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31.10.08

Una pareja de miedo


Mansión de Mandacrest, en la campiña inglesa, a finales del siglo XIX. Lord Edgard, un eminente egiptólogo, tras la muerte en extrañas circunstancias de su primera esposa, Ira Vamp, se ha vuelto a casar en segundas núpcias con la actriz de teatro londinense Lady Margaret.
Asisten a Lord Edgard su fiel criado Nicodemus, que se ocupa de los establos, y Grétula, ama de llaves de toda la vida en Mandacrest. Ella siempre ha estado enamorada de Lord Edgard y evidentemente no le tiene ningún aprecio a la nueva señora de la casa.
El recuerdo de la difunta Ira Vamp es imborrable, un retrato suyo sigue presidiendo el salón y Lord Edgard incluso piensa que su espíritu sigue habitando en la casa. Una desapacible noche, Grétula en animada charla, le contará a lady Margaret una terrible historia acontecida hace años en Mandacrest...
...y no cuento más, ya que se trata de la divertidísima obra de teatro "Una pareja de miedo" que pude disfrutar el pasado domingoy que actualmente se está representando, ya por segundo año consecutivo, un exitazo de público, en el teatro Reina Victoria de Madrid, con la desternillante actuación de Josema Yuste en el papel de Grétula y Lord Edgard y de Florentino Fernández como Nicodemus, Lady Margaret, Fimósis y princesa Pelotari. Para una noche como la de hoy, Halloween, que año a año nos van metiendo por los ojos, sería más que ideal ver esta representación, echarte unas buenas risas y tal vez hasta pasar un pelín de miedo. Buuuuuhhhh¡¡¡

30.10.08

118 horas en Madrid

O lo que es lo mismo, casi cinco días completos. He de decir que todo, todito todo lo que tenía en la agenda se ha cumplido con creces, incluida alguna sugerencia de última hora que me hizo Álvaro Dorian Grey —que, en principio, no pensaba realizar—, pero que terminó siendo un acierto. Lo único que se me ha quedado en el tintero ha sido la exposición de los tesoros sumergidos de Egipto. Aun así, no me pesa demasiado, ya que en su día tuve la suerte de visitar ese país fascinante y contemplar con mis propios ojos muchas maravillas que, con toda seguridad, estarán a la altura —o por encima— de lo que allí se muestra. Y, además, honestamente, ya no había tiempo para más.

No sé, pero ando algo descolocado, un tanto fuera de órbita. Octubre, después del paréntesis vacacional, ha volado entre viajes, planes y eventos varios. Se ha esfumado como el viento que hoy peina esta tierra. Supongo —y casi deseo— que noviembre sea un mes algo más sosegado, que permita pisar el freno y recuperar cierto equilibrio, aunque con esto nunca se sabe.

En estos días me comprometo a escribir una crónica más detallada de mi estancia en Madrid, que tal vez se convierta en varios posts. Muchas de las cosas que he visitado, contemplado o vivido durante estos días merecen un relato aparte, un espacio más amplio, porque no son sólo anécdotas: son momentos memorables.

Tengo la sensación de haberme sacado una pequeña espinita, una deuda pendiente con la capital. En 2004, cuando vivía y trabajaba allí, no llegué a disfrutar como ahora de su oferta cultural, de su ocio, de sus rincones. Tampoco es que en este viaje lo haya exprimido todo, haría falta más tiempo (y más presupuesto) para exprimir Madrid hasta la última gota. Pero sí he podido saborearla con calma, sin agobios ni prisas, como se saborean las cosas buenas.

Y ahora, ya de vuelta, reafirmo esa verdad tan sencilla como poderosa: no hay nada como tu propia casa.


24.10.08

Me voy a ver a mis héroes

Me voy hasta el miércoles a pasar unos días en la capital de España. Son muchas las cosas que tengo en la agenda para hacer.

La primera y principal razón del viaje es el concierto que mañana sábado ofrecen Queen + Paul Rodgers en el Palacio de los Deportes, sin duda un evento que me ilusiona como a un niño el día de Reyes. Aunque será la segunda vez que los vea en directo —tras aquel mítico concierto en el mismo escenario en abril de 2005— no podía dejar pasar la oportunidad de volver a disfrutar de dos de mis héroes musicales: Roger Taylor y Brian May.

También tengo intención de visitar el Museo del Prado para ver la exposición de Rembrandt. De paso, y ya que está al ladito, quiero recorrer el Jardín Botánico, conocer el Museo Thyssen —que nunca he visitado— y volver a ver el Reina Sofía, que siempre guarda alguna que otra sorpresa.

Por último, me gustaría visitar la exposición de los tesoros sumergidos de Egipto que hay en el Matadero de Legazpi.


Pasear por Malasaña, visitar por última vez antes de su cierre definitivo el mercado de Fuencarral en enero, tomarme algún vermú de grifo, comer oreja a la plancha, ver a algún antiguo compañero de fatigas laborales y, si es posible, ir a ver la obra de teatro Una pareja de miedo con Florentino Fernández y el genial Josema Yuste, que te partes de risa.

Eso, al menos, es lo que tengo en mente… aunque ya veremos cuántas cosas hago y si hay fuerzas para todo.

Quizá desde allí pueda actualizar el blog, aunque dependerá del tiempo y las ganas. A pesar de que son cinco días completos, curiosamente no los considero unas minivacaciones, sino una oportunidad para disfrutar de cosas que, lógicamente, no veo todos los días.

Así que sí, me gusta ir a Madrid.

We will, we will, rock you… ¡¡¡Vamos allá!!!

21.10.08

La sombra del viento


Este pasado mes vacacional, entre otras lecturas, cayó en mis manos el ya célebre y archiconocido La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.

He de reconocer que no soy muy dado a leer libros que ya vienen mediáticamente condicionados por su enorme éxito. Más de diez millones de ejemplares vendidos, traducciones a decenas de idiomas, premios por doquier... Cuando algo sobrepasa esa delgada línea de lo “normal”, empiezan a surgir las voces críticas que lo tildan de sobrevalorado. Ocurre en todo: música, cine, deporte… Cuando algo gusta sólo a unos pocos es original y exquisito; cuando gusta a la mayoría, se convierte —para algunos— en un producto de masas y, por tanto, en algo prescindible. A todos nos gusta sentir que descubrimos cosas por nosotros mismos, y si algo que nos gusta también gusta a todo el mundo… pues ya no somos tan guays.

De hecho, el libro ni siquiera lo compré yo. Lo compró Marta una mañana, estando en Badajoz. Me mandó un mensaje que decía: “La sombra del viento, ¿lo tenemos?”. Le respondí que no, que era un superéxito de un tal Zafón, pero que no figuraba en nuestras estanterías. El ejemplar que trajo era una edición especial, incluso con un CD de banda sonora compuesta por el propio autor, inspirada tanto en los personajes como en la Barcelona de los años 50 que tan bien retrata.

Durante los días en La Antilla, tras varias lecturas gozosas y amenas, Marta aún no había terminado con La sombra del viento. Una tarde, empecé a ojear las primeras páginas por puro aburrimiento... y ya no pude parar. Cuando ella lo soltaba, yo lo agarraba por el otro lado. Así estuvimos unos días, compartiendo historia y páginas como si se tratara de una novela a cuatro manos.

No voy a contar nada del argumento. No por hacerme el misterioso, sino porque está tan bien armado, tan cargado de todo —amor, drama, humor, misterio, odio, mucho odio— que lo mejor es descubrirlo por uno mismo. El que quiera saber algo, que se lo lea. Yo, salvo contadas excepciones, no presto libros.

Tal vez para muchos no sea una obra maestra —después de terminarla me puse a leer críticas por ahí, y los culturetas y puristas de la red le dan palos hasta en la portada—, pero eso, sinceramente, me da igual. Para mí, La sombra del viento ha sido una bocanada de aire fresco. Una obra de lenguaje sencillo, pero a la vez fluido, elegante, con momentos de una belleza narrativa tremenda, con una trama que no decae y personajes que se quedan contigo. Daniel Sempere, Penélope, Nuria Monfort, Fermín Romero de Torres, el inspector Fumero… y, por encima de todos, Julián Carax, el escritor maldito que uno llega a sentir tan real como si existiera, como si viviera justo al otro lado de la página.

A veces hay libros que no cambian tu vida, pero sí tus vacaciones. Éste ha sido uno de ellos.


Un libro, en definitiva, que engancha, que atrapa desde las primeras páginas y que, lo más importante, puede despertar o reavivar la afición a la lectura en más de uno. Porque al fin y al cabo, tanto la literatura como el cine, la música o el deporte no dejan de ser espacios de ocio, de disfrute, pequeñas ventanas por las que asomarse para olvidarse, aunque sea por un rato, de todo lo demás. Y La sombra del viento, a fe que lo consigue.

Mi enhorabuena al autor por dos razones. La primera, por haber logrado que su historia conmueva, atrape y emocione a tantos millones de personas en todo el mundo. Y la segunda, no menos importante, por haber conseguido algo que está al alcance de muy pocos: hacerse millonario escribiendo literatura. Algo que ya era difícil antes y que hoy, con tanto ruido y tan poco tiempo, se me antoja una auténtica proeza.

Porque si un libro logra que alguien que no leía comience a hacerlo, que alguien que leía poco redescubra el placer de la lectura, o que simplemente te haga cerrar la última página con una sonrisa o un suspiro... entonces ha cumplido de sobra su cometido.


17.10.08

Se hace justicia 72 años después


"Los vencedores de la Guerra Civil aplicaron su derecho a los vencidos y desplegaron toda la acción del Estado para la localización, identificación y reparación de las víctimas caídas de la parte vencedora. No aconteció lo mismo respecto de los vencidos que además fueron perseguidos, encarcelados, desaparecidos y torturados por quienes habían quebrantado la legalidad vigente al alzarse en armas contra el Estado, llegando a aplicarles retroactivamente leyes (...) tanto durante la contienda, como después, en los años de posguerra, hasta 1952".

-Pedir a los Registros Civiles certificado de defunción de Francisco Franco y otros 34 responsables "del derrocamiento del Gobierno legítimo de España".

- Reclamar al Ministerio del Interior la identificación de los máximos dirigentes de Falange Española entre el 17 de julio de 1936 y 1951.

- Formar un grupo de expertos para estudiar, analizar y dictaminar sobre el número, lugar, situación e identificación de las víctimas en el periodo.

- Formar un grupo de Policía Judicial que pueda acceder a registros públicos o privados para obtener información.

- Autorizar 19 exhumaciones solicitadas por las asociaciones demandantes.

Por triste que parezca, aún hay quien considera que el auto de el juez Garzón y la recuperación de la memoria histórica es abrir heridas del pasado. Sin duda esta gente no sufrió ninguna pérdida en la guerra y no andan buscando como cientos de miles de Españoles los restos de sus padres y abuelos, para darles de una vez por todas un entierro y descanso digno, no apilados en una fosa de una carretera o en el muro de cualquier cementerio.

16.10.08

Say It´s not true


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Hace pocas semanas se publicó el nuevo trabajo de Queen + Paul Rodgers, The Cosmos Rock. Aunque todos sabemos que Queen, tal y como fue concebido, se apagó un día de noviembre de 1991, Brian May y Roger Taylor —tal vez el mejor guitarrista y el mejor batería del mundo— decidieron, después de muchos años, que el legado de Queen debía seguir sonando. No solo para quienes fueron seguidores del grupo en vida de Freddie Mercury, sino también para los miles de jóvenes que, sin siquiera haber nacido en aquellos años, sienten y admiran la música de la Reina del Espectáculo tanto como los de siempre.

Hace tres años, le dieron voz de nuevo a esos míticos temas con la genial figura de Paul Rodgers, un cantante experimentado, con miles de batallas musicales a sus espaldas, tanto en solitario como al frente de grupos legendarios como Free y Bad Company. Nos regalaron aquella gira inolvidable, de la cual tuve la suerte de presenciar en vivo el concierto que ofrecieron en el Palacio de los Deportes de Madrid el 1 de abril de 2005.

Ahora, con material nuevo, continúan su singladura. Aunque en los conciertos los temas clásicos siguen siendo los protagonistas, incluyen algunos temas del nuevo disco, que demuestran que el espíritu de Queen sigue más vivo que nunca.



Es el caso de este "Say It's Not True", que aunque ya fue interpretado en directo en 2005, ahora aparece grabado en estudio en el nuevo disco. Para mí es uno de los temas más hermosos que he escuchado en los últimos tiempos. En él, el tema del SIDA y lo que ha supuesto en las dos últimas décadas se trata con todo el respeto que merece.

Aunque no hace una referencia directa, es, una vez más, un claro homenaje a quien fue, no sé si el más grande, pero sin duda una leyenda del espectáculo, a quien, diecisiete años después, seguimos echando muchísimo de menos.

Disfrutad de la maestría de estos músicos que, en su madurez, siguen dando lo mejor de sí mismos.

¡¡Qué poquito me queda para volver a verlos de nuevo en directo!!

14.10.08

Montijo. Iglesia parroquial de San Pedro Apostol y foto oficial de la Coral Montijana


Con motivo de mi visita a Montijo este pasado sábado, aproveché la ocasión para estrenar —más o menos en serio— mi nueva cámara réflex digital. El resultado es el que veis aquí, tras algún que otro toquecillo posterior, claro está. Fue también el día en que se realizó la foto oficial de la Coral de la localidad, así que el ambiente era especialmente animado.

La imagen superior corresponde a la Iglesia Parroquial de San Pedro Apóstol. Según he podido leer, fue construida siguiendo el estilo gótico y, de acuerdo con un documento parroquial, se terminó en 1574. Posteriormente fue restaurada en el siglo XVII, manteniéndose intacta la nave baja —el brazo inferior de la cruz latina— y añadiéndose la nave transversal y la cabecera o capilla mayor, que configuran actualmente su planta en forma de cruz.

Los muros de esta nave baja están construidos con mampostería, reforzados en sus ángulos y arcos interiores por sillares de granito, y apuntalados exteriormente con cuatro sólidos contrafuertes de sillería granítica. A los pies de esta nave, sobre un zócalo también de sillares, se alza la esbelta torre, dividida en cuatro tramos. Justo a los pies de la torre se abre la puerta principal, un arco de medio punto sobre el que campea, entre dos leones rampantes, el escudo marmóreo de los Portocarrero, mecenas de la obra y patronos por derecho de la parroquia.

El templo cuenta con otras dos puertas: una en el lado norte, hoy clausurada, y otra en el lado sur, la más utilizada y decorada. En el interior se reparten numerosas capillas y retablos, entre los que destacan: la Capilla de la Inmaculada Concepción, los retablos de la Virgen del Carmen, de San Blas, de San Vicente de Paúl, de Nuestra Señora del Rosario, el Retablo Mayor y el Retablo de las Ánimas.


8.10.08

Drácula: el no muerto


Desde muy pequeño he sentido una verdadera fascinación por las películas de vampiros, y especialmente por la figura del príncipe de las tinieblas: el Conde Drácula. En los más de 110 años que han pasado desde la publicación de la magnífica novela de Bram Stoker (el señor de barbas de la foto inferior, si alguien necesita una pista), el personaje ha protagonizado un auténtico circo mediático. Adaptaciones teatrales, cinematográficas, televisivas, parodias, musicales, cómics, dibujos animados y versiones más o menos esperpénticas han hecho las delicias de varias generaciones de fans. Eso sí, poco o nada queda ya de la idea original que concibió el bueno de Stoker.

Versiones hemos visto de todos los colores. Desde la icónica película de 1931 con Bela Lugosi, pasando por la serie de films de la británica Hammer, con un Christopher Lee que interpretó al Conde tantas veces que acabó por desarrollar colmillos propios. También está la elegante y algo ochentera adaptación de John Badham (1981), con Frank Langella como Drácula y un mítico Laurence Olivier como Van Helsing. Digo “adaptación” con todas las comillas del mundo, porque los personajes fueron reinventados a gusto del director, aunque el resultado fue más que digno.

La última gran adaptación fue la de Francis Ford Coppola en 1992: ambiciosa, barroca, y con un Gary Oldman memorable. Una versión visualmente deslumbrante, pero que sigue sin ser una traslación fiel de la novela. De hecho, si hay una que más se le acerca, sigue siendo la de 1931, pese a sus limitaciones.

Podría enumerar decenas de títulos donde el vampirismo se codea con lo ridículo, lo romántico, lo gótico o lo directamente delirante: El baile de los vampiros, Noche de miedo, Turno de noche, Amor al primer mordisco, Brácula: Condemor 2, El misterio de Salem’s Lot, Drácula 2001… y así podríamos seguir hasta que amanezca.

Pero lo que realmente me ha dejado ojiplático —y no es fácil a estas alturas— no ha sido el anuncio de otra adaptación más, sino el anuncio de una continuación oficial de la novela original de Bram Stoker. Sí, has leído bien: una secuela oficial escrita por, atención, un tataranieto del propio Bram, un tal Dacre Stoker (sí, Dacre, que suena casi como Drácula, qué cosas). El proyecto cuenta también con la colaboración del historiador Ian Holt, y viene avalado por la familia Stoker, propietaria de los derechos.

Según dicen, han trabajado sobre notas originales no utilizadas por Bram Stoker, con la intención de "devolverle al personaje su dignidad" y ofrecer a los lectores lo que llevan esperando más de un siglo: el regreso del verdadero Drácula. ¿Será verdad o puro marketing con colmillos?

Lo cierto es que el descendiente no tiene carrera literaria conocida, así que no puedo evitar pensar que su apellido ha sido el mejor reclamo publicitario de la historia desde que se inventaron las capas negras. Y por si fuera poco, el productor Jan de Bont ya ha comprado los derechos para llevar esta secuela al cine. La maquinaria ha despertado.

La nueva novela se sitúa 25 años después de los hechos de la original. El protagonista es el hijo de Mina y Jonathan Harker, quien representa en un teatro los hechos vividos por sus padres en los Cárpatos, cuando Drácula era más que una leyenda. Y como no podía ser de otra forma, alguien —no se sabe quién— comienza a acosar al grupo que en su día acabó con el Conde. Para rizar el rizo, también se pasea por allí Jack el Destripador. Porque si vas a hacer una secuela de Drácula, mejor que tenga a todos los monstruos del menú.

¿Será un homenaje sincero o una maniobra comercial con colmillos postizos? A saber. Lo que está claro es que, aunque pasen los siglos, Drácula sigue sin descansar en paz. Y nosotros, los espectadores, tampoco.


Hombre, a ver... si dijera que la idea no me atrae, mentiría. Como he comentado, me fascinan estas historias de vampiros, colmillos, capas, crucifijos y castillos entre la niebla. Pero lo que no me entusiasma tanto es que esto siente precedente. Porque, claro, hoy resucitamos a Drácula con la bendición de un tataranieto y mañana autorizamos una continuación oficial de El Quijote, escrita por el bisnieto del primo de Sancho Panza. No digamos ya si a un familiar lejano de Lorca le da por escribir La Casa de Bernarda Alba 2: la venganza de Adela, o si el sobrino hipster de don Manuel Vázquez Montalbán decide desempolvar a Pepe Carvalho para hacerlo influencer gastronómico con canal de YouTube.

A este paso, el único no muerto va a ser Bram Stoker, que desde su tumba victoriana se va a levantar con un cabreo de órdago para poner orden y dejar las cosas claritas: “Esto lo escribí yo, señores, y Drácula no tenía moto ni tatuajes”.

La novela en cuestión no verá la luz hasta octubre de 2009, y llevará por título Dracula: The Un-Dead (lo que viene siendo Drácula: el no muerto), con un juego de palabras más bien facilón. Poco después llegará la correspondiente adaptación al cine, porque no hay cadáver literario que no acabe en Hollywood. Ya se barajan posibles protagonistas, y entre los nombres suena nada menos que Javier Bardem, aunque de momento, como cualquier rumor de casting prematuro, tiene el mismo valor que un crucifijo en Transilvania: depende de quién lo lleve.

En fin, que la máquina ya está en marcha. ¿Será un tributo legítimo? ¿Un truco publicitario? ¿Una herejía editorial? A saber. Yo, por si acaso, me he puesto a releer la novela original de 1897, no vaya a ser que lo siguiente sea un crossover entre Van Helsing y Batman. Que nos conocemos.

Seguiremos informando… desde el lado oscuro.

6.10.08

Todo tiene un un final

“Es una lata el trabajar, todos los días te tienes que levantar...”, decía con desparpajo Luis Aguilé en una de esas canciones que uno tararea aunque no quiera. Y sí, claro que es una lata. Pero no el levantarse en sí. Lo que fastidia es el motivo: trabajar. Porque, seamos sinceros, si lo que hay por delante es cachondeo, escapada o viajecito de placer, nos levantamos a la hora que sea, preparamos la maleta en un plis-plas y salimos pitando con más energía que un niño el día de Reyes.

Hoy ha sido mi primer día laboral desde que comenzaron las vacaciones allá por el ya lejano 29 de agosto. Y, si os soy sincero, por más que he buscado el famoso síndrome postvacacional, no lo he encontrado por ninguna parte. Nada de tristeza, desgana ni dramatismo. Incluso he recuperado sin esfuerzo esa "regularidad" que tanto promocionan en los anuncios de cereales con fibra. Qué cosas.

Eso sí, después de comer me ha invadido ese sopor clásico, ese peso de párpados que ni la presencia de Elsa Pataky en persona conseguiría levantar. Y no me malinterpretéis, no por falta de interés, sino porque el sueño de la sobremesa es poderoso, ancestral, casi litúrgico. Eso sí, hay que controlarlo: que ese pequeño viaje al mundo de la inconsciencia no dure más de lo justo, no sea que por la noche uno no logre subirse al tren nocturno rumbo al reino de Hades.

Pilas cargadas, soltamos amarras y comenzamos a navegar con todas las velas desplegadas en esta nueva temporada 2008-2009. Cantaría la Salve marinera, pero hace tantos años que no la entono que apenas recuerdo la letra. Y, seamos francos: ni hay mar por aquí, ni yo he dejado nunca de ser un tipo de secano.

3.10.08

Jesusito "Of my life"


Una de las mejores cosas que tiene un bodorrio, entre muchas otras, es la posibilidad de reencontrarte con gente a la que aprecias y con la que te unen mil y un recuerdos, anécdotas y risas de otros tiempos. A veces, las grandes amistades —esas que se forjan no solo con los años, sino con las décadas— son las que perduran con firmeza, aunque haya distancia de por medio o el calendario se nos eche encima.

El pasado sábado, en Herrera del Duque, en la boda de José y María, tuve la suerte de compartir un momento así. En la foto, con mi amigo Jesús, que siempre va conmigo, guardado en un rinconcito of my heart, como decía aquella canción. Y ahí seguirá.


1.10.08

Noche de ronda


El pasado viernes, y con motivo de la boda de nuestros amigos José y María, acudí a la localidad de Herrera del Duque, un bonito pueblo situado en la comarca de La Siberia Extremeña. Aunque la experiencia completa daría para contar con todo lujo de detalles —algo que me reservo para otra ocasión—, intentaré hacer un resumen que capture la esencia de lo vivido.

En estas localidades, las tradiciones más arraigadas siguen transmitiéndose con orgullo de generación en generación. Una de las más emotivas y pintorescas es, sin duda, la celebración de la noche previa a la boda, que se convierte en todo un acontecimiento para familiares, amigos y vecinos.

Tras unas copas compartidas con los amigos más cercanos, el novio —o ya casi marido— es escoltado por una rondalla de músicos a través de las calles principales del pueblo. Con guitarras, laúdes y bandurrias, la comitiva avanza entonando canciones populares, mientras el ambiente se va llenando de alegría, complicidad y expectación.

El destino es la casa de la novia. Allí, un numeroso grupo de familiares, amigos y vecinos aguardan en la puerta. Cuando la rondalla llega con el novio al frente, comienzan a cantarle a la novia, lanzándole piropos musicales con el arte y la picardía de las canciones tradicionales. Al poco, ella aparece en el balcón, sonriente y emocionada, recibiendo ese homenaje musical que ya forma parte del ritual.

Entre aplausos y vítores, la novia baja finalmente a la calle, y se marca con su futuro esposo un baile espontáneo y entrañable, al ritmo de la música que con entusiasmo siguen tocando los músicos, acompañados por los coros improvisados de los asistentes.

Como colofón, se ofrece a todos los presentes un refrigerio que, en realidad, era más bien un banquete popular. No faltaban el buen jamón, lomo ibérico, queso, chorizo y una variedad de dulces típicos de la zona, todo ello regado con vinos y brindis que se alargaron hasta altas horas de la madrugada.

Este fue solo el comienzo de un fin de semana inolvidable, que arrancó el viernes por la noche con esta celebración tan emotiva y genuina, y que concluyó el domingo casi al amanecer, con otro acto similar pero ya con los novios convertidos oficialmente en marido y mujer.

Sin duda, una boda para el recuerdo, vivida en un entorno donde la hospitalidad, la música y las tradiciones se entrelazan para crear momentos que dejan huella.

28.9.08

Uno de los grandes

Después de todo un intenso y genial fin de semana de boda en Herrera del Duque, con sus brindis, sus canciones, sus reencuentros y risas compartidas, nada más llegar a casa, todavía con el cansancio a cuestas pero con el cuerpo y el alma en paz, decido asomarme al mundo de la actualidad. Es domingo por la tarde, el otoño empieza a notarse en el aire, y al encender el ordenador me topo con una noticia que, aunque anunciada, me sacude por dentro: ha muerto Paul Newman.

Triste, sí. Anunciada, también. Pero aun sabiendo que llevaba tiempo enfermo, leerlo negro sobre blanco es como cerrar un capítulo que no queríamos terminar jamás. No quiero caer en tópicos —ya le dediqué un par de homenajes personales en agosto, cuando supimos que el final estaba cerca— pero siento que es justo y necesario, casi una obligación moral, detenerse un momento y rendirle un nuevo tributo.

Porque no ha muerto solo un actor. No. Ha fallecido una parte de la historia del cine. Se ha ido alguien que representaba una época, un estilo, una forma de estar frente a la cámara y frente a la vida. De esos que se cuentan con los dedos de una mano... y aún sobran dedos. Un tipo que lo tenía todo: talento, carisma, presencia, y esa mirada azul tan reconocible como inolvidable. Era el perfecto equilibrio entre elegancia y cercanía, entre estrella de Hollywood y ser humano con conciencia social.

Se va Paul Newman. Se va Eddie Felson, se va Luke Jackson, se va Hud Bannon, se va Henry Gondorff… y se va Butch Cassidy, ese forajido que nos enseñó que se puede robar un banco con estilo, amar a una mujer sin palabras, y enfrentarse a un pelotón de fusilamiento con una sonrisa entre los labios. Porque así fue siempre Newman: un hombre que miraba de frente a todo, a la cámara, a sus personajes, a sus errores y a sus causas. Que usó su fama para ayudar a los demás —ahí están su fundación, sus productos solidarios, sus millones destinados a hospitales y comedores—. Y todo sin alardes. Sin ruido. Sin red social ni postureo.

Paul Newman pertenecía a una generación irrepetible. La del cine con alma. La de los actores que hablaban con los ojos y que nunca necesitaban levantar la voz para hacerse oír. Era un caballero sin disfraz, un rebelde tranquilo, un competidor feroz en la pista de carreras, y un esposo fiel durante medio siglo a Joanne Woodward, con quien formó una de las parejas más estables y admiradas del celuloide.

Ha muerto uno de los grandes, de esos que ya no se hacen, como las películas que protagonizaba. De los que se quedan en la memoria sin necesidad de revisionarlos, pero que uno siempre quiere volver a ver. No porque se hayan vuelto a poner de moda, sino porque forman parte de nosotros. De nuestra historia sentimental. Del cine en bata los domingos por la tarde. De las noches de insomnio en blanco y negro. De aquellas sesiones míticas de "Sábado cine" tras "Informe Semanal".

Se ha ido, sí. Pero no del todo. Porque Butch Cassidy seguirá cruzando la frontera en su bicicleta. Fast Eddie seguirá apuntando con su taco de billar. Luke seguirá desafiando al sistema desde su celda. Y Henry Gondorff seguirá timando a mafiosos con una sonrisa socarrona. Y Paul Newman, Paul el inmenso, seguirá brillando en cada plano, en cada diálogo, en cada sombra.

Te vas, Paul, pero te quedas. Porque hay ausencias que, por mucho que duelan, son eternas presencias.

Hasta siempre, caballero.
Gracias por tanto.

23.9.08

Vuelta a casa

Bueno, pues aquí estoy de nuevo. Después de unas semanitas deliciosas por tierras y aguas andaluzas, vuelvo a casa —aunque aún en modo vacaciones— con ese sabor a mar que se resiste a desaparecer del paladar, y con muy poquitas ganas, todo hay que decirlo, de reincorporarme de lleno a la rutina. Ya se adivinan los tonos ocres del otoño, ese gris y marrón que colorea la vuelta a lo cotidiano, tras el paso fugaz de un verano que, como un rayo de sol montado en bicicleta, se aleja silbando por el horizonte.

Este año las vacaciones han sido eso, vacaciones. En mayúsculas y con todas sus letras. Días de absoluto relax, sin más objetivos que pasear por la playa al amanecer, devorar libros a la sombra de una terraza tranquila, y entregarme sin culpa a esas siestas reparadoras que en invierno se convierten en cabezadas improvisadas en el sofá, de mala postura y con el telediario de fondo. En cambio, estos días he llegado a dormir la siesta con tal dedicación que en alguna ocasión he rozado las cuatro horas explorando el interior de mis párpados. ¡Puro arte del descanso!

Y claro, ya en casa, son muchas las pequeñas cosas que se echan de menos. El murmullo constante del mar por la noche, como una nana salada que se mete en los sueños. Las visitas casi diarias a la feria del libro de La Antilla, donde siempre encontraba algún título inesperado. Las tardes de lectura en la terraza, con las palmeras del parquecillo de enfrente como cómplices silentes. El mercadillo con sus aromas de verano, las coquinas, las patatas fritas recién hechas de la churrería del paseo… En fin, mejor no sigo, que me va a entrar eso que llaman síndrome postvacacional, ¡je, je!

Muchas gracias a todos los que habéis pasado por aquí durante mi ausencia, dejando comentarios, saludos o simplemente vuestras visitas silenciosas. Poco a poco iré poniéndome al día, retomando el pulso de este blog que, como sabéis, es un espacio que me apasiona y que me permite compartir con vosotros mis pasiones, mis historias y mis descubrimientos. Vosotros, los que os pasáis por aquí con frecuencia, ya sois parte de este rincón, y eso —créedme— ayuda mucho a volver a colocarse en los tacos de salida para una nueva temporada.

Vengo con muchas ideas bajo el brazo: futuros post, fotografías que esperan su momento, alguna que otra historia ficticia que me ronda la cabeza, libros y películas que quiero comentar, el regreso de Queen + Paul Rodgers (ese concierto del 25 de octubre en Madrid ya se va oliendo), y, en definitiva, un final de septiembre y un octubre que se avecinan intensos y estimulantes.

Gracias por estar ahí. Seguimos en contacto.
Un saludo enorme.


31.8.08

Continuará...


Un año más, finalmente, ha llegado el momento de desconectar. De verdad. De echar el cierre durante un tiempo, físico y mental, a la rutina. Hoy es 31 de agosto, y mientras en la televisión y los diarios aparecen las típicas imágenes de la operación retorno —colas de coches, niños medio dormidos en estaciones, frases recicladas de cada año—, uno se dispone a hacer la maleta. Pero no para volver, sino para irse. Para marcharse por fin unos días, y dejar que el cuerpo respire, que la cabeza se airee y que el alma se oxigene.

Llega septiembre. El mes que, para muchos, marca el inicio real del año. Más que enero. Porque es ahora cuando florecen los propósitos: comer mejor, andar más, hacer limpieza en el móvil y en la vida. Septiembre es un umbral, una puerta entreabierta entre lo que fue y lo que está por venir. Es esa delgada línea —que no sé si es roja, gris o del color del mar al amanecer— que separa los días de chiringuito y siestas largas, de los relojes puntuales y los atascos con banda sonora de despertador.

Pero para mí, septiembre siempre ha sido otra cosa. El mes de mis vacaciones por excelencia. El momento en que todo el mundo vuelve y yo, como contracorriente amable, me voy. Cuando las playas se vacían, las calles se relajan y el sol sigue calentando, pero sin estridencias. Cuando el pescado sabe aún mejor, el aire huele distinto y el mundo parece bajar un poco la voz.

Y así me marcho. Con la maleta medio hecha y muchas ganas de vaciarme por dentro para volver a llenarme de otra manera. De paseos al alba por la orilla, de lecturas sin prisa ni avisos sonoros, de pescadito frito —onubense, por supuesto, el mejor del mundo, no insisto más—, de curas de sueño sin despertador. Tal vez alguna película. Tal vez una libreta en la mochila. Tal vez nada.

Intentaré espantar esas nubes negras que en los últimos tiempos se han empeñado en hacer sombra. Con suerte, el aire limpio del sur soplará fuerte, y se las llevará bien lejos, allá donde vieron naves ardiendo más allá de Orión.

Y aunque mi idea es desconectar casi por completo, puede que algún día me dé por leeros en silencio, como el Gran Hermano, pero el bueno, el de Orwell, no el del programilla de marras. Leer sin comentar, observar sin interrumpir. Como quien se asoma a una ventana conocida.

Así que, lo dicho: nos vemos. No sé cuándo, pero volveré. Porque al final, uno siempre vuelve, por ganas, por costumbre o por cariño. Que paséis un mes de septiembre fabuloso, los que volváis a la rutina y los que, como yo, aún la esquivamos un poquito más.

Abrazos grandes para ellos y besitos dulces para ellas.

Nos leemos pronto.

Yo, para todo viaje
—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—,
voy ligero de equipaje. (Antonio Machado)

29.8.08

50 años

El tiempo, ese verdugo silencioso, pasa para todos. Incluso para aquellos artistas que mantenemos congelados en nuestra memoria como si fueran inmunes al desgaste. En nuestras retinas siguen siendo jóvenes, vibrantes, magnéticos. Están atrapados en una canción, en un paso de baile, en una imagen de videoclip o en una portada de vinilo. Y de algún modo, forman parte de nuestra propia banda sonora vital.

Escribir sobre uno de estos artistas —sobre uno de esos pocos que han alcanzado la cima y que allí arriba siguen, aunque los años hayan pasado— no es tarea fácil. Habría que dedicarle páginas, libros, documentales enteros. Porque estamos hablando de alguien que no sólo revolucionó el escenario, sino que se convirtió en referente universal, en icono de la cultura, en símbolo para varias generaciones que crecieron con su música, su estética, sus movimientos imposibles y su vulnerabilidad latente.

Como todo genio, tiene sus luces y sombras. Y quien quiera trazar su retrato sólo con una brocha blanca o negra, errará el enfoque. Hay quien no puede —o no quiere— separar al artista del ser humano. Hay quien olvida que detrás de cada superestrella hay también un niño, una herida, una fragilidad envuelta en oro y focos. Y así, en la adversidad, en medio del ruido, la sospecha o el juicio público, se le condenó por adelantado. La justicia mediática, esa tan rápida y tan cruel, no suele leer los matices.

Y sin embargo, ahí sigue. Intocable en lo esencial. Porque el talento —el talento de verdad— no se entierra bajo escándalos ni se disuelve con el paso del tiempo. Permanece. Como un eco. Como una luz.

Hoy cumple 50 años. Y aunque suene absurdo —y hasta poético—, tal vez él nunca debió cumplirlos. Tal vez el destino le reservaba la eternidad a los 27 o a los 33, como a tantos otros. Pero siguió. Contra todo. En su piel, en su silencio, en su aislamiento. Un Peter Pan que se resistía a envejecer, en un mundo que se empeñaba en hacerlo crecer a la fuerza.

A veces me pregunto si su leyenda sería aún más gigantesca si la muerte lo hubiera sorprendido en pleno esplendor. Pero es una pregunta cruel, ¿verdad? ¿Acaso la leyenda no está ya escrita, tatuada en la memoria colectiva, con sus errores y sus aciertos? ¿Importa acaso el color de las nubes que la envuelven, si la tormenta nos hizo bailar igual?

Porque hay artistas que nos acompañan más allá de su vida o de la nuestra. Artistas que no envejecen del todo, aunque el calendario avance. Artistas que nos recuerdan quiénes fuimos, cada vez que suena una canción.

Y hoy, que cumple 50 años, no puedo evitar sentir un nudo en la garganta. Porque no sé si celebrar ese medio siglo o lamentar que el tiempo haya pasado también para él.

26.8.08

Leyendas urbanas

A lo largo del año recibo infinidad de correos en cadena que insisten, con tono apocalíptico y cierta mala leche, en que si no los reenvío a un número determinado de personas, caerá sobre mí la maldición del Chimpancé Hebreo, la ira de la suegra de Tutankamón o el fantasma de algún palacio lúgubre, normalmente el de Linares, que parece tener más espectros censados que habitantes vivos. Y claro, uno ya no sabe si reírse o echarse agua bendita.

Internet ha sido, desde sus inicios, un caldo de cultivo estupendo para el florecimiento de todo tipo de leyendas urbanas. Y con la llegada de YouTube, el asunto ha alcanzado cotas de surrealismo que rozan lo cinematográfico. Hay vídeos que parecen sacados directamente de festivales de terror de serie B, aunque algunos están tan bien hechos que merecerían un Goya, o por lo menos una ovación en Sitges.

Especialmente memorable es uno que vi hace tiempo: una supuesta niña en un cementerio mexicano, grabada en visión nocturna por un chico que se está filmando a sí mismo mientras explora el lugar. La escena está tan bien lograda que por un momento dudas si es una broma o un nuevo expediente sin resolver de Cuarto Milenio. La cara del chaval cuando ve a la niña es tan creíble que dan ganas de invitarle a un casting.

Hoy me ha llegado otra de esas “gilipolleces cósmicas”, como me gusta llamarlas. Un montaje cutre con mensaje incluido en el que se me advierte, con la sutileza de un verdugo, que si no lo reenvío antes de medianoche a 23 contactos, sufriré siete años de desgracia, se me secarán los geranios y vendrán los cobradores del frac aunque no deba nada.

Y yo me pregunto: ¿la gente los reenvía por auténtico pavor supersticioso o simplemente para seguir la bola y comprobar cuántos incautos siguen cayendo en la trampa digital?

En fin, si ves este mensaje y no lo reenvías, no pasará absolutamente nada... salvo que un duende travieso entre en tu casa, te apague el wifi y te obligue a hablar con la gente cara a cara. Y eso, amigos, sí que da miedo.


24.8.08

Ganar perdiendo


Esa es la sensación que tengo ahora mismo, cuando apenas han pasado unos minutos desde que ha terminado la final olímpica de baloncesto en los Juegos de Pekín 2008. El marcador final ha sido de 107-118 a favor del todopoderoso equipo de Estados Unidos. Pero que nadie se equivoque: esta no ha sido una derrota cualquiera. Ha sido una batalla colosal, un espectáculo majestuoso, un duelo de titanes.

España ha jugado de tú a tú contra un combinado que muchos consideran imbatible, una constelación de estrellas NBA lideradas por Kobe Bryant, LeBron James, Dwyane Wade o Chris Paul. Pero durante los 40 minutos de juego, los nuestros —nuestros campeones— han demostrado tener el talento, la garra y la sangre fría necesaria para hacer temblar a los gigantes.

Y lo han hecho. Con corazón, con inteligencia, con una defensa feroz y un ataque brillante. Nos ha faltado poco. Muy poco. Y si alguien hoy no ha estado a la altura, han sido los árbitros. No lo digo como excusa de mal perdedor —porque no hemos perdido nada más allá del oro—, sino como un hecho visible. Las decisiones cuestionables, los criterios desiguales y ciertas concesiones descaradas al rival han empañado en parte lo que podría haber sido una gesta inolvidable.

Pero a pesar de todo, hoy hemos vivido uno de los mejores partidos de baloncesto en muchos años. Una final que ya forma parte de la historia. Porque este equipo —nuestro equipo— ha vuelto a demostrar que lo suyo no es flor de un día. Que no son promesa: son presente y futuro. Con figuras consolidadas como Pau Gasol, Navarro, Rudy Fernández, Felipe Reyes, Garbajosa, Raúl López y, por supuesto, mi paisano Calderón, cuya ausencia por lesión hoy se ha notado y mucho. Y con jóvenes prodigios como Ricky Rubio, que con tan solo 17 años ha jugado con una madurez pasmosa. Qué pedazo de jugador se está forjando.

Hace 24 años, en Los Ángeles 1984, España se colgaba la medalla de plata frente a otra generación de oro... americana. Hoy repetimos la hazaña, pero esta vez el sabor es diferente. No sólo porque les hemos plantado cara, sino porque sabemos que tenemos equipo para rato. Un grupo unido, valiente, que ha demostrado que el baloncesto español está en lo más alto del mundo.

Hemos ganado mucho más que una medalla. Hemos ganado respeto. Hemos ganado admiración. Y sobre todo, hemos ganado futuro. Hoy, más que nunca, podemos decir con orgullo: somos los mejores. Aunque el oro brille en otras manos, el corazón del baloncesto late en rojo.