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15.6.20

La última fotografía


Esta es la última fotografía conocida de Federico García Lorca. Se tomó en la terraza del Café Chiki-Kutz, en el Paseo de Recoletos 29 en Madrid, en julio de 1936, unos días antes de partir hacia Granada de donde nunca jamás regresaría. Tenía tan solo 38 años. Aparece junto al gran poeta Manuela Arniches. Tal vez sea el momento o el gesto que capta la fotografía, pero su expresión, su mirada, muestra una cierta preocupación por los sucesos que se avecinaban, de los cueles nadie era ajeno. ¿Pudo salvar la vida Federico si se hubiese quedado en Madrid? Lo dudo.

5.6.20

Poema doble del lago Eden. ORGULLO LORQUIANO 2020





Hoy, cinco de Junio, celebramos el 122 aniversario del nacimiento de Federico García Lorca. No hay mejor manera de conmemorar esta fecha que recitando uno de los poemas más afamados de nuestro insigne literato, "el poema doble del lago Eden", en el cual he tenido el placer de participar junto a los amigos del Círculo de estudios Lorquianos.

Agradecer a este fantástico grupo de personas el amor y la ilusión que han puesto en la elaboración de este video. El legado, la memoria y la figura de Federico, están más vivas que nunca 84 años después de su asesinato.




28.5.20

I Know not what tomorrow will bring



"I know not what tomorrow will bring" (no sé que nos deparará el mañana) fue la última frase escrita por el poeta Portugués Fernando Pessoa el 29 de noviembre de 1935. Escribió esta frase en inglés y a mano en el Hospital San Luis de los franceses, de Lisboa. Falleció al día siguiente. Tenía 47 años. Está enterrado en el monasterio de los Jerónimos de Belem.

26.5.20

Para que vuelvas hoy


En 1939, nada más terminar la guerra civil Española, el poeta Marcos Ana, fue encarcelado durante 23 años, siendo el preso político que más tiempo pasó en las cárceles Franquistas. Al salir en 1961, gracias a la recién creada Amnistía internacional, pasó su primera noche en libertad con una prostituta.
A la mañana siguiente, ella le devolvió el dinero con una pequeña nota manuscrita en la que ponía: "Para que vuelvas hoy". Marcos Ana gastó todo ese dinero en un gran ramo de flores al que le añadió otra nota que decía: "A Isabel, mi primer amor". Tenía ya 42 años y fue su primera vez.

14.5.20

Jorge Yepes

                                                                

                                                                   
                              Córdoba.
                              Lejana y sola.
                              Jaca negra, luna grande,
                              y aceitunas en mi alforja.
                              Aunque sepa los caminos
                              yo nunca llegaré a Córdoba.  
                              (Federico García Lorca)

Pero en este caso llegamos. Y ni lejana, ni sola, ni la muerte nos esperaba, como en los versos, antes de llegar a Córdoba. La ciudad nos recibió con los brazos abiertos, tibia de sol y de historia, como si supiera que ese sería nuestro último viaje "en condiciones" antes del vendaval que vendría después. Un tiempo incierto, inesperado, que nos ha dejado con el paso cambiado y demasiadas cosas en el tintero, con páginas a medio escribir, a medio vivir, esperando un futuro que aún no se ha atrevido a asomarse del todo.

Fueron solo cuatro días. Cuatro días que supieron a mucho, como saben las cosas buenas cuando se degustan sin prisa y con el corazón despierto. Córdoba nos enseñó que hay lugares donde el tiempo no se mide por horas, sino por momentos. Y aquel viaje nos lo confirmó: lo vivido allí fue intenso, pero nos dejó con ganas de volver, aunque de una manera más plácida, más sosegada, como quien regresa no para descubrir, sino para reencontrarse.

Porque Córdoba no es una ciudad cualquiera. Es un rincón del mundo donde la historia duerme al aire libre, donde los siglos se tocan con la yema de los dedos en cada columna, en cada callejuela, en cada sombra blanca del mediodía. Una ciudad que rebosa inspiración, talento, genio. Que aún respira el arte de los poetas, de los pintores, de los sabios de otros tiempos que dejaron allí su huella, su aliento, su duende.

Uno de esos días, justo antes de entregarnos al placer de un buen salmorejo, de un rabo de toro tierno como un recuerdo feliz, y de unos flamenquines crujientes como una carcajada inesperada, nos cruzamos con uno de esos artistas callejeros que parecen brotar del alma misma de la ciudad. Estaba allí, en un rincón empedrado, con su guitarra y su voz gastada, hilando melodías que olían a jazmín y a nostalgia. No pedía atención, pero la robaba. No reclamaba aplausos, pero se los ganaba. Era parte del paisaje colorista y humano que convierte a Córdoba en algo más que una ciudad: en una experiencia que se vive con los cinco sentidos.

Y quizás, de todo lo que nos trajimos de vuelta en la maleta ,además de las fotos, las risas, los paseos al atardecer y los sueños fugaces, fueron esos momentos inesperados, humildes y mágicos los que más entusiasmo nos dejaron. Porque viajar, al final, no es solo ver cosas nuevas, sino descubrir partes de ti que estaban dormidas, y que ciudades como Córdoba, con su belleza sabia y serena, saben despertar.

 Jorge Yepes, artista colombiano afincado en España desde hacía ya más de diez años, se nos apareció una mañana cordobesa con su bicicleta convertida en expositor ambulante. Una especie de galería rodante, modesta pero desbordante de sensibilidad, que parecía haber brotado del empedrado mismo de la ciudad. De su bicicleta colgaban decenas de dibujos a acuarela, cada uno con su propio universo. Retratos, escenas, personajes que parecían salidos de un sueño compartido entre la memoria y la actualidad, entre la poesía y la calle.

Cada obra tenía algo que la hacía especial: una mirada, un gesto, un trazo sutil que atrapaba el alma de lo representado. Allí estaban, como esperando que alguien les diera un hogar, desde iconos de nuestra cultura contemporánea hasta figuras que habitaban ya el territorio de la leyenda.

Y lógicamente, no pude resistirme a adquirir uno de ellos. Era Federico. Sí, nuestro Federico. Federico García Lorca, con la melancolía luminosa que solo los verdaderos artistas saben capturar. Desde entonces, ese retrato reina , porque no se puede decir de otra forma, el rincón que tengo en casa dedicado a su figura, a modo de pequeño santuario doméstico, íntimo y sincero. Un altar a la palabra, a la música, a la belleza.

A veces, en el vértigo cotidiano, olvidamos detenernos y mirar con atención lo que realmente importa. No está de más, de vez en cuando, pararse unos minutos a apreciar el valor del trabajo de estos artistas que se ganan la vida en la calle con lo que mejor saben hacer. Que con sus manos, sus colores, su vocación, no solo embellecen las aceras, sino que nos embellecen por dentro. A Jorge Yepes lo encontramos justo en la entrada de los Baños del Alcázar Califal. Fue un hallazgo, uno de esos regalos inesperados que a veces nos ofrecen los viajes.

Y si algún día volvemos a Córdoba, que volveremos, no dudaremos en buscarlo de nuevo. Porque en un mundo que a menudo pasa de largo, hay que aprender a detenerse donde habita el arte. Y agradecerlo.

11.5.20

25 años de la apertura de la Huerta de San Vicente

Ayer, domingo 10 de mayo, se conmemoró el 25 aniversario de la apertura de la Huerta de San Vicente como centro cultural y casa museo, antigua residencia de verano de la familia García Lorca en Granada.

He tenido el placer de visitarla en dos ocasiones; aunque en mi última visita, el pasado verano, sólo pude contemplarla brevemente desde el exterior, ya que el amable señor encargado de la tienda —que, eso sí, permanecía abierta— nos explicó que por problemas en el sistema de refrigeración la casa tenía un horario de verano bastante reducido.

Este lugar, lleno de simbolismo y cargado de una intensa emotividad, fue testigo de la gestación de algunas de las obras más significativas de Federico, como Así que pasen cinco años, Bodas de Sangre, Yerma o El diván del Tamarit.

Fue también desde aquí que el gran poeta tuvo que huir a principios de agosto de 1936, refugiándose en casa de los Rosales, para acabar siendo apresado y llevado al gobierno civil de Granada, antes de su trágico asesinato en algún punto entre Víznar y Alfacar.

Un recuerdo imprescindible para acercarnos a la memoria de uno de los más grandes poetas y dramaturgos de nuestra historia.

9.5.20

Lisboa

                    
                    
                    Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-
                    transeúnte inútil de ti y de mí,
                    extranjero aquí como en todas partes,
                    tan casual en la vida como en el alma....(Fernando Pessoa)

 Otra vez vuelvo a verte, Lisboa, aunque sea en fotografía, en este tiempo suspendido donde ni los GPS ni las brújulas sirven de nada. Nos orientábamos antes con mapas y estrellas; hoy, basta con perdernos dentro de nuestros propios hogares para entender que hay laberintos más íntimos y profundos que los del mundo exterior. En estos días de encierro, verte, aunque solo sea en papel satinado, duele y consuela a partes iguales. Qué sed de ti tengo, Lisboa, ciudad del susurro y la saudade.

Anoche soñé que regresaba. Tal vez fue mi subconsciente, herido por todas esas escapadas truncadas por la pandemia, el que decidió hacer las maletas sin pedirme permiso. En el sueño, no sabía si viajaba en tren, en avión o en coche: sólo sabía que llegaba. Y al llegar, la ciudad me hablaba. Con tu voz de piedra y marea, me reclamabas:
—Oye, nos has dejado tiradas… prometiste volver, y no lo has hecho.

Y uno, sumido en la quimérica narcosis del sueño, no sabe si sentir alegría por el reencuentro o remordimiento por el abandono. Despierto en la oscura tenebrosidad de la noche, con el corazón encogido por un leve cargo de conciencia, como quien ha incumplido un juramento sagrado.

Pero aún me dura el sueño. Porque en él, volvíamos a montar en aquel tranvía amarillo que sube jadeando por las cuestas de Alfama, serpenteando entre fachadas desconchadas y ropa tendida al viento. Volvíamos al castillo de San Jorge, donde la ciudad se despliega a nuestros pies como un tablero de azulejos vivos, y comíamos bacalao entre acordes de fado, esas canciones que lloran los desengaños del alma con la dignidad de los que saben perder. Qué bien nos entiende el fado en estos días grises: canta lo que no sabemos decir.

Y aún más: regresábamos a la torre de Belém, centinela del tiempo, y al Monumento a los Descubridores, que sigue oteando el horizonte con los ojos anclados en África y América, como si esperara noticias de carabelas que ya nunca volverán. Caminábamos por la orilla del Tajo, y la plaza del Comercio se abría ante nosotros como un teatro dorado donde el sol se despedía en una ovación de fuego. La puesta de sol sobre el río era tan perfecta que parecía irreal. Pero no lo era. Era Lisboa, en su estado puro: decadente, hermosa, fiel a su tristeza luminosa.

Al despertar, el sueño y los recuerdos se mezclaban como cartas agitadas en una baraja. Todo era confusión hasta que el primer sorbo de café comenzó a poner orden en mi memoria, como un bibliotecario sabio que recoloca los tomos en sus estantes. Entonces supe que no había sido solo un sueño: era también una promesa.

Lisboa, te lo juro con la tinta de estas palabras y el alma del viajero que aún vive en mí:
volveremos.
Y no será un regreso cualquiera. Será un reencuentro con todo lo que fuimos y todo lo que aún podemos ser.