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28.5.20
I Know not what tomorrow will bring
"I know not what tomorrow will bring" (no sé que nos deparará el mañana) fue la última frase escrita por el poeta Portugués Fernando Pessoa el 29 de noviembre de 1935. Escribió esta frase en inglés y a mano en el Hospital San Luis de los franceses, de Lisboa. Falleció al día siguiente. Tenía 47 años. Está enterrado en el monasterio de los Jerónimos de Belem.
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9.5.20
Lisboa
Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
transeúnte inútil de ti y de mí,
extranjero aquí como en todas partes,
tan casual en la vida como en el alma....(Fernando Pessoa)
Otra vez vuelvo a verte, Lisboa, aunque sea en fotografía, en este tiempo suspendido donde ni los GPS ni las brújulas sirven de nada. Nos orientábamos antes con mapas y estrellas; hoy, basta con perdernos dentro de nuestros propios hogares para entender que hay laberintos más íntimos y profundos que los del mundo exterior. En estos días de encierro, verte, aunque solo sea en papel satinado, duele y consuela a partes iguales. Qué sed de ti tengo, Lisboa, ciudad del susurro y la saudade.
Anoche soñé que regresaba. Tal vez fue mi subconsciente, herido por todas esas escapadas truncadas por la pandemia, el que decidió hacer las maletas sin pedirme permiso. En el sueño, no sabía si viajaba en tren, en avión o en coche: sólo sabía que llegaba. Y al llegar, la ciudad me hablaba. Con tu voz de piedra y marea, me reclamabas:
—Oye, nos has dejado tiradas… prometiste volver, y no lo has hecho.
Y uno, sumido en la quimérica narcosis del sueño, no sabe si sentir alegría por el reencuentro o remordimiento por el abandono. Despierto en la oscura tenebrosidad de la noche, con el corazón encogido por un leve cargo de conciencia, como quien ha incumplido un juramento sagrado.
Pero aún me dura el sueño. Porque en él, volvíamos a montar en aquel tranvía amarillo que sube jadeando por las cuestas de Alfama, serpenteando entre fachadas desconchadas y ropa tendida al viento. Volvíamos al castillo de San Jorge, donde la ciudad se despliega a nuestros pies como un tablero de azulejos vivos, y comíamos bacalao entre acordes de fado, esas canciones que lloran los desengaños del alma con la dignidad de los que saben perder. Qué bien nos entiende el fado en estos días grises: canta lo que no sabemos decir.
Y aún más: regresábamos a la torre de Belém, centinela del tiempo, y al Monumento a los Descubridores, que sigue oteando el horizonte con los ojos anclados en África y América, como si esperara noticias de carabelas que ya nunca volverán. Caminábamos por la orilla del Tajo, y la plaza del Comercio se abría ante nosotros como un teatro dorado donde el sol se despedía en una ovación de fuego. La puesta de sol sobre el río era tan perfecta que parecía irreal. Pero no lo era. Era Lisboa, en su estado puro: decadente, hermosa, fiel a su tristeza luminosa.
Al despertar, el sueño y los recuerdos se mezclaban como cartas agitadas en una baraja. Todo era confusión hasta que el primer sorbo de café comenzó a poner orden en mi memoria, como un bibliotecario sabio que recoloca los tomos en sus estantes. Entonces supe que no había sido solo un sueño: era también una promesa.
Lisboa, te lo juro con la tinta de estas palabras y el alma del viajero que aún vive en mí:
volveremos.
Y no será un regreso cualquiera. Será un reencuentro con todo lo que fuimos y todo lo que aún podemos ser.
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