un par de ocasiones el último año—, fue quien nos leyó por primera vez aquella leyenda de Bécquer. Fue en cuarto de EGB, cuando aún creíamos que los fantasmas eran cosa de las películas de sábado por la tarde y no de los rincones oscuros de la literatura.
No recuerdo con certeza si fue por estas fechas, aunque algo me dice que sí. Lo que sí tengo grabado es que aquella lectura nos dejó en silencio, absortos, en un estado de fascinación que pocas veces se conseguía en una clase de lengua. Su voz pausada, su manera de entonar cada frase, de suspender el tiempo justo antes de una aparición espectral, hizo que aquella leyenda se nos quedara clavada como un alfiler invisible en la memoria.
Y es que esta noche —ya lo era entonces y lo sigue siendo ahora— es la más propicia para volver a leer a Bécquer. Una noche de vísperas, de sombra larga, de susurros que viajan entre las rendijas del tiempo. Las leyendas del poeta sevillano, llenas de romanticismo oscuro, de amores imposibles, de ecos de ultratumba, cobran vida propia en veladas como esta, en las que el otoño parece detenerse a escuchar.
La leyenda que nos leyó —quizá El Monte de las Ánimas, quizá Maese Pérez, el organista— no importa tanto por su título como por lo que nos hizo sentir: esa mezcla de escalofrío y belleza, de temor y admiración, de no saber si querías seguir escuchando... o taparte los oídos.
Gracias, don Jesús, por aquella lectura. Y gracias a Bécquer, por escribir para todas las noches como esta.
1 comentario:
ese es un cabroncete por muy temprano que se levante
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