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21.7.22

Mohamed Katir

Se llama Mohamed Katir y es tan español como tú o como yo. Su padre llegó en patera, jugándose la vida cruzando el estrecho. Ayer, Mohamed ganó la medalla de bronce en 1.500 metros en el Mundial de Atletismo. Bienvenidos a los que suman. Para restar, ya tenemos a bastantes. ¡Por muchas medallas más!

20.5.20

El último gol



Nunca sabemos cuándo será la última vez.
La última vez que abrazamos a alguien.
La última vez que vemos caer la lluvia desde la ventana.
La última vez que celebramos un gol.
Nunca sabemos cuándo será la última vez que haremos cualquiera de las cosas que forman parte de nuestra vida cotidiana, por insignificantes que parezcan o por memorables que sean.

El 16 de agosto del pasado año, Aritz Aduriz marcó el que acabaría siendo el último gol de su carrera profesional. Y no fue un gol cualquiera: fue contra el todopoderoso Barcelona de Messi, en San Mamés, y le dio la victoria al Athletic Club en la primera jornada de la, por entonces, recién iniciada temporada 2019/2020. Nadie lo sabía entonces, pero ese gol sería su canto del cisne, su despedida silenciosa de los terrenos de juego.

Lo celebramos como celebramos tantos goles: con euforia, con entusiasmo, con la emoción que provoca lo inesperado. Pero no sabíamos que estábamos celebrando algo más: el final de una era.
Tal vez, si supiéramos de antemano cuándo será la última vez que hacemos algo, pondríamos todo lo que llevamos dentro. Nos vaciaríamos. Lo daríamos todo para que esa última vez fuese la mejor, la más bella, la más intensa, la más nuestra. Tal vez así, las veces anteriores —si no fueron tan buenas— quedarían redimidas por una despedida a la altura.

Aquel día de agosto, Aduriz, con 38 años y un cuerpo ya castigado por el esfuerzo de toda una vida dedicada al fútbol, se elevó como si quisiera tocar el cielo. Voló con la potencia y la garra de quien se sabe cerca del final, pero no está dispuesto a marcharse sin dejar un recuerdo imborrable.
Y ese recuerdo llegó en forma de volea imposible.
Todos empujamos ese balón con él. Todos gritamos ese gol como si supiéramos, sin saberlo, que era el último.

Hoy, su cuerpo ha dicho basta. La cadera, esa pieza clave para un delantero que siempre vivió del movimiento, de la torsión, del salto, de la pelea en el área, le ha obligado a tomar la decisión más dura: retirarse.
Se marcha sin poder jugar esa soñada final de Copa del Rey, la que debía enfrentar al Athletic con la Real Sociedad. Una final histórica, única, con sabor a tierra y rivalidad vasca, que también ha quedado suspendida por la pandemia que paralizó el mundo.

Se va un campeón. Un contendiente noble. Un delantero de los de antes, de los que no se rinden. Un jugador generoso en el esfuerzo, letal en el área, admirado incluso por quienes no compartían sus colores.
No todos los finales son justos, y este no lo ha sido. Pero hay algo que nadie le podrá quitar: su último gol fue una obra maestra, frente al mejor rival, y en la Catedral.

Ojalá, Aritz, cuando por fin se juegue esa final, estés allí, con los tuyos, con tu gente, celebrando lo que sembraste durante tantos años.
Y ojalá la vida, fuera del césped, te devuelva parte de todo lo que tú le diste al fútbol.

Gracias por cada carrera, cada remate, cada rugido al viento.
Gracias por enseñarnos que el final también puede ser glorioso, aunque venga sin aviso.


28.4.20

Michael Robinson


.Hace apenas unos días, en una de esas tardes que el confinamiento nos regala, me topé con un magnífico reportaje en YouTube titulado “Yo vi jugar a Nate Davis”. En él se narra la historia de un jugador de baloncesto afroamericano que recaló en Ferrol a principios de los años ochenta. Pero, atención, no se trata solo de su espectacular carrera deportiva ni de sus revolucionarios números, mucho antes de que los Gasol, Ricky Rubio o Calderón pusieran a España en el mapa NBA, ni siquiera cuando Fernando Martín aún soñaba con cruzar el charco.

Este documental, parte del programa Informe Robinson, nos muestra el lado más humano del deporte, esa otra cara que a menudo parece sacada de la más pura ficción. Nate Davis lo tuvo todo a su alcance, pero la vida es una autopista con desvíos inesperados que te arrastran sin previo aviso hacia destinos inciertos.

El artífice de esta historia televisiva fue Michael Robinson, fallecido tristemente hace poco, a los 61 años. Con él, en 1990, dejamos atrás las retransmisiones soporíferas del fútbol para descubrir que antes, durante y después de cada partido había un mundo fascinante por explorar.

Con su inglés marcado y un vocabulario castellano breve pero certero, Robinson nos enseñó que lo importante no siempre es lo que te cuentan, sino cómo te lo cuentan. Y siempre con esa sonrisa elegante y esa ironía sutil que lo convirtieron en una voz y una sonrisa inolvidables para toda una generación.

Un hombre que no era periodista, ni falta que le hacía, porque lo suyo fue puro talento y carisma. Y así, con Michael Robinson, el deporte dejó de ser solo deporte para convertirse en algo mucho más divertido e interesante.