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30.7.09

Asesinos de mierda

No sois más que un puñado de cobardes. Asesinos, psicópatas, escoria humana sin ideas propias, marionetas al servicio de unos cuantos que os manejan a su antojo como muñecos de trapo. Tenéis el cerebro lavado, vacío de pensamiento, incapaces de comprender el poder de la palabra. No sabéis convencer, solo imponer. No sabéis construir, solo destruir.

Reclamáis unos supuestos derechos sin tener la dignidad de defenderlos con argumentos. Queréis imponeros por la fuerza donde la razón os da la espalda. Aterrorizáis a una sociedad cansada, harta de mirar por encima del hombro, de andar con miedo por las calles. Buscáis adeptos entre los más vulnerables, entre los jóvenes sin rumbo, entre quienes no tienen sueños ni esperanzas, solo un agujero negro por futuro.

Dais asco. Pero, sobre todo, dais pena.

Fanáticos de mierda, exaltados sin causa, ladrones de vidas ajenas, mafiosos de cloaca. Hijos de puta —con todos los respetos para una profesión que muchas mujeres ejercen con una dignidad infinitamente superior a la vuestra—. Vosotros, y también los que os apoyan, directa o indirectamente. Los que callan, los que no se atreven a poner los puntos sobre las íes. Cómplices todos.

Ojalá pudierais sentir una mínima parte del dolor que sembráis. El vacío de esas familias a las que les habéis arrebatado a sus seres queridos. Pero esa es, precisamente, la diferencia entre vosotros y nosotros: que jamás os pagaríamos con vuestra propia moneda. Porque valoramos la vida. Porque entendemos lo que significa una persona para quienes la aman, para quienes aún sienten algo en las entrañas.

También vosotros tenéis madres, padres, hermanos, incluso hijos. Y no os gustaría ver sus cuerpos despedazados por una bomba cobarde. Pero esa empatía, ese mínimo sentido de humanidad, os queda demasiado lejos.

No sé si existe Dios. No sé si hay justicia más allá de la que fabricamos los hombres. Pero sí sé lo que deseo con todas mis fuerzas: que no volváis a saber lo que es una mañana luminosa, una salida de sol, una risa al aire libre, una tarde de paseo, un café con los amigos.

Todas esas cosas sencillas y maravillosas que ya no podrán disfrutar esos dos jóvenes asesinados. Ni sus familias. Nunca más.


28.7.09

Una reflexión cualquiera


En muchas ocasiones la vida se asemeja un viaje en tren, repleto de embarques y desembarques, salpicado de contratiempos, de algún accidente, sorpresas agradables y profundas tristezas.

Fotografía tomada entre Almendralejo y Villafranca de los Barros (Badajoz)

23.7.09

Smile

No es este, ni mucho menos, el último post que escribiré sobre Michael Jackson en este blog. Pero sí creo que, coincidiendo con que este fin de semana se cumple el primer mes de su triste desaparición, ha llegado el momento de cerrar —al menos por ahora— este humilde tributo, homenaje, o como cada uno quiera llamarlo, que he querido dedicarle.

Durante la ceremonia en su memoria, emitida en televisión hace un par de semanas, fuimos testigos de uno de los momentos más emotivos: su hermano Jermaine interpretando, de forma desgarradoramente conmovedora, la canción "Smile", la favorita de Michael. Una canción que, curiosamente, no fue compuesta por él, sino por otro genio inmortal: Charles Chaplin.

Tal vez sea casualidad, pero en la mayoría de las imágenes en las que Michael no estaba sobre un escenario, siempre aparecía con una sonrisa en los labios. Sonreía. Incluso en los momentos más difíciles, incluso cuando el mundo parecía pesarle encima.

"Smile", decía la canción. Sonríe, aunque duela. Aunque cueste. Aunque a veces todo parezca oscuro.

Ese es, quizás, el mejor legado que nos deja: la capacidad de seguir sonriendo a pesar de todo. Y de hacer sonreír a los demás, como él lo hizo tantas veces.


Smile, though your heart is aching
Smile, even though it's breaking
When there are clouds in the sky
You'll get by...

If you smile
With your fear and sorrow
Smile and maybe tomorrow
You'll find that life is still worthwhile
If you just...

22.7.09

Cosas que salen del alma

Esta mañana hablaba con alguien acerca de los posts que, en las últimas semanas, he ido publicando en este pequeño espacio mío, esta especie de refugio digital donde me doy el gusto de evadirme, reflexionar o, simplemente, soltar lo que llevo dentro. Salió de nuevo el tema Michael Jackson, aunque esta vez hablábamos única y exclusivamente de música. Nada más. Su voz, su ritmo, su legado.

En medio de la conversación, aparece otro tipo. De esos que no tienen más inquietudes que leer la portada del MARCA, escuchar música de discoteca con autotune y letras de encefalograma plano, y que probablemente no ha leído un libro en su vida. El clásico que confunde opinión con prejuicio y conversación con interrupción.

Al oír el nombre de Michael Jackson, torció el cuello y soltó, con una mezcla de suficiencia y desinformación:
—¿Quién, el pederasta ese?

Y ahí... me saltó el resorte.
Le respondí con una frase que me salió sin filtros, del estómago, como un latigazo:
—¿Pederasta? ¡¡Tu puta madre!!

Lo sé, no es lo más elegante que he dicho en mi vida. Pero qué quieres que te diga, me salió del alma. Eso sí: acto seguido me disculpé. No por mí, sino por su madre, que seguramente no tiene culpa de haber criado a un individuo que lleva la ignorancia como bandera, con la soberbia de quien no sabe, pero tampoco quiere saber.

Porque sí, a veces la ignorancia no es solo una falta de información: es una actitud. Una elección. Una especie de escudo de plástico barato con el que algunos se protegen del más mínimo esfuerzo intelectual. Y lo grave no es ya que no lean, no escuchen, no se cuestionen nada. Lo grave es que encima opinen con desprecio sobre lo que no entienden. Que reduzcan a una caricatura de taberna lo que fue una carrera artística inmensa, compleja, contradictoria, sí, pero también profundamente influyente.

¿Me pasé? Tal vez. ¿Me arrepiento? No. Porque hay cosas que no pueden dejarse pasar. Y porque, para qué negarlo, me quedé agustito. Qué queréis que os diga.


21.7.09

We are the world

En 1985 todos nos estremecimos con aquellas terribles imágenes de niños muriendo de hambre en Etiopía. La crudeza de aquella hambruna, retransmitida por televisiones de todo el mundo, sacudió conciencias y despertó un clamor de solidaridad global. Fue entonces cuando Michael Jackson y Lionel Richie decidieron poner música a esa necesidad urgente de ayudar: juntos compusieron We Are the World, una canción que, más allá de su melodía, se convirtió en un símbolo de unidad y compromiso.

El productor Quincy Jones fue el encargado de coordinar una grabación sin precedentes. Para ello, aprovechando la celebración de los American Music Awards, envió invitaciones a muchos de los artistas más exitosos del momento. En la tarjeta podía leerse, en letras bien visibles: "Dejen el ego en la puerta". Ese mensaje, simple y directo, resumía la esencia del proyecto.

La respuesta fue masiva. Aquella madrugada de enero de 1985, un total de 45 voces se unieron en un estudio de Los Ángeles: Bruce Springsteen, Ray Charles, Tina Turner, Diana Ross, Paul Simon, Stevie Wonder, Bob Dylan, Cyndi Lauper, Billy Joel, Willie Nelson, y, por supuesto, Michael y Lionel, entre muchos otros. En el coro, rostros también conocidos: Dan Aykroyd, Bette Midler, Harry Belafonte, todos los hermanos Jackson salvo Jermaine, Smokey Robinson... Una constelación de talento reunida por una causa mayor.

El impacto fue inmediato: se vendieron casi ocho millones de copias del sencillo y otros cuatro millones del álbum en el que se incluyó. We Are the World ganó el Grammy a la Canción del Año y, lo que es más importante, recaudó más de 50 millones de dólares, donados íntegramente a la campaña humanitaria para Etiopía.

Después de aquello vinieron otras iniciativas parecidas: Live Aid, Band Aid, Songs for Japan. Pero ninguna ha logrado alcanzar la dimensión emocional y simbólica de la original.

Cuarenta años después, We Are the World sigue siendo mucho más que una canción: es un recuerdo imborrable de que cuando el arte se une con el corazón, el mundo puede ser un lugar un poco mejor.


15.7.09

Can You Feel It

En 1980, Michael Jackson, a pesar de haber cosechado un éxito arrollador con su álbum en solitario Off the Wall, seguía vinculado artísticamente a sus hermanos en el grupo The Jacksons. Ese año publicaron el disco titulado Triumph, un trabajo que consolidaba al grupo no solo como una banda heredera del sonido Motown, sino como un referente absoluto del soul, el funk y la innovación visual.

De entre todas las canciones que incluye el álbum, probablemente “Can You Feel It” sea la más recordada, versionada y reutilizada. Su energía desbordante, su mensaje de unión y su producción impecable la convirtieron en un himno de aquella época. Pero más allá de la canción —con Michael y Randy como voces principales— lo que realmente marcó un hito fue su videoclip.

Y es que estamos hablando de 1980, una época en la que los efectos especiales digitales aún eran una quimera, y en la que los videoclips empezaban apenas a despuntar como un lenguaje artístico por derecho propio. El video de “Can You Feel It” sorprendió por su ambición visual y simbólica. Dirigido por Bruce Gowers con una narración épica escrita por Michael y Jackie Jackson, y locutada por el legendario Ken Nordine, era una mezcla de fantasía cósmica, alegoría espiritual y estética futurista. Ángeles de luz, planetas, galaxias, rayos, niños de todas las razas… todo al servicio de un mensaje de hermandad y esperanza.

Aunque hoy pueda parecer algo ingenuo o kitsch en lo visual, hay que verlo con los ojos de la época: fue un prodigio técnico y conceptual, una obra pionera que la MTV incluyó entre los 100 mejores videoclips de todos los tiempos, y que en cierto modo anticipó la dimensión cinematográfica que años después alcanzaría Michael en su carrera como solista, con joyas como Thriller o Smooth Criminal.

“Can You Feel It” es, más que una canción, un manifiesto audiovisual de su tiempo. Una pieza que condensaba la esencia de los Jacksons: ritmo, elegancia, mensaje y espectáculo. Y también, para muchos, un pedacito de esa nostalgia lejana que cada vez parece más inalcanzable, pero que revive con fuerza cada vez que suena su poderoso estribillo.


13.7.09

Say, say, say

Aunque con el tiempo la amistad entre Paul McCartney y Michael Jackson se resquebrajaría —sobre todo tras la adquisición, por parte del Rey del Pop, del codiciado catálogo editorial de canciones de The Beatles—, lo cierto es que antes de aquel desencuentro existió una colaboración sincera, creativa y muy fructífera entre ambos artistas.

Una de las piezas más emblemáticas surgidas de esa conexión fue “Say, Say, Say”, incluida en el álbum de Paul McCartney Pipes of Peace, lanzado en 1983. En pleno apogeo de Thriller, todo lo que tocaba Michael se convertía automáticamente en oro, y esta canción no fue la excepción: alcanzó el número uno en las listas estadounidenses, manteniéndose en la cima durante seis semanas consecutivas.

El videoclip, otro de esos pequeños tesoros de los años 80, es una joya por derecho propio. Con estética de película de época, nos presenta a Paul y Michael como una peculiar pareja de buscavidas que recorren pueblos ofreciendo un misterioso brebaje curativo y deleitando a las multitudes con espectáculos de variedades en ferias y garitos de dudosa reputación. Su química es palpable, fresca y lúdica. Junto a ellos, aparece Linda McCartney, esposa de Paul, en uno de sus cameos más entrañables, y también LaToya Jackson, entonces una joven natural y encantadora, antes de los efectos de la cirugía mediática.

Una curiosidad que pocos conocen: gran parte del video fue rodado en los terrenos de una finca californiana que, años después, Michael Jackson convertiría en su famoso rancho Neverland. Como si el destino ya hubiese marcado ese lugar con una estrella brillante en el mapa del pop.

“Say, Say, Say” sigue siendo una de esas colaboraciones icónicas que resumen lo mejor de una época: creatividad, música sin complejos, estética teatral y el lujo de ver juntos a dos titanes de la cultura popular mundial. Más allá del desencuentro que vendría, esta canción quedó como prueba de que cuando la música une, el resultado puede ser simplemente inolvidable.


9.7.09

Whatzupwitu

Michael Jackson, además de un artista irrepetible, fue siempre una persona generosa y agradecida con quienes se cruzaban en su camino. En 1992, el actor Eddie Murphy colaboró con él en el videoclip de “Remember the Time”, donde daba vida a un faraón egipcio en una corte negra, lujosa y repleta de estrellas como Iman y Magic Johnson. El videoclip, dirigido por John Singleton, fue todo un despliegue visual que todavía hoy sigue sorprendiendo por su producción y su imaginación.

Un año más tarde, en 1993, Eddie Murphy —que también intentaba hacerse un hueco en el mundo de la música— lanzó el álbum Love’s Alright. Siendo amigo de Michael y habiendo compartido pantalla recientemente, es muy probable que le pidiera una colaboración para darle un pequeño empujón a su proyecto musical. Y Michael, fiel a su estilo generoso, aceptó encantado.

El resultado fue la canción “Whatzupwitu”, una pieza simpática, alegre, con un mensaje de unidad y optimismo, muy en la línea de los valores que ambos solían defender. Aunque musicalmente no pasará a la historia, el videoclip es tan peculiar como entrañable: lleno de efectos digitales que hoy parecen sacados de un CD-ROM de los 90, con nubes, corazones flotantes y querubines animados al estilo de Microsoft Paint, todo envuelto en una atmósfera de buen rollo y camaradería entre ambos.

Lo cierto es que la carrera musical de Eddie Murphy no alcanzó ni de lejos el nivel de su faceta actoral, y ni siquiera una colaboración con el Rey del Pop pudo cambiar eso. Aun así, “Whatzupwitu” queda como una rareza curiosa y divertida, que muchos o no han visto nunca o simplemente no recuerdan. Y es una pequeña muestra de cómo Michael Jackson no solo colaboraba con superestrellas, sino también con amigos, por puro afecto.

Una cápsula del tiempo en forma de videoclip, que hoy se mira con una sonrisa entre la nostalgia y la ternura.

7.7.09

Comienza la leyenda


Dicen que una leyenda es una narración, oral o escrita, con mayor o menor proporción de elementos imaginativos, que generalmente pretende hacerse pasar por verdadera o, al menos, estar ligada a algún aspecto de la realidad. Se transmite de generación en generación, casi siempre por vía oral, y con el tiempo va experimentando añadidos, omisiones y distorsiones que acaban moldeando su esencia original.

Supongo que eso mismo ocurrirá con la figura de Michael Jackson. El paso del tiempo, implacable y distorsionador, irá añadiendo fábulas, invenciones, medias verdades y falsedades completas. Se publicarán biografías dudosas, películas vagamente inspiradas en hechos reales, testimonios oportunistas y objetos "personales" que jamás pasaron por sus manos. Todo formará parte del mito, de esa nebulosa en la que lo verdadero y lo inventado se funden hasta ser indistinguibles.

Es el precio que pagan los mitos. Aquellos que alcanzan una dimensión universal, como Michael Jackson, dejan de ser simples seres humanos para convertirse en espejos donde millones de personas proyectan deseos, frustraciones, idolatrías y hasta rencores.

Lo de hoy —el homenaje multitudinario televisado en todo el mundo— más que un funeral ha sido una celebración. La celebración de una vida artística descomunal, irrepetible, de un fenómeno cultural que traspasó barreras de raza, edad, idioma y geografía. Un evento seguido por miles de millones de personas, convertido en el acto televisado con más audiencia de la historia. La última actuación de un hombre que ya es inmortal.

Y aunque ha habido momentos muy emotivos, lo cierto es que no deja de sobrevolar cierta sensación de injusticia. Porque Michael lo dio todo —literalmente todo— a su público y a su arte, y a cambio recibió un trato cruel, desmedido, por parte de esa misma sociedad que, con la misma facilidad con la que encumbra, destruye. La misma sociedad que convierte a los genios en sospechosos, a los distintos en monstruos y a los vulnerables en chivos expiatorios.

Pero el tiempo, a su modo, también restituye. Con el paso de los años, cuando el ruido se disipe, lo que quedará será la música. El arte. La voz. El baile. La emoción que despertaba su figura.

Lo demás, como ocurre con todas las leyendas, será materia de discusión. Pero el legado, ese, ya nadie lo podrá destruir.



No ha sido un adiós. Es el comienzo de una nueva era, un tiempo en el que aún quedan muchas cosas por descubrir. Cosas que Michael dejó guardadas, tal vez con la esperanza de que algún día fueran entendidas, especialmente por aquellos que lo seguimos no solo en sus días de gloria, sino también en sus momentos más oscuros y difíciles.

Porque ahora, de repente, todo el mundo lo recuerda con respeto. Ahora todos rinden pleitesía, como si nada hubiese pasado. Como si durante años no se hubiese hecho leña del árbol herido. Como si no se hubiese juzgado, señalado, ridiculizado. Es triste ver cómo, una vez desaparecido, el silencio sustituye a la crítica, y los mismos que ayer lo enterraban en vida hoy lo veneran como mito.

Gracias, Michael. Gracias por estos últimos 25 años de mi vida en los que siempre estuviste ahí, en forma de canción, de videoclip, de recuerdo. Por los momentos inolvidables que acompañaste sin saberlo. Por hacer más llevadero un mal día con solo pulsar el play. Por tu música, por tu entrega, por darlo todo —literalmente todo— y quedarte sin nada.

Gracias por dejarte la vida en el intento de hacérsela un poco más fácil a los demás. Hoy más que nunca, tu luz brilla más allá del escenario. Y aunque ya no estés, sigues aquí, en cada nota, en cada paso, en cada alma que aprendió a soñar contigo.

No es un final. Es un nuevo comienzo.

In our darkest hour
In my deepest despair
Will you still care
Will you be there
In my trials
And my tribulations

Through our doubts
And frustrations
In my violence
In my turbulence
Through my fear
And my confessions
In my anguish and my pain
Through my joy and my sorrow
In the promise
Of another tomorrow
I'll never let you part
For you're always in my heart

5.7.09

Un excelente actor

En 1987 se lanzó al mundo Bad, el esperadísimo nuevo álbum de Michael Jackson tras el éxito descomunal —e irrepetible— de Thriller. La expectativa era gigantesca, y Jackson lo sabía. Por eso, lejos de repetir la fórmula, apostó por algo distinto: seguir explorando el videoclip no solo como herramienta promocional, sino como auténtica obra cinematográfica.

Y para ello no escatimó. Decidió rodearse del mejor talento posible y convenció nada menos que a Martin Scorsese —sí, el mismísimo director de Taxi Driver y Toro Salvaje— para que dirigiera el primer videoclip promocional del disco: la pieza que acompañaría al tema Bad.

El resultado fue un corto de más de 16 minutos rodado en Nueva York, con ambientación urbana, estética realista y un claro trasfondo social. La historia, inspirada en un caso real, se centra en Darryl (interpretado por el propio Michael Jackson), un joven estudiante de una escuela de élite que regresa a su barrio humilde durante las vacaciones y se enfrenta al dilema de su identidad y pertenencia: ¿seguir el camino que ha comenzado o volver a las calles con su antiguo grupo?

La parte añadida al videoclip —es decir, la secuencia dramática previa a la interpretación musical en el metro— funciona como un auténtico cortometraje. Está rodada con el pulso narrativo característico de Scorsese, e incluso cuenta con la presencia de un jovencísimo Wesley Snipes en uno de los primeros papeles de su carrera.

Aunque está en inglés y sin subtítulos, no resulta difícil seguir el argumento gracias a las expresiones, la atmósfera y la tensión dramática.

Bad no fue simplemente un videoclip. Fue una declaración de intenciones. Una muestra de que Michael Jackson no solo era un genio musical, sino también un visionario que comprendía el poder del audiovisual para contar historias, remover conciencias y traspasar las barreras del entretenimiento.

Una obra que, más de 35 años después, sigue siendo ejemplo de cómo el pop puede alcanzar dimensiones cinematográficas.



…cuando llega el momento, Daryl se detiene. Tiene la oportunidad justo delante, el anciano camina solo, distraído, una víctima fácil. Sus amigos observan desde la distancia, expectantes, casi desafiantes. Wesley Snipes —intenso, provocador— le lanza una mirada que pesa como una losa: “Hazlo, si aún eres uno de nosotros”.

Pero Daryl no puede. Algo dentro de él se rebela. No ha vuelto al barrio para demostrar que sigue siendo el mismo, sino para recordar quién fue, y decidir en qué quiere convertirse. El gesto de Daryl lo dice todo: no lo hará. No va a seguir el camino fácil, ni va a dejarse arrastrar por la presión del grupo. La decepción de sus amigos es inmediata, el ambiente se enrarece, la tensión estalla… y en ese instante irrumpe la música.

El andén del metro se transforma en un escenario urbano donde el lenguaje ya no es el de las palabras o los reproches, sino el de la danza. Bad, el tema, explota con fuerza, con energía desafiante y precisa. Michael Jackson, como Daryl, lidera una coreografía que es tanto un acto de afirmación como una declaración de independencia: no necesita robar, no necesita violencia, no necesita renunciar a sus principios para demostrar quién es.

La escena funciona como catarsis. La danza sustituye a la confrontación física, y el ritmo toma el lugar del conflicto. La dirección de Scorsese eleva el videoclip al rango de cortometraje narrativo, donde lo estético y lo simbólico van de la mano. Jackson baila como si su identidad estuviera en juego, y en cierto modo lo está.

Daryl no reniega de su pasado, pero tampoco se deja encerrar en él. Les demuestra a sus amigos que hay otra forma de ser “auténtico”, y que la fuerza no reside en los puños, sino en la convicción de ser uno mismo. El videoclip termina con esa sensación de triunfo silencioso, de ruptura con lo establecido. Es, en esencia, un alegato por la libertad individual, por el cambio, por el derecho a evolucionar.

Y Michael Jackson lo hace, como siempre, sin discursos, sin sermones, solo con música, cuerpo y mirada. Bad no es solo un videoclip: es un relato corto, un manifiesto, una danza contra el conformismo.


En 1988, durante la promoción de su película La última tentación de Cristo, Martin Scorsese fue preguntado sobre su experiencia rodando el videoclip de Michael Jackson Bad. Scorsese respondió que fue una experiencia muy agradable, destacando no solo la profesionalidad y amabilidad de Michael, sino, lo que más sorprendió a los periodistas, su faceta como actor. Con cierto enfado tuvo que reiterar varias veces que Michael Jackson era un excelente actor, y que debería dedicarse con más frecuencia a la actuación.

Una de las anécdotas más interesantes que contó fue que la famosa escena del metro, donde el joven interpretado por Jackson intenta atracar a un anciano, fue completamente improvisada por Michael y que no fue necesario modificar ni una sola toma. Esa escena, cargada de tensión y emoción contenida, fue fruto del talento natural de Jackson para la interpretación, algo que muchas veces se pasa por alto debido a su estatus como ícono musical.

Curiosamente, esta parte no musical del videoclip Bad fue poco emitida en televisión y suele pasar desapercibida para muchos espectadores, que solo recuerdan la espectacular coreografía y el tema musical. Sin embargo, merece la pena verla y valorarla como un pequeño cortometraje que añade profundidad y contexto a la canción, mostrando el lado más dramático y humano del artista.

4.7.09

Lo dijo Michael


A veces, cuando te tratan injustamente, te creces, te haces más fuerte y decidido. La esclavitud fué algo terrible, pero cuando los negros de América por fin se liberaron de la opresión, eran más fuertes. Sabían lo que era que otras personas te controlaran la vida y te doblegaran el espíritu. Nunca consentirían que eso volviera a ocurrir. Yo admiro esa fuerza. Las personas que la posee adoptan una postura firme y ponen el corazón y el alma en lo que creen.

Moonwalk, autobiografía de Michael Jackson, editado por PLAZA&JANES (1988)

3.7.09

Imágenes de los últimos ensayos de Michael

 

Tanto la fotografía de la parte inferior como las imágenes incluidas corresponden al pasado 24 de junio, dos días antes del trágico suceso. En estos días, muchas personas afirmaron que Michael Jackson se encontraba pletórico, en plena forma y muy ilusionado con su inminente regreso al escenario. Sin embargo, al ver las imágenes, lo único que se me ocurre es que o bien alguien se excedió con la administración de medicamentos, o simplemente sufrió un paro cardíaco, como desgraciadamente les ocurre a muchas otras personas sin previo aviso, y caen fulminadas. Recordemos los casos de futbolistas como Miklós Fehér, Marc-Vivien Foé y, más recientemente, Antonio Puerta aquí en España; jóvenes mucho más jóvenes que Michael y en aparente excelente estado físico.

La duda persistirá hasta que no se haga público un informe oficial de la autopsia, si es que éste logra esclarecer los hechos. Una verdadera pena, pues se pudo haber disfrutado de un espectáculo visual y musical magnífico y, como vemos, Michael Jackson tenía hambre de escenario y muchas ganas de ofrecernos lo mejor que tenía.

30.6.09

Entre todos le mataron y el solito se murió


Curiosa, pero cierta, la frase que más he escuchado en estos días: “Te acompaño en el sentimiento”.
Y no es para menos. Muchos me han dado el pésame —en persona, por teléfono, por SMS, por email, incluso por Messenger— como si se hubiese marchado alguien de mi propia familia.
Y en cierto modo, así ha sido.

Quienes me conocen desde hace años saben que he seguido la trayectoria de Michael Jackson desde siempre. Que estuve ahí —a mi manera— en sus momentos más difíciles, cuando muchos prefirieron apuntarse al linchamiento fácil. Lo defendí siempre, en público y en privado, por activa y por pasiva. Porque estaba seguro de su inocencia. Porque nunca entendí cómo se podía ensañar así con uno de los artistas más grandes que ha dado la historia, un ser excepcional, fuente de inspiración para generaciones enteras, que dedicó su vida no solo al arte, sino también a causas justas.

¿De verdad ya nadie recuerda We Are The World? ¿O sus incontables gestos solidarios? ¿O que fue candidato al Premio Nobel de la Paz en dos ocasiones?

Ahora muchos hablan de sus deudas, de su declive, de sus excentricidades… pero pocos mencionan que donó más de 300 millones de dólares a causas sociales, sanitarias y humanitarias. Una cifra que podría haber cubierto con creces todas esas supuestas deudas de las que tanto se habla hoy.

El juicio popular es cruel, implacable y con memoria selectiva. Pero los que admiramos su arte, su entrega y su esencia, no olvidamos. Y por eso duele. Porque se ha ido alguien que, sin conocerme, marcó profundamente mi vida.

Hoy, más que nunca, me uno a millones de personas en todo el mundo que sienten este vacío.
No solo se ha ido un músico. Se ha ido una parte de nuestra banda sonora emocional.


Ahora sale a la luz el testimonio del primer niño por el que Michael Jackson fue acusado en 1993. Ya adulto, declara que Michael jamás abusó de él, y que fue su propio padre quien lo chantajeó para obtener una suma millonaria —más de 20 millones de dólares— a cambio del silencio. Algo que para muchos ya era evidente, pero que solo quisieron ver quienes tenían interés en ocultarlo.

En cuanto al segundo niño, es público y notorio el historial de estafa, extorsión y robo de sus padres. A pesar de ello, Michael se prestó a ayudarles económicamente para el tratamiento contra el cáncer que padecía el niño. Y así fue como le pagaron, con falsas acusaciones.

Es una auténtica pena que toda esta verdad salga a la luz solo unos días después de su muerte. Pero, al menos, nos queda la satisfacción —y el consuelo— para quienes siempre creímos en la inocencia de ese Peter Pan eterno, cuya leyenda sigue viva más allá de rumores y medias verdades.


29.6.09

Billie Jean (Revisited)

 

No fue una simple actuación en una de tantas galas conmemorativas para la televisión norteamericana. No. Aquello tiene su historia, su peso, su contexto.

En mayo de 1983 se celebraba el 25º aniversario de la fundación de uno de los sellos discográficos más influyentes de la historia de la música popular: Motown. Mucho más que una discográfica, Motown fue el altavoz global de la música afroamericana, un motor cultural que, desde comienzos de los años 60, transformó para siempre el panorama musical y social de Estados Unidos… y del mundo.

Fundada por Berry Gordy en Detroit, Motown rompió barreras raciales en la industria musical, haciendo que artistas negros llegaran a todos los públicos, incluidas las emisoras blancas que hasta entonces apenas programaban música negra. Su sonido —pulido, melódico, bailable, con un toque de alma y pop perfectamente equilibrado— se convirtió en una marca registrada. El “sonido Motown”.

Por sus filas pasaron auténticas leyendas: Jackie Wilson, James Brown, The Commodores, Lionel Richie, Marvin Gaye, Stevie Wonder, Diana Ross y The Supremes... Y por supuesto, The Jackson 5, aquel grupo de hermanos explosivos, liderado por un niño prodigio llamado Michael.

También fue en Motown donde Michael Jackson, ya en solitario, dio sus primeros pasos hacia una carrera imparable. Temas como Got to Be There o Ben surgieron bajo ese paraguas, antes de que el joven Michael rompiera definitivamente con su infancia musical y redefiniera el pop desde otro lugar.

Así que no, aquella gala del 25º aniversario no era cualquier cosa. Era un homenaje a una historia, a un legado, y también —aunque entonces no se sabía— el escenario de un momento histórico: la noche en la que Michael Jackson presentó por primera vez Billie Jean… y el mundo vio por primera vez el moonwalk.

Y todo eso, en un plató de televisión. Pero nada fue igual después.



Las imágenes pertenecen a aquella gala televisada a medio mundo. Y para entender realmente de qué estamos hablando, no basta con leer estas líneas: hay que verla. Visionarla con atención. Porque en esa noche no solo se celebraba un aniversario, sino que se estaba escribiendo, sin saberlo, una página decisiva de la historia del pop.

Era mayo de 1983 y se conmemoraban los 25 años de la fundación de Motown, ese sello mítico que fue mucho más que una discográfica: fue una revolución cultural. La mayoría de los artistas legendarios que habían formado parte de su historia —y también algunas estrellas emergentes de aquel entonces— hicieron acto de presencia sobre el escenario. Fue una auténtica constelación musical.

Y entre ellos, claro, los Jackson. Los hermanos. Incluido Jermaine, que ya llevaba años fuera del grupo y había continuado su carrera en solitario. En realidad, todos los Jackson habían abandonado Motown para fichar por CBS/Epic, pero Berry Gordy, presidente y fundador del sello, les pidió personalmente que participaran en aquella noche tan especial, para revivir juntos la época dorada de la familia más famosa del soul-pop afroamericano. Aceptaron, sí, pero con una condición: si ellos actuaban juntos, Michael tenía que interpretar un tema en solitario. No cualquier tema. Tenía que ser Billie Jean, del recién estrenado Thriller, producido por Quincy Jones para la CBS. Un disco que ya empezaba a asomar como algo grande, pero que todavía no había mostrado todo su potencial.

Los Jackson interpretaron un medley entrañable y vibrante con algunos de sus mayores éxitos de la etapa Motown: I Want You Back, ABC, The Love You Save, I’ll Be There… Fue un momento de nostalgia, de energía, de complicidad fraternal. El público respondió con entusiasmo. Era un homenaje vivo a los años dorados, al talento juvenil de unos chavales que conquistaron América con sus coreografías milimétricas y la voz aguda e inconfundible de un niño prodigio.

Y entonces, llegó el momento.

Michael se quedó solo en el escenario. Agradeció los aplausos. Habló con humildad y afecto de aquellos años pasados, de la infancia, de la Motown, del aprendizaje. Pero también dijo algo más. Algo importante: que lo que de verdad importaba eran las canciones nuevas. Las que estaban por venir. Y entonces… empezó la música. O más bien, empezó la magia.

Los primeros compases de Billie Jean sonaron como si fueran el anuncio de algo inevitable. Michael, con su chaqueta de lentejuelas negras, guante blanco y calcetines blancos brillando bajo el foco, bailó con una precisión sobrenatural. Y cuando llegó ese instante —ese segundo suspendido en la historia— deslizó los pies hacia atrás, desafiando la física, inventando algo que nadie había visto antes: el moonwalk. En ese momento, millones de personas en todo el mundo se llevaron la mano a la boca. Porque no era solo baile. Era otra cosa. Una aparición. Un mensaje.

Y el resto… ya es historia.

Pocas veces —y siendo sincero, ninguna hasta el día de hoy— se ha visto una actuación tan fresca, tan novedosa, tan genial y, sobre todo, tan memorable como la que ofreció Michael Jackson aquella noche de mayo de 1983 en el especial televisivo Motown 25: Yesterday, Today, Forever. Fue allí donde estrenó, ante millones de espectadores, ese paso hacia atrás que parecía flotar sobre el suelo: el moonwalk. Un gesto, un movimiento, que cambió la forma en que entendemos el baile… y el espectáculo.

Aquellos pasos, que hicieron las delicias de los fans del break dance de la época, marcaron un antes y un después. Pero lo curioso es que, según contó el propio Michael en su autobiografía Moonwalk (1988), ni siquiera tenía claro lo que iba a hacer sobre el escenario hasta la misma mañana de la actuación. Fue en la cocina de su casa —sí, la cocina— donde finalmente perfiló lo que después sería historia.

Y no fue solo la puesta en escena, que ya de por sí rozaba lo sobrenatural. Fue también la canción. Billie Jean es una obra maestra. Sin rodeos. Con ese bajo hipnótico, la batería precisa, los arreglos elegantes, la tensión constante que va creciendo hasta hacerse irresistible… Es puro arte en forma de pop. Un equilibrio perfecto entre lo comercial y lo innovador, entre lo accesible y lo sofisticado.

Yo no soy muy amigo de listas ni de rankings —ya sabes, esas cosas que cambian cada semana según quién vote—, pero Billie Jean suele aparecer, una y otra vez, en lo más alto. Muchos críticos, músicos y enteradillos la consideran la mejor canción pop de todos los tiempos. Pero lo realmente importante es que también lo cree la gente de a pie, la que de verdad importa, la que en aquellos años se rascaba el bolsillo y se iba a casa con el disco bajo el brazo. Y esa gente no suele equivocarse.

Después de aquella actuación, llegó la locura. Thriller, que ya estaba teniendo buena acogida, despegó como un cohete. Las ventas se dispararon. Y cuando se estrenó el videoclip del tema que da título al álbum —esa película de terror ochentera en miniatura dirigida por John Landis— ya no hubo vuelta atrás: en 1984 se alcanzó la asombrosa cifra de un millón de discos vendidos por semana. Sí, has leído bien. Por semana. Y hoy, más de cuatro décadas después, Thriller ha superado los 100 millones de copias vendidas en todo el mundo. Una cifra que, sinceramente, parece imposible de superar.

Y con los tristes acontecimientos de estos últimos años —la muerte de Jackson, los documentales, las controversias, los juicios paralelos en redes sociales— lo único que ha quedado claro es una cosa: la música sigue ahí. Intocable. Imbatible. Intensa. El legado es demasiado poderoso como para borrarlo con rumores, titulares o prejuicios.

El resto ya es historia del pop. De la cultura. Aunque le pese a más de uno.

Eran otros tiempos, sí. Pero qué tiempos.


27.6.09

Michael Joseph Jackson


Michael Jackson ha muerto.

Al menos, eso es lo que dicen todos, absolutamente todos los medios de comunicación del planeta. No hay canal, emisora, periódico, web o red social que no lo proclame a voz en grito.

Y es curioso —o triste, o revelador, o todo a la vez— porque hace apenas dos días, Michael Jackson era poco menos que un apestado para muchos. Había pasado a ser un personaje incómodo, arrinconado por sus propias sombras y por la hipocresía ajena. Nadie —o casi nadie— hablaba ya de su música, de su arte, de lo que significó. De cómo transformó para siempre la industria del pop. De cómo derribó barreras raciales con un guante blanco y una voz inconfundible. De cómo se ganó al mundo entero bailando sobre la luna con una sencillez que hoy resulta casi dolorosa de recordar.

Porque sí, claro que hubo excentricidades. Hubo rarezas, gestos difíciles de comprender. Pero, ¿alguien se acordaba de aquel joven brillante de principios de los ochenta? ¿De ese niño prodigio que se convirtió en el Rey del Pop sin necesidad de coronas ni castillos? Muy pocos. O, en todo caso, ya no querían recordar.

Y ahora, todo está colapsado.

En esta era en la que ya no se vende ni un maldito CD, sus discos han desaparecido de las estanterías. Se agotan en las grandes superficies, en las pocas tiendas de discos que aún resisten como faros viejos en medio del temporal digital. Las plataformas de streaming no dan abasto. Nadie se quiere quedar fuera del fenómeno.

Esta mañana leía cómo la tormenta cibernética provocada por la muerte de Jackson ha puesto patas arriba Internet. Twitter se ralentizó hasta lo insoportable por la cantidad de usuarios intentando postear, opinar, llorar, recordar. YouTube vio cómo las visitas a sus videoclips se disparaban hasta cifras de locura. Las webs de los grandes periódicos estadounidenses se frotaban las manos mientras las visitas se multiplicaban por cien, como si la muerte también cotizara en bolsa.

Y todo esto no deja de ser un espejo: uno que refleja nuestra memoria selectiva, nuestro culto morboso al mito, nuestra manía de enterrar en vida a los genios para luego resucitarlos con flores y trending topics.

Michael Jackson ha muerto. Sí. Pero para muchos —los que nunca dejaron de escuchar su música, los que sí recordaban aquel joven de los ochenta, los que no necesitan que la muerte les recuerde lo que significa el arte—, Michael nunca se fue del todo.



Harlem le rindió homenaje. Y no en cualquier rincón, sino en el legendario Teatro Apollo, el mismo escenario donde, décadas atrás, se convirtieron en leyendas los grandes músicos negros del jazz. Un templo cargado de historia, donde Billie Holiday, James Brown, Ella Fitzgerald o el propio Michael Jackson fueron más que artistas: fueron símbolos de resistencia y belleza en tiempos en los que a los afroamericanos se les prohibía cantar o tocar en clubes de blancos.

Por eso, aquella despedida popular en Harlem no tuvo el tono solemne de un adiós definitivo. Fue más bien un recibimiento. Un reencuentro. Como si Michael volviera a casa, al corazón mismo de la música negra, a ese lugar donde lo que importa no son los escándalos, ni las cifras, ni los titulares, sino lo único que queda cuando todo lo demás se apaga: la música.
Y en Harlem, la música es sagrada.

Mientras tanto, en el otro extremo del espectro, el poder también se inclinaba. Se guardó un minuto de silencio en Wall Street —donde el dinero rara vez se detiene—, en el Congreso de los Estados Unidos, en la mismísima Casa Blanca. El propio presidente Obama lo dijo sin rodeos: Michael Jackson fue un artista espectacular y un auténtico icono de la música. Así, con esas palabras. Directo, sin adornos. Como se habla cuando se reconoce a alguien que fue más que una estrella.

Y entonces, las calles comenzaron a llenarse.
París, Madrid, Londres, Nueva York, Buenos Aires, Tokio, Shanghái... Las ciudades del mundo parecían conectadas por una misma canción. Multitudes espontáneas salieron a bailar, a cantar, a llorar, a sostener carteles, a encender velas. La música —la misma que algunos querían olvidar hace apenas días— volvía a sonar en todas partes.

Incluso en Gary, Indiana, su pueblo natal, ese rincón obrero donde comenzó todo, hubo vigilia. Aunque algún redactor despistado del Telediario de La 1 se empeñara hoy en situar su nacimiento en Los Ángeles, demostrando una vez más que la documentación a veces es la gran ausente en las redacciones.

Pero ahí estaba Gary. Con su gente, con sus calles humildes, con la casa de los Jackson aún en pie. Y ahí estaba el mundo, despidiendo a Michael, no como una figura polémica, ni como un producto de la industria, ni siquiera como el "Rey del Pop", sino como lo que realmente fue: un creador inmenso. Un tipo que convirtió su cuerpo en instrumento, su voz en latido, y su arte en puente entre generaciones, razas y países.

La música permanece. Y hoy, más que nunca, se escucha con el respeto que siempre mereció.



Dicen que todos empezamos a morir justo en el momento en que nacemos. Yo no lo veo así. Para mí, empezamos a morir cuando comienzan a faltarnos esas personas, esos elementos, esos fragmentos de vida que han formado parte de lo que somos. Cuando desaparecen aquellos que nos han acompañado sin estar físicamente a nuestro lado, pero que estaban ahí, siempre, como una presencia constante.

Y es que más de 25 años escuchando su música… son muchos años. Una vida entera, prácticamente. Y uno no escucha simplemente canciones: uno las vive. Las asocia a momentos, a lugares, a personas. Una canción es un puente a un instante perdido. Bad sonando en el radiocassette del coche, mientras conducías sin destino. Esa bandera de BAD colgada durante años en la pared de tu cuarto. Los pósters descoloridos, las fotos clavadas con chinchetas. Aquella camiseta de Moonwalker que llevabas con orgullo. Y tantas, tantas tardes tumbado en el sofá, con los auriculares puestos, dejando que su voz lo llenara todo.

Dicen que ha muerto Michael Jackson. Pero yo, honestamente, no me lo creo.

¿Acaso ha muerto Elvis? ¿John Lennon? ¿Freddie Mercury? ¿Enrique Urquijo? ¿Bob Marley?
No. No lo están. Siguen aquí. Permanecen. En cada canción que suena por la radio, en cada vinilo polvoriento que vuelve a girar, en cada CD olvidado en la guantera del coche, en cada descarga, en cada lista de reproducción, en cada persona que —sin saber muy bien por qué— tararea un estribillo, mueve los pies, sonríe.

El pasado sábado, en una boda en tierras gaditanas, pusieron Billie Jean. Y, ¿sabes qué? Nadie se quedó indiferente. Unos cantaban, otros bailaban. Algunos apenas sabían la letra, pero ahí estaban, siguiendo el ritmo, dejando que la canción hiciera su trabajo. Porque Billie Jean no necesita presentación. Es una de esas canciones que lo atraviesan todo: generaciones, estilos, gustos. Es parte de nuestro inconsciente colectivo.

Ha muerto Michael Jackson, dicen. El Rey del Pop. Lo repiten en cada rincón, en cada telediario, en cada red social, como si quisieran convencernos. Pero yo sigo sin creérmelo. Porque alguien que formó parte de nuestras vidas de una forma tan profunda, tan física y tan emocional, no desaparece así como así. Porque la música —la verdadera música— no muere nunca.

Y Michael era música.


26.6.09

No me lo puedo creer


No es cierto. No puede ser verdad. Son las 3:00 de la mañana, una hora poco corriente por estar sin poder dormir levantado un día de diario y tener que trabajar dentro de pocas horas. No sé como ni porqué me ha dado por ver las noticias de última hora en la edición digital de El Pais y la portada que me encuentro es: FALLECE MICHAEL JACKSON. ¿Es una broma?. No sé que más decir, sólo que hasta las personas inmortales dejan de existir tarde o temprano. No me lo creo, estoy ahora mismo en una especie de niebla mental, en serio. Es mentira, debe ser una mentira. Sigo sin poder creermelo.

25.6.09

Charlie's Angels

Farrah Fawcett Kate Kackson Jacklyn SmithCharlie's Angels

Hoy ha fallecido Farrah Fawcett. Tenía 62 años.

Con su muerte, no solo se va una actriz, un rostro icónico, una melena que marcó tendencia. Se apaga también un pedazo de la televisión de los años setenta, esa época dorada que tantos de nosotros llevamos tatuada en la memoria, aunque a veces no nos demos cuenta.

Farrah fue, para muchos, mucho más que Jill Munroe en Los ángeles de Charlie. Fue símbolo de una época en la que la televisión comenzaba a abrir nuevos caminos, a proponer modelos distintos, a jugar con el formato y el espectáculo. Su sonrisa, su fuerza en pantalla, su carisma natural hicieron que millones se sentaran frente al televisor con la emoción de quien presiente que está viendo algo especial.

Este pequeño y humilde homenaje no es solo para ella, sino para todas aquellas series de los años setenta que marcaron época: Starsky & Hutch, Kojak, Colombo, La mujer biónica, El increíble Hulk, Vacaciones en el mar, El hombre de los seis millones de dólares, Misión imposible, Hawai 5-0, entre tantas otras. Historias que nos llegaron con otros ritmos, otros colores, otro lenguaje… pero que siguen siendo, a día de hoy, una fuente inagotable de inspiración para las series y películas actuales.

Porque todo parte de ahí. De esas tramas sencillas pero ingeniosas, de esos personajes inolvidables, de esa forma casi artesanal de hacer televisión que, a pesar del paso del tiempo, continúa viva en la nostalgia, en los homenajes, en los remakes, y sobre todo, en la memoria de los que crecimos con ellas.

Hoy ha fallecido Farrah Fawcett. Pero su imagen —eterna, radiante— seguirá sonriendo en la pantalla cada vez que alguien, por casualidad o por amor al recuerdo, vuelva a ver uno de esos capítulos donde los ángeles no necesitaban alas para volar.


13.6.09

Money Never Sleeps, secuela de Wall Street


El inolvidable tiburón sin escrúpulos de las finanzas, Gordon Gekko, interpretado magistralmente por Michael Douglas en 1987, regresa al cine. La icónica actuación de Douglas bajo la dirección de Oliver Stone le valió un Oscar al Mejor Actor, y ahora la saga retoma vida con una continuación que, tras años de rumores, finalmente está en producción y a punto de comenzar su rodaje.

La nueva película sitúa la trama justo antes del estallido de la crisis financiera actual. Gekko acaba de salir de prisión tras pasar casi dos décadas tras las rejas. Su prioridad absoluta ahora es retomar la relación con su hija, que mantiene una relación sentimental con un joven corredor de bolsa exitoso, interpretado por Shia LaBeouf —conocido por Transformers e Indiana Jones 4.

La historia se complica cuando el mentor del joven corredor se suicida, al verse involucrado en un oscuro y turbio asunto financiero. El joven, convencido de que otro despiadado hombre de finanzas —papel que encarna Javier Bardem— es el responsable, buscará la ayuda de su suegro recién liberado de prisión para desenmascarar y detener las maquiavélicas artimañas de este enemigo común.

Con un reparto de primer nivel y una trama que promete captar la tensión y la corrupción del mundo financiero actual, esta secuela de Wall Street aspira a repetir el éxito y la relevancia de la original, adaptándose a los tiempos modernos sin perder la esencia que convirtió a Gordon Gekko en un icono del cine.


La película se titulará Money Never Sleeps y, como en la original, contará con Oliver Stone en la dirección. Para mí, Wall Street es una de las mejores películas de la década de los ochenta —una obra que capturó a la perfección la ambición, la codicia y la ética cuestionable del mundo financiero de su época—, así que confío en que esta secuela esté a la altura y consiga adaptar con éxito el personaje de Gordon Gekko a unos tiempos muy diferentes a los que vimos en 1987.

Un detalle a destacar es que el personaje interpretado por Charlie Sheen, eje fundamental en la trama original, no aparecerá en esta continuación. Esperemos que el hueco que deja no se note demasiado y que la historia logre mantener su fuerza sin él.

Aunque aún no disponemos de imágenes ni material oficial del nuevo film, los fotogramas que acompañan este texto son de aquella ya mítica película que marcó época y que nos dejó escenas inolvidables.