Hace ya tiempo que no veo a Manuel, pensaba el otro día mientras recorría, como cada mañana, las calles silenciosas que bordean el río Albarregas. Era habitual encontrarlo sentado, casi con puntualidad de reloj de sol, en el banco junto a la puerta de su casa, no muy lejos del viejo acueducto de los Milagros, que se alza sereno y ajeno al paso del tiempo.
Allí esperaba, con la paciencia aprendida en los inviernos largos, al cartero que siempre llegaba con alguna carta del banco Santander.
—¿Me escribe hoy mi “amigo” Botín? , me preguntaba con una sonrisa leve y cansada, rota a veces por la tos persistente que le dejaban sus pulmones castigados. Era una broma que repetía a menudo, casi como un ritual. Y yo le seguía el juego, como quien no quiere romper la liturgia de la costumbre.
A veces imaginaba que no estaba, que tal vez habría viajado a Mallorca con ese hijo suyo, huyendo del frío de "mataperros" que hiela hasta el alma. Pero lo cierto es que, cuando volvía a verlo en su banco de siempre, lo que más le escuchaba quejarse era del calor abrasador del verano.
—Date prisa y termina pronto, que se te va a derretir el casco en la cabeza ,me decía entre risas mientras me ofrecía un vaso de agua o algo fresco que casi siempre declinaba, con la prisa de quien lleva la moto llena de entregas, pero con un agradecimiento sincero.
Fueron pasando los días. Muchos. Y la puerta de su casa permanecía cerrada, silenciosa, con el buzón tragando cartas sin leer. Yo dejaba ahí, cada mañana, una más de su "amigo" Botín. Pero algo dentro de mí empezaba a sospechar lo que no quería nombrar.
Hasta que hoy, al fin, vi la puerta entreabierta. Sentí un vuelco. Pero el banco estaba vacío.
Me acerqué con ese paso inseguro de quien teme confirmar lo que ya intuía. Y entonces salió su mujer. Vestida de negro riguroso, con el rostro hundido en lágrimas y dignidad, me miró y, con voz temblorosa, me dijo:
—Mi marido ya no hablará más contigo.
Y no sé por qué, pero lo supe antes de que terminara la frase. Lo supe sin necesidad de escucharla entera. El silencio de aquellas mañanas había tenido un sentido.
Hoy, como tantos otros días, dejé otra carta de Botín en su buzón. Una más. Una que ya nadie abrirá.
Botín no sabe , y nunca sabrá, que Manuel se marchó para siempre un 9 de febrero.
Pero yo sí. Yo lo sabré cada vez que pase por ese banco vacío, donde ya no me esperan sonrisas, ni bromas, ni vasos de agua.
Solo el eco suave de una vida sencilla que, sin hacer ruido, dejó un hueco enorme en las rutinas de un barrio cualquiera.
Este año no voy a hacer un pronóstico completo de los Oscar, que se entregan el próximo lunes. Sólo quiero manifestar mi apuesta personal: Mickey Rourke.
Después de ver The Wrestler (El luchador), aunque aún no se ha estrenado oficialmente en España, me atrevo a decir que su interpretación es sencillamente brutal. La he visto en versión original con subtítulos, como debe ser, y os aseguro que emociona, conmueve y desarma.
Si no le dan el Oscar a Mejor Actor Principal —cosa que, lamentablemente, puede pasar— dudo mucho que vuelva a tener otra oportunidad tan clara como esta. Su regreso a lo grande, con una interpretación tan honesta y devastadora, merece sin duda la estatuilla.
Y ya que estamos, otro Oscar que parece cantado es el de Heath Ledger por El caballero oscuro. Más allá de las razones interpretativas, que las hay y de sobra, todos sabemos que este será un reconocimiento póstumo a un talento descomunal apagado demasiado pronto.
No haré quiniela completa, pero en estas dos categorías tengo claro por quién apuesto.
Ya está disponible el primer tráiler promocional en español de lo nuevo de Quentin Tarantino, un cineasta que, para mí —y para muchos—, es uno de los genios más inclasificables y brillantes del cine contemporáneo.
Teniendo en cuenta su particular filmografía, una película ambientada en la Segunda Guerra Mundial promete ser, como mínimo, un espectáculo visual y narrativo fuera de lo común.
Brad Pitt lidera un reparto que incluye nombres como Eli Roth, Paul Rust, Rod Taylor y la siempre presente voz en off de Samuel L. Jackson, entre otros.
La trama gira en torno a un grupo de soldados aliados condenados a muerte que reciben una segunda oportunidad: salvar sus vidas si aceptan llevar a cabo una misión suicida tras las líneas enemigas. El tono tarantinesco está servido: violencia estilizada, diálogos afilados y una visión de la historia pasada por su filtro único.
Tras muchos retrasos —la película empezó a gestarse antes incluso que Kill Bill y se esperaba inicialmente para 2006—, el estreno está previsto por fin para finales de agosto. En su día se rumoreó incluso la participación de Sylvester Stallone, pero finalmente no fue posible.
Disfrutad del tráiler… y sobre todo id haciendo hueco en vuestras agendas. A mí no me faltan ganas de verla.
Ocurrió más o menos por estas fechas, a principios de febrero. Una mañana cualquiera de un invierno tan crudo como este, en la que Juanjo y yo nos dirigíamos al colegio con el pequeño aliciente de que era viernes. Ese día tenía algo especial: la mayoría nos quedábamos a comer allí. Los Salesianos, como cada año, participaban en la campaña contra el hambre. Consistía en quedarnos al mediodía para comer un simple bocadillo, que comprábamos en el colegio como gesto de solidaridad con quienes pasaban hambre en el llamado tercer mundo. El dinero recaudado se enviaba a las misiones. Para nosotros, niños de apenas diez años, era una especie de evento, una excusa para pasar más tiempo juntos, aunque el motivo real fuese mucho más serio.
Como en tantas otras mañanas, Juanjo me iba contando la película que había visto la noche anterior en su reproductor Beta. Era uno de los pocos que tenía uno en casa, así que disfrutaba del privilegio de ver películas que para nosotros eran casi exóticas: Pajares y Esteso, Jaimito, alguna de Bruce Lee... Las comentaba con entusiasmo, imitando voces, gestos y hasta los golpes. No es que hubiera mucho donde elegir: apenas existían videoclubs, y los que había contaban con un catálogo muy limitado.
Entre patadas voladoras y señoritas ligeras de ropa, hizo un paréntesis en su relato:
—¿Sabes? Anoche, cuando salía de las clases particulares con Don Rafael, unas niñas que también van salieron un momento al kiosco... y cuando regresaron, volvían con la cabeza llena de copitos de nieve.
—¿De verdad? —pregunté, con escepticismo.
—Sí, sí. Lo que pasa es que cuando salí yo ya no nevaba. Se había derretido todo. Pero cayeron, te lo juro.
—Pues no sé... No he oído nada, y mi padre, que ayer trabajó de tarde, no comentó nada cuando volvió por la noche.
—Mi madre escuchó esta mañana en la radio que iba a nevar por aquí —insistió.
—Ojalá nevara... Yo nunca he visto la nieve.
Llegamos al colegio. Nadie mencionó nada sobre lo que me había contado Juanjo. Ninguno de nuestros compañeros parecía haber visto o sabido nada de esa misteriosa nevada nocturna.
La mañana transcurrió con la normalidad habitual de unos niños de 5º de EGB. De vez en cuando, mientras hacíamos cuentas o coloreábamos en clase de plástica, yo miraba por la ventana. El cielo, encapotado y gris, parecía prometer algo, aunque también podía torcerse todo y ponerse a llover. Eso sí que habría arruinado el día.
Llegó la hora de la salida. En lugar de volver a casa como hacíamos de lunes a jueves, nos pusimos en fila para comprar el bocadillo. Aquel rato, entre bocado y carrera, se convirtió en un recreo larguísimo que duró hasta las tres de la tarde, hora de volver a las aulas.
Estábamos ya formados en el patio cuando alguien empezó a gritar:
—¡Está nevando, está nevando!
Al principio no vi nada. El cielo seguía gris, pero no distinguía ni un solo copo. Sin embargo, tras unos segundos, empecé a notar cómo unas pequeñas motitas blancas descendían, flotando como plumas, zigzagueando en el aire movidas por una brisa leve. Fue una locura. Todos alzábamos las manos, intentando atrapar uno de aquellos minúsculos copos, riendo como si nos hubiese tocado la lotería.
Pero duró poco. Los copos dejaron de caer. Volvimos a entrar al aula con una mezcla de ilusión y desilusión, como quien ha visto fugazmente algo mágico que ya no volverá.
Pasaron apenas cinco minutos cuando otra voz interrumpió la rutina:
—¡Otra vez está nevando!
—¿Otra vez? —pensé—. Pero si antes apenas cayeron unos copillos ridículos. Aquí nunca nieva de verdad.
Me acerqué a la ventana sin mucha esperanza, y lo que vi me dejó sin aliento: ahora sí, nevaba de verdad. Copos grandes, pesados, cruzaban el aire y caían con decisión. En segundos, el suelo empezó a cubrirse de blanco. Todos nos apelotonamos junto a los cristales, boquiabiertos, incapaces de creerlo.
—Don Miguel, Don Miguel, déjenos salir al patio —suplicó uno de los compañeros.
Lo que comenzó como una petición tímida se transformó en un clamor:
—¡Al patio, al patio!
Nuestro profesor, que también parecía hipnotizado por aquel espectáculo, accedió con una sonrisa.
—Venga, todos al patio.
Como si se tratara de una evacuación urgente pero feliz, salimos disparados, dejando libros y estuches sobre los pupitres. Pronto el resto de las clases hicieron lo mismo. El colegio entero se transformó en un improvisado parque de juegos. Nunca un recreo fue tan memorable.
No hubo más clases aquella tarde. Corrimos, nos lanzamos bolas de nieve, hicimos ángeles en el suelo, jugamos hasta que nos dolían los dedos de frío. Recuerdo que incluso alguien evocó en voz alta uno de los cuentos que habíamos leído en clase: Los lobos bajan al llano. Allí, la nieve también era protagonista.
El regreso a casa fue una aventura en sí misma. El trayecto que normalmente hacíamos en veinte minutos, esa vez lo hicimos en más de una hora. Cada rincón era una oportunidad para una nueva batalla, para construir otro muñeco de nieve, para empaparnos hasta las rodillas.
Al llegar, abrí la puerta empapado. Mi hermano, que había llegado a mediodía desde Cáceres y se había pasado la tarde dormido en el sofá, me miró perplejo.
—¿Pero tú de dónde vienes así?
—Asómate a la calle —le dije.
Aún medio dormido, con el pelo revuelto, se puso una chaqueta encima del pijama y salió. Tardó unos segundos en reaccionar, pero luego se quedó embobado, caminando por la acera como si intentara comprobar que aquello era real.
Esa noche volvió a nevar. El cielo adquirió un tono rojizo que nunca he vuelto a ver, como si se incendiara en silencio sobre nuestras cabezas.
A la mañana siguiente, el barrio entero salió a jugar al parque que por entonces aún estaba en construcción. Recuerdo a la madre de Juanjo grabando la escena con un tomavistas. Esas imágenes, que nunca volví a ver, me gustaría recuperarlas algún día. Durante varios días más, la nieve resistió en las esquinas donde el sol no alcanzaba a derretirla. Pero no cayó ni un copo más.
Decían los mayores que hacía treinta años que no nevaba en Mérida. Me dio cierta pena pensar que si tenían razón, quizá no volvería a vivir algo así. Pensé que tal vez al año siguiente volvería a nevar. O como mucho, un par de años después.
Han pasado ya veintiséis inviernos desde entonces.
Y sin embargo, sigo recordando aquella nevada con los mismos ojos de aquel niño de diez años. Como si hubiera ocurrido ayer.
Este vídeo tiene ese pequeño y delicioso toque nostálgico de los años 80. Y es que Loquillo ha querido rendir homenaje a aquellas viejas glorias del baloncesto español que nos hicieron soñar —y vibrar— a mediados de esa década mágica, con su momento más glorioso: la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984.
Uno no puede evitar esbozar una sonrisa al ver de nuevo a leyendas como Juan Antonio San Epifanio “Epi”, Nacho Solozábal, Agustí Cuesta, Javier Mendiburu, a mi paisano Manolo Flores y al enorme Andrés Jiménez, a quien siempre admiré profundamente. Hoy, con unos cuantos años más, algo menos de pelo y algún kilillo de más, siguen derrochando carisma.
También se anima el propio Loquillo a lanzar unos tiritos, recordando que en su juventud llegó a compartir cancha con algunos de ellos.
Más allá de la curiosidad del vídeo, la canción está realmente bien, con ese tono entre melancólico y combativo que tan bien maneja el Loco.
Estoy seguro de que si Antonio Díaz Miguel viviera, habría sido el complemento perfecto para aparecer en este videoclip que es, en sí mismo, una cápsula del tiempo.
"Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos. El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá. El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo:¡¡No desesperéis¡¡. La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás. ¡Soldados! ¡No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que os obligan ha hacer la instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. ¡No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina! ¡Vosotros no sois máquinas! ¡Sois hombres! ¡Con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No odiéis! ¡Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados!. ¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud! ¡Luchad por la libertad! En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En vosotros! Vosotros, el pueblo tenéis el poder, el poder de crear máquinas. ¡ El poder de crear felicidad !Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad. Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder. ¡Pero mienten! No han cumplido esa promesa. ¡No la cumplirán! Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. ¡Soldados, en nombre de la democracia, unámonos! Hannah, ¿puedes oírme? ¡Dondequiera que estés, alza los ojos! ¡Mira, Hannah! ¡Las nubes están desapareciendo! ¡El sol se está abriendo paso a través de ellas! ¡Estamos saliendo de la oscuridad y penetrando en la luz! ¡Estamos entrando en un mundo nuevo, un mundo más amable, donde los hombres se elevarán sobre su avaricia, su odio y su brutalidad! ¡Mira, Hannah! ¡Han dado alas al alma del hombre y, por fin, empieza a volar! ¡Vuela hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza! ¡ Alza los ojos, Hannah! ¡ Alza los ojos!".
Charles Chaplin en "El gran dictador" (The great dictator) Dirigida por el propio Charles Chaplin en 1940.
Imagina una película de animación donde el bicho raro no es el alienígena... sino el humano. Y por su aspecto, no parece que vaya a decepcionar.
Todo comienza un apacible día en una localidad tranquila y sosegada de un planeta cualquiera… hasta que una nave espacial aterriza de golpe, alterando por completo la rutina de sus curiosos habitantes. Hasta aquí, podría parecer una peli clásica de ciencia ficción de serie B, muy al estilo de los años cincuenta o sesenta.
Pero aquí viene el giro: el planeta no es la Tierra. Está habitado por extraterrestres. Y el extraterrestre invasor… somos nosotros.
No os voy a contar más —que para eso están los tráilers, y creedme, este no os va a disgustar—, pero sí hay un par de cosas que merece la pena destacar.
Para empezar, aunque la película se estrenará primero en Estados Unidos, es una producción española. Y no una cualquiera: con un presupuesto de unos 50 millones de euros, se convierte en la película de animación más cara de la historia del cine español. Casi "ná".
Su estreno está previsto para julio, así que id marcando el calendario, porque promete ser una de esas películas que hacen ruido… en el buen sentido. Para ver la página oficial de la película pinchar aqui
El vídeo que acompaña a este post es mucho más que una charla. Son apenas diez minutos, pero te aseguro que si decides verlo, no te vas a arrepentir.
Tal vez algunos ya lo conozcáis: lleva más de dos millones de visualizaciones, y no es para menos. En él, Randy Pausch, profesor de informática, nos regala una pequeña conferencia —o más bien, un testimonio vital— sobre la importancia de las pequeñas cosas, de las personas que nos rodean y de esos problemas que, con un poco de sentido común y voluntad, dejan de parecer tan graves.
Lo más sobrecogedor es que quien lo dice sabía que le quedaban pocos meses de vida. A Randy le diagnosticaron un cáncer de páncreas, y aun así, eligió no rendirse al dolor, sino compartir esperanza, humor y verdad.
A mí, personalmente, me ha hecho reflexionar mucho. Sobre lo efímera que es la vida, sobre esos tesoros cotidianos que tenemos delante y dejamos pasar sin darnos cuenta.
Si al menos os remueve un poco por dentro, como me ha pasado a mí, me doy por más que satisfecho.
Sylvester Stallone vuelve a la carga, y esta vez bien armado... pero no hablamos de explosivos ni ametralladoras (aunque seguro que tampoco faltan), sino de un elenco de auténtico lujo que promete acción por los cuatro costados.
Según las primeras informaciones, Stallone estará acompañado por nombres que son puro músculo cinematográfico: Jason Statham, Jet Li, Forest Whitaker, Dolph Lundgren (sí, el mismísimo Ivan Drago, 23 años después de “Rocky IV”) y el resucitado Mickey Rourke, que por entonces sonaba fuerte como nominado al Oscar por The Wrestler. También se suma Randy Couture, conocido por los fans de las MMA.
Como guinda, está pendiente la confirmación de Sandra Bullock, quien interpretaría a una agente del gobierno. Una incorporación que daría aún más peso (y carisma) al reparto.
La película se titula “The Expendables”, y nos cuenta la historia de un grupo de mercenarios contratados para derrocar a un dictador sudamericano. Muchos se han preguntado si se trata de una nueva entrega de Rambo, pero de momento Stallone lo desvincula, aunque ha dejado caer que podría haber una secuela más del veterano John Rambo tras el éxito de la cuarta parte.
El propio Stallone firma el guión y se pone tras la cámara como director. El rodaje comienza en marzo, aunque aún no hay fotos oficiales, póster ni tráiler.
Pero tranquilos… seguiremos informando. Porque esto huele a cine de acción de la vieja escuela, del que deja marcas y levanta aplausos.
Lo de este tipo roza lo inaudito. En una reciente entrevista concedida a Vanity Fair, ha soltado una perla que deja sin palabras: asegura que la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de EE.UU. es “un exotismo histórico” y “un previsible desastre económico”.
Pero no se detiene ahí. Por si no fuera suficiente, añade que George W. Bush es “un gran estadista” que está atravesando “la hora de la ingratitud” en su despedida. Cuesta decidir si lo más asombroso es su desfachatez o su desconexión de la realidad.
No sorprende viniendo de alguien con una trayectoria marcada por posiciones reaccionarias, rancias e intolerantes. Y ni siquiera merece el desprecio: porque incluso eso sería otorgarle más atención de la que merece. A veces el silencio es la única respuesta digna ante tanta desfachatez.
En fin… teniendo en cuenta que todavía hay quienes se atreven a negar el Holocausto, declaraciones así, por delirantes que sean, dejan de sorprender. Pero no por eso deben dejarse pasar.
En una noche como esta, en la que todos —o casi todos— volvemos, aunque sea por un instante, a nuestra infancia, no he podido evitar acordarme de un vídeo que siempre me toca la fibra: “The Power of Love”, de Frankie Goes To Hollywood.
Han pasado más de veinte años desde que se estrenó, pero sigue teniendo esa mezcla de emoción, magia y melancolía que lo hace perfecto para la noche de Reyes.
Para quienes guardamos con nostalgia esa noche especial —de nervios, zapatillas junto a la puerta y sueños imposibles—, este vídeo puede ser un pequeño viaje al corazón. Y quién sabe… tal vez mañana os despertéis con algo más que regalos: con la sensación de haber recuperado, aunque sea por unos minutos, esa ilusión intacta de cuando éramos niños.
Que esta noche os traiga todo aquello con lo que soñáis.
No puede haber justificación posible para un ataque de tal magnitud. En pleno siglo XXI, resulta devastador comprobar que estas barbaries siguen ocurriendo ante nuestros ojos, con la misma crudeza de siempre.
A menudo pensamos en la guerra como algo lejano, como imágenes en blanco y negro que pertenecen a los libros de historia. Pero no es cosa del pasado. Sigue sucediendo. Y lo más desesperanzador es que nadie parece hacer nada por evitarlo.
Comenzamos un año cargado de esperanzas, de anhelos de mejora colectiva, de cambios necesarios… pero lo cierto es que este inicio no puede ser más sombrío.
Un mal comienzo. Para todos.
El sentimiento generalizado, a nivel mundial, es que tú, año 2008, al marcharte, tanta paz lleves como descanso dejas. Para 2009, muchos creen entrever rayos de luz y esperanza allá en el horizonte. ¿Un espejismo? ¿Acaso lo peor está aún por llegar, como algunos auguran? ¿Y no son los mismos que vaticinaban un buen 2008 en lo económico? Quién sabe. Hay disparidad de pareceres a la hora de intentar adivinar qué nos deparará este año que está a punto de comenzar.
Sin poder evitarlo, me viene a la mente aquella frase de Bertrand Russell: “Un pesimista es un imbécil antipático y un optimista, un imbécil simpático, porque ninguno de los dos sabe lo que va a pasar.”
Por mi parte, solo deseo que todos los que pasáis de vez en cuando por aquí tengáis un 2009, al menos, un poco mejor que el año que termina. Que ya es mucho.
Nos leemos el año que viene. Un abrazo a todos.
Para los que os habéis quedado con las ganas de una cuarta parte de Regreso al futuro, aquí tenéis una desternillante parodia de lo que podría ser esa continuación. No faltan personajes cinematográficos tan ochenteros como Elliot, el de E.T., los de Los bicivoladores o los Cazafantasmas. Joaquín Reyes y los suyos, como siempre, dando en la tecla con su humor para toda una generación de treintañeros que creció entre cintas VHS, bocadillos de nocilla y tardes de videoclub.
Una joyita para reírse a carcajadas y, de paso, hacer las paces con el niño ochentero que todos llevamos dentro. No os la perdáis.
La verdad es que tenía mis dudas sobre repetir la misma fórmula del año pasado en el Día de los Santos Inocentes, pero al final me animé a lanzar una bromilla muy parecida… y, je, je, algunos habéis picado el anzuelo.
En efecto, no existe ninguna secuela de Regreso al Futuro. El supuesto teaser-tráiler que circula por la red no es más que un video fake, uno más de esos que pululan por internet con falsas secuelas o remakes de películas míticas. Si os fijáis bien, el audio es de la primera película de la saga y las pocas imágenes que aparecen no tienen nada que ver con ninguna de las entregas. ¡¡Pero si hasta sale una imagen de Jurassic Park con el DeLorean incrustado ahí, cortesía de algún bromista avispado!! Je, je, je.
En cuanto a la imagen promocional donde aparece Christopher Lloyd en el papel de Emmett Brown junto al supuesto hijo de Marty McFly, tiene una explicación curiosa. Resulta que originalmente Regreso al Futuro comenzó a rodarse con Eric Stoltz como protagonista, pero a los pocos días, el director Robert Zemeckis no quedó convencido y finalmente logró contar con Michael J. Fox, quien era su primera opción. Por problemas laborales con la serie en la que participaba, Fox no pudo empezar desde el principio. Así que esa foto no es de “25 años después”, sino que ¡casi tiene esos 25 años ya! Je, je, je.
Respecto al reparto, sí, Michael J. Fox, Christopher Lloyd, Lea Thompson y Thomas F. Wilson participaron en las tres películas de la saga. Pero Cozy Powell, mencionado en algún lado, era un virtuoso de la batería ya fallecido; Tyrone Bogues fue un jugador de la NBA conocido por ser el más bajito, midiendo solo 1,59 metros; Greg Iles es un exitoso escritor de bestsellers como El prisionero de Spandau y Gas letal; y Marion Crane, para los que recuerdan Psicosis (1960), era el personaje que interpretaba Janet Leigh y que moría en la famosa escena de la ducha. ¡Je, je, je!
En fin, espero que no os haya sentado mal la bromilla. Yo me lo he pasado pipa, y al igual que el año pasado con la supuesta cuarta parte de El Padrino, si a alguno os habíais hecho ilusiones con esta ficticia secuela os diré que, efectivamente, se ha rumoreado en varias ocasiones, e incluso hace unos meses se hablaba de un posible remake. Pero, como siempre, sólo el tiempo lo dirá.
P.D.: La fotografía data de mayo de 1990, en la premiere de la tercera parte de la saga, donde podemos ver al director Robert Zemeckis y a los guionistas Bob Gale y Neil Canton, mostrando unas camisetas en las que expresan claramente su negativa a una cuarta parte.
Ya está disponible el primer y muy breve teaser-tráiler de la tan esperada secuela de Regreso al Futuro. Es breve, no solo porque la película aún está en postproducción, sino también porque quieren mantener ese halo de misterio que rodea a la saga y no revelar demasiado de la trama.
La realización de esta nueva entrega no ha sido tarea fácil. Primero, hubo que convencer a Robert Zemeckis para que volviera a ponerse tras las cámaras, algo que no era sencillo, dado que en 1990 declaró que con la tercera parte se había cerrado un ciclo. Luego, persuadir a Steven Spielberg para que retomara su papel como productor y, finalmente, conseguir que Michael J. Fox y Christopher Lloyd regresaran para interpretar nuevamente a Marty McFly y al loco doctor Emmett Brown.
Aunque la participación de Michael J. Fox es bastante reducida debido a sus problemas físicos, el eje central de la historia gira en torno a su hijo George McFly, interpretado por el célebre joven actor Daniel Radcliffe. Completa el reparto un elenco curioso y variado: Lea Thompson, Thomas F. Wilson, Cozy Powell, Tyrone Bogues, Greg Iles y Marion Crane, entre otros.
Muy llamativa es la imagen promocional que muestra al doctor Emmett Brown enseñando lo mismo al hijo de Marty, casi 25 años después, un guiño nostálgico para los seguidores de la saga.
Aunque aún queda bastante para el estreno, previsto para septiembre de 2009, los nostálgicos adolescentes ochenteros ya podemos ir preparándonos para este nuevo viaje a través del tiempo. En esta ocasión, el renovado DeLorean nos llevará por varios momentos clave de la historia de la humanidad, con la siempre peligrosa posibilidad de alterar el curso de los acontecimientos.
Y es que, en estas fechas, queramos o no, casi siempre hay algo que celebrar. En realidad, la cena no se planificó como la típica reunión navideña entre compañeros —de las cuales, por cierto, no estoy en contra—, sino más bien como una excusa para juntarnos una noche a cenar y luego salir de juerga entre compañeros que, además, son amigos. Y eso, creedme, no es algo que puedas decir de todo el mundo con quien trabajas en tu lugar de trabajo.
Pero bueno, ya que estamos, ¿qué demonios? Si hay que unirse a la fiesta, pues se une y punto.
No voy a hacer aquí un alegato ni a favor ni en contra de las Navidades, porque además son las 15:49 de la tarde y todavía no me he acostado. Y siendo día 24, con todo lo que conlleva, no me va a dar tiempo a dormir, así que, de empalmada (que no os imaginéis cosas raras), os deseo que paséis una feliz noche. Tan feliz como podáis, sea dentro de un mes, el 17 de mayo, el 15 de julio o cuando sea. Pero si tenéis que tragar con las fiestas, como tragamos todos, que al menos tengáis momentos gratos y felices.
Ahí os dejo unas fotillos de la noche, y de fondo, el único tema navideño que grabó Queen con Freddie Mercury al frente.
Están muy de moda en el cine las biopics. Es más, han alcanzado tal nivel de aceptación que ya casi se les considera un género propio dentro del fascinante y maravilloso mundo del séptimo arte. Hace un tiempo leía que se estaba llevando a cabo —o al menos se proyectaba— una película sobre la historia de Milli Vanilli. Tal vez los más jóvenes no los recuerden, pero quienes ya hemos pasado con creces la barrera de la treintena seguro que sí.
Y es que lo de Milli Vanilli fue, en su día, el mayor engaño —que se sepa— que la industria musical ha colado al público. Aquellos tiempos comenzaron a estar plagados de cantantillos, karaokistas y grupillos de laboratorio que se reproducían como setas, y de los que hoy en día ya estamos más que saturados. Pero lo de Milli Vanilli fue otro nivel. Un escándalo a escala mundial.
No tanto por descubrirse que no eran ellos quienes cantaban en sus discos —se limitaban a poner sus bonitas caras, sus rastas impecables y sus torsos musculados al servicio del marketing—, sino porque lo hacían mientras saltaban y danzaban sobre el escenario bordando un playback de las voces de otros. Voces que, tiempo después, descubrimos que pertenecían a tipos mucho menos agraciados, casi como ver a Juan Tamariz chupando un limón en una foto de carnet.
Lo peor no fue el montaje, sino que les colaron a todos. Los agasajaron con premios internacionales, cosecharon éxitos millonarios... ¡hasta un Grammy se llevaron! El ridículo total llegó en un supuesto concierto en directo, cuando el playback falló, y el tinglado se vino abajo. El público empezó a olerse la tostada, y el escándalo se desató. La historia de Milli Vanilli pasó de ser la de dos ídolos pop a la de dos marionetas en una gran mentira musical.
El dúo en cuestión estaba formado por Fabrice Morvan y Rob Pilatus. Dicen quienes trataron con ellos que, en realidad, no cantaban mal, pero el productor Frank Farian prefería las voces de unos músicos conocidos suyos, más curtidos y, según él, más “radiofónicos”. El resultado fue un bombazo: vendieron millones de discos —cuando aún se vendían discos—, fueron portada de todas las revistas musicales y juveniles de la época, y la fama, con un solo álbum en el mercado, fue brutal y apoteósica.
Pero no todo eran focos y lentejuelas. Tras esos dos años de celebridad, dinero y reconocimiento, también hubo frustración, ansiedad y una profunda sensación de vacío. Porque, en el fondo, aquellos dos chicos no eran más que marionetas manejadas por su productor, atrapados en un personaje que no les pertenecía del todo.
Llegó el momento de preparar el segundo trabajo. Se montó una promoción descomunal, con millones de copias encargadas incluso antes de salir a la venta. El primer single, “Keep On Running”, era —y esto lo digo de primera mano— un temazo. Recuerdo el título perfectamente, porque fue la canción que más me gustó del grupo, y no había discoteca a finales del 90 y comienzos del 91 donde no sonara al menos un par de veces por noche.
Pero ahí estalló el conflicto: ellos querían cantar de verdad. Querían dejar atrás la mentira y grabar ese segundo disco con sus propias voces, aunque no fueran tan “perfectas” como las anteriores. Querían recuperar el control, aunque fuera tarde.
El productor dijo que nanai de la China. Que nada de cantar ellos, que debían seguir con la farsa que tantos y tan jugosos beneficios había generado hasta entonces. Y empezaron los tira y afloja: que sí, que no, que verás si me chivo… Y se chivaron.
Los chicos se cabrearon y lo soltaron todo: anunciaron públicamente que no eran ellos quienes cantaban, que eran la imagen de una mentira, de un producto de laboratorio. Pero también defendían que eran tan válidos como las voces a las que ponían cara. Que, sí, tal vez no eran los que sonaban en los discos, pero podían hacerlo. Querían demostrarlo.
¿Resultado? Pues lo de siempre: “No, si ya me lo olía”. “Si tampoco eran para tanto”. “A mí el disco me lo regalaron”. Y los primeros en darles la espalda fueron los fans. Lógico. Cruel, pero lógico.
Aun así, el segundo disco llegó a editarse, bajo el nombre de The Real Milli Vanilli y con el título bastante revelador de The Moment of Truth. Esta vez ya con la imagen de los verdaderos cantantes, acompañados por algunos jovencitos de buen ver y hasta una chica con tirón. Todo muy forzado, casi una burla involuntaria a los millones de fans que una vez les adoraron.
Rob y Fab, por su parte, comenzaron su particular vía crucis de plató en plató, dando explicaciones, pidiendo perdón y cantando en riguroso directo para demostrar que sí, que podían hacerlo, que tenían talento. Pero el mundo de la música es duro, inmisericorde y, sobre todo, olvidadizo. Fueron cayendo en el olvido, incluso después de publicar en 1993 un álbum bajo el nombre de Rob & Fab, esta vez sí con sus propias voces. Fracaso absoluto. Ni ventas, ni crítica, ni segundas oportunidades. Solo indiferencia.
Y para colmo, empezaron a surgir rumores de que incluso en algunos conciertos, y hasta en la entrega del Grammy, habían cantado con sus propias voces sin que nadie lo notara. El engaño no era tan evidente, pero ya era tarde. El daño estaba hecho. El mito caído.
Finalmente, el drama. En 1998, Rob Pilatus apareció muerto en la habitación de un hotel en Fráncfort. Aquejado de una profunda depresión, sus últimos años fueron un descenso sin frenos: alcohol, drogas, detenciones por robo de vehículos y actos vandálicos. El precio de la fama —y del fraude— lo acabó pagando caro. Muy caro.
Fab Morvan, sin embargo, sigue en la música. Reside en Alemania, ha editado algún disco en solitario, y por lo visto no lo hace nada mal, aunque su repercusión es ya meramente anecdótica. Según parece, está involucrado en el guión de la película que contará su historia, esa historia que conoce bien, porque la vivió hasta el hueso. En su página web mantiene un espacio de homenaje a Rob, su compañero, su amigo, con quien tocó la gloria y descendió a los infiernos.
Una historia que, más allá del escándalo, sigue siendo profundamente humana. Y que, como toda buena biopic, nos recuerda que la fama no siempre es sinónimo de éxito, y el error no siempre merece el exilio.Finalmente, y para hacer este post un pelín más completo, además de la canción que escucháis de fondo, “Keep On Running”, os dejo un vídeo que he encontrado en YouTube. El tema que suena es una de las canciones que Rob y Fab editaron ya con su verdadero nombre, y que sirve para ilustrar un punto interesante: quizá no era tan difícil que en aquellos supuestos directos nadie se percatase del engaño. Al fin y al cabo, todos sabemos que hay un mundo de diferencia entre un disco de estudio, medido al milímetro, y una actuación en directo, con sus imperfecciones, su energía y su vulnerabilidad.
Dadle al play, escuchad con atención… y que cada uno saque sus propias conclusiones.
Desde que fusilaron a su padre, el pequeño tuvo que buscarse la vida para que él y su madre, repudiada cobardemente por sus vecinos, pudieran sobrevivir. En Granja de Torre-Hermosa (Badajoz), estaba tomando una cerveza en un café de la plaza. Se acercó un niño de unos nueve años a pedirme una limosna. Iba descalzo y desnudito, por todo vestido un delantal; ni pantalón, ni camisa, ni nada. Hablé con él y le pregunté por qué pedía. Me dijo:"Para llevar dinero a mi mamá que está en casa". Noté un no sé qué en aquel niño que se veía que no estaba acostumbrado a aquella vida. Le dije: -Anda guapo, siéntate y cómete un bocadillo. -No, no señor. Yo lo interpretaba como miedo e insistí: -Anda, no seas tonto, pide lo que gustes. Siéntate. El niño seguía negándose. Ante mi insistencia, confesó: -Es que a este café venía todos los días con mi papá y me acuerdo mucho de él. El niño sollozaba. Le senté en mis rodillas; no supe qué decirle. La criatura me aclaró: -Dicen que era muy malo, pero a mí me quería mucho. Le dí unas pesetas, dejándole marchar. El camarero que había advertido la escena me dijo: -Sí, este es el hijo del médico que fusilaron por ser socialista. Su padre venía con él todos los días. Le pregunté cómo había llegado a aquel extremo de miseria, y me contestó que, al fusilar al padre, se incautaron de todo lo que tenían, y que a la madre nadie se atrevía a socorrerla por temor a ser tildado de marxista. Los de la Falange les daba un rancho una vez al día, diciéndole al niño que su padre era muy malo. Esta escena me conmovió y me hizo odiar al fascismo más que todos los asesinatos.
Testimonio de A.B ,recogido en el libro "Los horrores de la guerra civil" de José María Zabala (2003)
Pues sí, como si se tratase del tráiler de un programa de la más pura y dura telebasura, así se promocionan los de Badoo: mintiendo y poniendo cebos.
En los últimos días he recibido varios correos electrónicos de esta página. En ellos, como reclamo, me dicen que he recibido un mensaje de “fulanito” o “menganito” en Badoo. Curiosamente, todos estos nombres coinciden con contactos que tengo en Messenger o en Hotmail. Y, claro, para poder leer ese supuesto mensaje, tengo que registrarme en la dichosa página.
El problema es que, si te da por preguntar a esos contactos, ninguno ha escrito absolutamente nada. Es más: ni siquiera están registrados en Badoo. La cosa huele a trampa desde el primer clic. Por lo que he podido ver, Badoo funciona como una especie de red social, algo así como un cruce entre Facebook y Tuenti con aspiraciones de Tinder. Nada en contra del concepto, pero sí en contra de las formas.
Porque lo que me parece asqueroso es que utilicen tu dirección de correo electrónico para intentar engañar a otros contactos y así engrosar su lista de usuarios registrados. Puro spam emocional disfrazado de notificación social.
Así que, por si acaso alguien recibe un correo en el que se dice que le he escrito algo desde Badoo: ni caso. No estoy registrado, ni tengo intención de hacerlo. Y si algún día me da por hacerlo, os aseguro que lo anunciaré por medios más dignos que un falso email en cadena.
En definitiva: quien quiera registrarse, que lo haga. Pero que no nos tomen el pelo a los demás. Porque, de vez en cuando, esto de Internet tiene su tela marinera. Y lo más lamentable es que, a estas alturas, aún haya plataformas que piensan que el engaño es una buena estrategia de captación.
Esta tarde, mientras intentaba combatir con todos los medios posibles un incipiente catarro que casi me derriba en el primer asalto, leía en un periódico regional un artículo sobre la discriminación que aún hoy sigue sufriendo la enfermedad del SIDA, tanto en el ámbito laboral como en el social, donde todavía abundan los prejuicios y, sobre todo, la ignorancia.
Al instante me vino a la cabeza la figura de Ryan White, un personaje que en España apenas tuvo trascendencia, pero que en Estados Unidos alcanzó gran repercusión mediática.
Para quienes no lo conozcáis, Ryan White era un joven hemofílico que, a causa de una transfusión de sangre contaminada con el virus del SIDA, contrajo la enfermedad. Fue diagnosticado en 1984, cuando todavía las vías de transmisión no estaban del todo claras y existía una gran confusión y desinformación generalizada.
Ryan comenzó a sufrir la discriminación y el rechazo de los padres de los otros alumnos y de la mayoría de los profesores del colegio donde estudiaba. Incluso llegaron a manifestarse frente al centro para evitar que pudiera seguir educándose con el resto de jóvenes. Aunque los médicos emitieron un comunicado asegurando que no había riesgo de contagio, Ryan tuvo que abandonar el colegio. Además, recibió amenazas, insultos y desprecios, y una orden judicial le prohibió volver.
En su entorno más cercano, en su barrio, se propagaron mentiras y bulos terribles: que Ryan mordía y arañaba a otros jóvenes, que escupía en alimentos de supermercados y restaurantes de comida rápida. La presión llegó a tal punto que un día una bala atravesó el cristal de una ventana de su casa, lo que forzó a toda su familia a mudarse a otra localidad.
Esto desencadenó una larga y sufrida batalla legal que pronto fue recogida por los medios de comunicación. Ryan fue requerido en numerosos programas, entrevistas y periódicos. Poco a poco fue superando su timidez para participar en campañas educativas sobre la enfermedad, actos benéficos y se convirtió en un auténtico abanderado en la lucha contra el SIDA. Fue el primero en mostrar que se podía convivir con los enfermos sin problema, aunque siempre con las precauciones necesarias para evitar contagios.
Su causa llamó la atención de numerosas personalidades del deporte, el cine y el espectáculo que se unieron a su lucha. En 1989 se rodó un telefilme basado en sus vivencias, en el que el propio Ryan tuvo un pequeño cameo interpretando a otro enfermo.
Aunque a Ryan, cuando le diagnosticaron la enfermedad en 1984, le dieron tan solo seis meses de esperanza de vida, logró llevar una vida —más o menos normal— hasta la primavera de 1990, cuando su salud comenzó a deteriorarse. A finales de marzo de ese año fue ingresado por una infección respiratoria.
Ryan White falleció el 8 de abril de 1990, con apenas 18 años.
Unos meses después de su muerte, el Congreso de los Estados Unidos firmó una ley conocida como Ryan White CARE Act, que establecía ayudas económicas para las comunidades más desfavorecidas y afectadas por el SIDA, tanto para los enfermos como para sus familiares más directos, con el fin de hacer un poco más llevadera esta terrible y absurda enfermedad.
Fueron muchos los homenajes y reconocimientos que Ryan recibió tras su muerte. Michael Jackson, que en vida le regaló un Ford Mustang descapotable rojo con el que iba al instituto, le compuso la canción “Gone Too Soon” (Se ha marchado demasiado pronto), que es la que suena de fondo para quienes os tomáis la molestia de leer este post.
Elton John donó parte de los derechos de autor de una de sus canciones más célebres para la lucha contra el SIDA. Su madre creó una fundación con su nombre que aún hoy sigue recaudando fondos para ayudar a los más necesitados a combatir esta enfermedad.
Leía este artículo esta tarde y me doy cuenta de que la lucha de Ryan continúa. A pesar de cientos de campañas publicitarias y avances médicos, todavía persisten la ignorancia, el prejuicio y la discriminación. Y, como él mismo decía, nunca se debe bajar la guardia contra esta enfermedad.
Por desgracia, y sobre todo en esta época del año, no es raro que nos lleguen noticias de tragedias relacionadas con esos héroes del mar que son los pescadores. En especial, los miembros de las tripulaciones de los pesqueros de altura, esos barcos que se alejan decenas de millas de la costa, durante semanas, con el único objetivo de ganarse el chusco, jugándose la vida a diario frente a un mar implacable.
El viernes por la noche, ya de madrugada, cuando estaba a punto de irme a la cama, comenzó en un canal digital una película que me impactó profundamente cuando la vi por primera vez en el cine hace ya unos ocho años: “La tormenta perfecta”, dirigida magistralmente por Wolfgang Petersen y protagonizada por George Clooney y Mark Wahlberg, entre otros. Como al día siguiente no tenía ninguna obligación que me hiciera madrugar, decidí quedarme a verla de nuevo, a pesar de que el reloj ya pasaba de las dos.
La película cuenta la historia real del barco pesquero Andrea Gail y su tripulación, entre los días 24 y 31 de octubre de 1991. Tras una mala racha de capturas, deciden lanzarse a una última salida de pesca en la temporada, con la esperanza de recuperar algo de dinero y aliviar sus economías, ya bastante tocadas.
La travesía hacia una zona más lejana de lo habitual se desarrolla con cierta normalidad, más allá de algún susto laboral y los inevitables roces humanos. Pero, sin que ellos lo sepan, dos tormentas colosales comienzan a formarse: una fría, cerca de la costa; otra caliente, en las inmediaciones de la isla Sable, destino final del Andrea Gail. La unión de ambas da lugar a un fenómeno meteorológico de proporciones inéditas, tan extraordinario que los propios meteorólogos, asombrados, deciden bautizarla como “La tormenta perfecta”.
Mientras tanto, el Andrea Gail, ajeno al monstruo que se está gestando, logra llenar hasta arriba sus bodegas de pescado. Pero justo entonces, la máquina de hielo que debía conservar la captura se avería, lo que pone a la tripulación en una encrucijada fatal:
¿Dar un rodeo para evitar la tormenta y echar a perder toda la pesca? ¿O arriesgarse a atravesar el temporal, aún sabiendo que están poniendo sus vidas en juego?
Esa es, más o menos, la sinopsis de la película. Una historia basada en hechos reales, porque el Andrea Gail y sus tripulantes —Michael Moran, Dale Murphy, Alfred Pierre, Robert Shatford, David Sullivan y el patrón de la embarcación, Frank Billy Tyne Jr.— existieron, y los principales hechos narrados sucedieron tal y como recoge el film, entre los días 24 y 31 de octubre de 1991.
El final fue tan trágico como inevitable: el Andrea Gailjamás regresó a puerto. Su última comunicación con otro pesquero tuvo lugar el 31 de octubre, justo cuando la tormenta perfecta alcanzaba su punto máximo de furia. Nunca más se supo de ellos.
Historias como esta, tan frecuentes también en nuestro país, nos recuerdan lo dura que es la vida para quienes trabajan en el mar, jugándose la vida una y otra vez para poder llevar alimento a casa. Mientras tanto, los demás —yo el primero— muchas veces nos quejamos de vicio, sin darnos cuenta del privilegio que supone una vida sin riesgos extremos.
Las fotografías que acompañan este texto no son de la película. Son imágenes reales del Andrea Gail y de sus hombres, tomadas unos meses antes de su desaparición.
Sirva este post como un pequeño homenaje a todos esos héroes de la mar que jamás regresaron a casa, y cuyo recuerdo, como las olas, nunca termina de romper del todo.
Que sí, que es verdad, que no es broma. Un remake —o sea, una nueva versión— de ¡¡Viernes 13!!, la primera película de la saga que, si no recuerdo mal, data de 1980.
Yo no entiendo cómo los guionistas de Hollywood están planteándose volver a la huelga, si para el poco estrujamiento de cerebro que se traen últimamente ya tenemos una ristra interminable de remakes y nuevas versiones: unas estrenadas, otras en pleno rodaje y muchísimas más en preproducción.
No es que a mí me disguste, todo lo contrario. Me encanta de vez en cuando agasajarme con una sesión doble, viendo primero la versión original de una película y acto seguido el remake moderno, más que nada para comprobar que, en la mayoría de los casos, estas nuevas adaptaciones aportan poco o casi nada, más allá de actualizar la historia con las ventajas tecnológicas de hoy en día.
En fin, ahí os dejo el cartel y el tráiler para que os hagáis una idea. Solo espero que no se animen también a hacer remakes de las diez o doce secuelas que tuvo Viernes 13, llegando al extremo de situar a Jason —el tipo de la máscara y aficionado a los cuchillos— ¡en el espacio exterior!
Y luego se quejan del regreso de Rambo e Indiana Jones.
Me gusta al menos que hayan conservado la partitura original de la banda sonora, con ese icónico "chiu, chiu, chiu, chiu" que tanto acojonaba en aquel primer y mítico film. Eso sí que es un guiño que funciona y que no deberían tocar jamás.
En Mentiroso compulsivo, Jim Carrey interpretaba a un abogado sin escrúpulos que, debido a una maldición, se veía obligado a decir siempre la verdad sobre todo lo que pensaba.
Ahora, en Di que sí (Yes Man), da vida a Carl Allen, un tipo bastante negativo que se apunta a un curso de autoayuda personal con un único objetivo: decir que sí a todo. Al principio, el increíble poder del “sí” cambia y trastoca la vida cotidiana de Carl de una manera que nunca habría imaginado. Pero pronto se dará cuenta de que responder afirmativamente a todo lo que se le presenta también puede tener consecuencias no tan buenas.
Pues bien, esta es la nueva película de Jim Carrey, un estreno típico de la temporada navideña. Un film ideal para disfrutar sin muchas exigencias, perfecto para pasar un rato divertido y ameno en estas frías y gélidas tardes de invierno. tardes-noches que tenemos por delante.
Para ver la página oficial de la película en Español pinchar AQUÍ