Puede parecer imprudente , quizá incluso osado, escribir acerca de una serie que apenas has comenzado, cuando solo llevas visualizados unos pocos capítulos. Más aún si consideramos que Ozark ha emitido ya tres temporadas completas y una cuarta espera, con la paciencia propia de las cosas bien construidas, su momento definitivo. Sin embargo, hay veces en que el impacto inicial de una ficción audiovisual es tan poderoso que uno se ve impelido a reflexionar en voz alta, o más bien en tinta, sobre lo que esa obra comienza a despertar.
Decidir qué serie ver puede convertirse en una tarea agotadora cuando acabas de finalizar una que ha colmado, e incluso superado, tus expectativas. Las plataformas de streaming como Netflix, HBO Max o Amazon Prime Video ofrecen un menú casi infinito de opciones que, paradójicamente, dificultan la elección. La saturación de títulos, géneros, nacionalidades, formatos y promesas de excelencia puede abrumar al espectador más experimentado. A menudo uno se encuentra navegando sin rumbo por los catálogos, saltando de sinopsis en sinopsis, hasta que, extenuado, apaga el televisor. Y no siempre es la peor decisión.
Pero a veces ocurre que un artículo leído al azar, una conversación casual con un amigo de criterio fiable, o la sugerencia espontánea de tu pareja tras la cena , ese "¿qué vemos esta noche?" que abre tantas puertas, te conduce a un título que, sin saberlo aún, puede convertirse en una experiencia narrativa absorbente. Así me sucedió con Ozark.
La serie, creada por Bill Dubuque y Mark Williams, arranca con una premisa inquietante: Marty Byrde, interpretado con sorprendente solvencia por Jason Bateman (a quien muchos recordábamos en registros cómicos), es un asesor financiero de vida aparentemente gris, casado con Wendy (Laura Linney, siempre magnífica) y padre de dos adolescentes, Charlotte y Jonah. Lo que se antoja al principio como un retrato de familia de clase media-alta en Chicago, pronto se revela como un escenario mucho más turbio: Marty lleva años blanqueando dinero para uno de los cárteles de droga más poderosos de México.
El castillo de naipes se tambalea de forma abrupta, y Marty se ve forzado a huir junto a su familia a una región ignota para él: Los Ozarks. ¿Y qué es exactamente Ozark? Se trata de una vasta región montañosa en el estado de Missouri, articulada en torno al lago homónimo ,creado artificialmente en 1931 al represar el río Osage, que recibe millones de turistas al año. Un lugar pintoresco y aparentemente apacible, donde la naturaleza, el silencio y los árboles parecen prometer una segunda oportunidad. Nada más lejos de la realidad.
La serie transcurre, desde el primer capítulo, con un tono sombrío, deliberadamente contenido, donde los diálogos afilados y los personajes de una extraña ambigüedad moral se entrecruzan con escenas de violencia que estallan sin previo aviso. Hay algo en Ozark que recuerda , sin imitar, a Breaking Bad: esa tensión creciente entre lo doméstico y lo criminal, lo cotidiano y lo brutal. Pero aquí, a diferencia de la serie de Vince Gilligan, el protagonista no busca el poder ni el dominio: Marty no quiere triunfar, quiere sobrevivir. Es un personaje que no se deja seducir por el mal, sino que lo administra con frialdad burocrática, como quien gestiona una cuenta de resultados.
Jason Bateman, además de protagonizar, dirige con notable acierto los dos primeros episodios, y se consolida como un creador de tono: ese clima gris, casi asfixiante, donde la naturaleza parece cómplice del drama humano, se instala en el espectador desde el inicio y lo acompaña sin desfallecer.
Es cierto que uno apenas ha empezado a desbrozar los senderos narrativos de la serie, y sería prematuro emitir juicios concluyentes. Sin embargo, ya se intuyen las claves de una ficción que no se limita a entretener, sino que obliga a mirar dentro de los personajes, y por tanto, dentro de nosotros mismos. Ozark plantea dilemas éticos, cuestiona la moralidad de la supervivencia, y lo hace sin subrayados ni concesiones.
Habrá que ver cómo evoluciona, cómo se desarrollan las subtramas y qué lugar ocupará esta serie en el cada vez más complejo canon de la televisión de calidad. De momento, me quedo con la certeza de haber encontrado algo valioso, y con la sensación, tan rara en estos tiempos de vértigo digital, de querer seguir viendo no por ansiedad, sino por genuina curiosidad.