
Últimamente, me ha dado por revisitar clásicos del cine en DVD, esos filmes que en su día marcaron época o quedaron grabados en la memoria por algún motivo especial. Ya sean bélicas de los años 40 y 50, westerns de los 60 o grandes superproducciones de las décadas posteriores, siempre hay algo que te atrapa. Lo curioso es que al cabo de los años muchos recuerdos se desdibujan, los argumentos se entremezclan y, en ocasiones, la lógica parece ausente al tratar de reconstruir esas historias que en su día nos impactaron.
Así que en uno de esos días me hice con un ejemplar de El estrangulador de Boston, película de 1968 protagonizada por dos auténticos monstruos del cine: Henry Fonda y el recientemente fallecido Tony Curtis. Metí el DVD en el reproductor y, ¡zas!, como si la hubiera visto hace un par de meses, el filme volvió a atraparme. Creo recordar que la vi por primera vez en una de aquellas sesiones de "Sábado Cine" que TVE emitía en los años 80, justo después de Informe Semanal. Por entonces, con solo dos canales públicos y una audiencia muy repartida, esos programas eran verdaderos eventos.
Pero no quiero hablar tanto de la televisión española ni del film en sí, sino del personaje real en el que está basado: Albert DeSalvo, tristemente conocido como el Estrangulador de Boston. Porque, sí, la historia fue real y sucedió a comienzos de los años 60 en la ciudad estadounidense.
Albert DeSalvo parecía un hombre común, un tipo normal y corriente, casado, padre de dos hijos, empleado en una fábrica de cauchos. Nadie podría haber sospechado que tras esa apariencia anodina se escondía un asesino en serie. Vivía una existencia rutinaria: de la fábrica a casa y de casa a la fábrica, sin levantar sospechas entre sus compañeros o vecinos. Su juventud estuvo marcada por algunos altercados menores, pero nada que apuntara a lo que estaba por venir.
Nacido en Massachusetts en 1931, DeSalvo fue uno de cinco hermanos. Su infancia estuvo marcada por la violencia doméstica, ya que su padre era un hombre agresivo que golpeaba a su esposa y a sus hijos. Esta situación desembocó en el divorcio y el posterior nuevo matrimonio de su madre, lo que deterioró aún más la relación con Albert. Ya adulto, y tras alistarse en el ejército, fue destinado a Alemania, donde conoció a la que sería su esposa, con quien tuvo dos hijos, a los que adoraba y con quienes compartía largas horas jugando o viendo televisión.
Entre junio de 1962 y enero de 1964, Boston fue el escenario de una ola de terror provocada por trece asesinatos. Las víctimas, en su mayoría mujeres de edad avanzada, fueron estranguladas con una violencia fría e implacable. DeSalvo aprovechaba el espacio de tiempo entre la salida del trabajo y su llegada a casa para cometer estos horribles crímenes, eligiendo a sus víctimas por su fragilidad e indefensión.
La historia de Albert DeSalvo es, más allá del thriller o el drama, un estremecedor retrato de la oscuridad que puede ocultarse tras una apariencia banal, y la manera en que el mal puede infiltrarse en lo cotidiano sin que nadie lo advierta hasta que es demasiado tarde.

Hechos más o menos similares hemos visto, por desgracia, decenas de veces, tanto fuera como dentro de nuestro país. No es algo nuevo, ni exclusivo de un lugar o época. Sin embargo, lo que siempre me ha intrigado —y creo que a muchos también— es qué es lo que lleva a una persona, que aparentemente parece normal, con una vida cotidiana totalmente común, a convertirse en un monstruo capaz de cometer tales atrocidades.
Personas que podrían ser vecinos, amigos de la infancia, compañeros de trabajo, que comparten con nosotros preocupaciones típicas y terrenales: la hipoteca, el coche, el fin de mes ajustado, las vacaciones soñadas. ¿Qué mecanismos invisibles en su mente se activan para desencadenar el horror? Por mucho que la psiquiatría intente explicar con términos como trastornos disociativos, personalidades múltiples o esquizofrenia paranoide, la verdad es que me cuesta creer que alguien pueda adentrarse realmente en la oscuridad que habita en la mente de uno de estos asesinos y entender qué fue lo que les llevó a cruzar esa línea definitiva.
Y ahí reside el verdadero miedo, el temor profundo y constante, porque nunca sabremos con certeza quién es capaz de cometerlo. Esa persona terrible puede ser, en apariencia, el vecino del piso de enfrente, un amigo de la infancia con el que compartiste risas y juegos, o el cajero del supermercado donde vas a comprar cada día sin levantar sospechas.
Albert DeSalvo fue condenado a cadena perpetua en 1966, pero no pudo cumplir mucho tiempo su condena: fue asesinado por un compañero de celda en 1973. Y sin embargo, su historia sigue resonando como un oscuro recordatorio de lo frágil que es la línea que separa la normalidad de la locura y la barbarie.