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21.7.06

Tour de Francia

Días que arrastran consigo los ecos de otros veranos, de otras juventudes, de aquellas inquietudes que se moldeaban al ritmo pausado del helicóptero sobrevolando verdes praderas y colosos alpinos. Las etapas del Tour no son solo deporte; son retales de memoria, aromas de siesta sacrificada, de ventiladores perezosos y voces graves narrando gestas en tardes que se derretían al sol.

Este año, a priori, nada hacía presagiar la emoción, la tensión, casi el drama clásico que se ha instalado en esta edición de la gran ronda francesa. Y sin embargo, contra todo pronóstico, a dos días del final aún quedaban dos españoles con opciones reales de escribir su nombre junto a los elegidos: Pereiro y Sastre, dos hombres forjados en el esfuerzo, la montaña y la perseverancia. Nadie lo habría imaginado al inicio, pero ahí estaban, en la cúspide de la expectativa nacional, rozando la gloria con la yema de los dedos.

Pero siempre hay un pero. El ciclismo —como la vida— no se rige por méritos acumulados, sino por la capacidad de resistir en el momento preciso, por la templanza cuando otros se desgarran. Ayer fue una de esas etapas infernales, de las que forjan leyenda, de las que se recordarán con esa mezcla de admiración y amargura. Y, de nuevo, fue un americano el que, como una sombra implacable, amenazó con arrebatar a nuestros corredores ese paseo soñado por los Campos Elíseos.

Aún queda la contrarreloj de mañana. Y aunque el corazón no se resigna, la razón ya empieza a dictar sentencia: difícilmente veremos a un español en lo más alto del podio. Ojalá me equivoque. Ojalá el ciclismo nos regale una última sorpresa.

Pero más allá del resultado final, queda la ilusión recobrada, el noble gesto de quienes nos han devuelto, al menos por unos días, la pasión por este deporte que tantas alegrías y desengaños nos ha dado. Y sí, volvimos a renunciar a la siesta, a ese sopor sagrado de julio, para dejarnos llevar por la épica. Por la bicicleta. Por el Tour.



18.7.06

70 Aniversario del golpe de estado fascista

Setenta años después del estallido de la Guerra Civil, aún hay quienes consideran legítimo —e incluso necesario— el golpe de Estado militar que, en julio de 1936, quebró el orden constitucional de la Segunda República y sumió a España en un conflicto fratricida cuyas heridas, en muchos casos, siguen sin cicatrizar del todo. Tal vez olviden —o prefieran olvidar— las trágicas consecuencias que derivaron de aquel alzamiento: la brutal represión, el exilio forzado de cientos de miles de ciudadanos, la instauración de una dictadura férrea que sofocó durante casi cuatro décadas las libertades más elementales y mantuvo a España anclada en un letargo político, económico y cultural.

Recientemente, el Parlamento Europeo —en una declaración sin precedentes— ha condenado de manera explícita el golpe de Estado fascista que aupó al poder al general Francisco Franco, subrayando la necesidad de que el Estado español asuma «la carga plena de su pasado». Esta resolución, respaldada por todas las fuerzas políticas europeas con la única excepción del Partido Popular español, no sólo constituye un acto simbólico de justicia histórica, sino también un llamamiento a la memoria y a la responsabilidad democrática.

El texto recuerda la dureza de la posguerra, un periodo en el que, lejos de propiciar reconciliación, se intentó erradicar al enemigo mediante una represión sistemática, institucionalizada y sin paliativos. También lamenta que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidiera no incluir al régimen franquista en su política de aislamiento de las dictaduras europeas, legitimando así de forma indirecta su permanencia y frenando el retorno de la democracia a España.

Más allá del valor testimonial, la declaración incide en una idea fundamental: no es posible construir un futuro plenamente democrático sin mirar de frente al pasado. No basta con enterrar la historia bajo una losa de silencio: es preciso recordar, asumir responsabilidades, condenar críticamente a los responsables de los atropellos y rendir homenaje a quienes lucharon por las libertades, padecieron persecución o murieron defendiendo la legalidad republicana. A ellos debemos el resurgir democrático y el regreso de España al concierto europeo como nación libre y plural.

En tiempos de revisionismos interesados y de creciente desmemoria, este tipo de gestos institucionales son más necesarios que nunca. Porque, como advirtió el historiador Tzvetan Todorov, "la memoria del pasado es también una forma de justicia en el presente".


14.7.06

Comentario de Supermán Returns.

Bryan Singer se enfrentaba a un desafío titánico: revivir a un icono del celuloide que llevaba años relegado a la nostalgia. Con una apuesta valiente, decidió sumergirse en las aguas conocidas de “Superman II”, continuando una historia que parecía ya cerrada, pero que aún guardaba secretos bajo su superficie. Su elección de retomar el legado de Richard Donner es casi un acto de amor al cine clásico de superhéroes, una evocación de ese estilo y atmósfera que cautivó a generaciones enteras. Para los espectadores que vieron a Superman volar hace casi tres décadas, esta película es un espejo que refleja un mito familiar; para los espectadores modernos, sin embargo, puede sentirse como un relicario de otra época, con sus ritmos pausados y su mirada introspectiva.

Singer opta por ralentizar el pulso frenético que domina hoy el género para explorar las grietas internas del hombre bajo la capa. Más que en el choque de puños o los efectos visuales deslumbrantes, la película se detiene en la batalla más humana: la búsqueda de identidad, el conflicto entre el deber y el deseo, la soledad del héroe en un mundo que ha cambiado demasiado rápido. La cámara sigue a Superman mientras busca reencontrar su lugar en la tierra, y en esos momentos, la emoción aflora con la sutileza de una brisa que apenas roza el rostro del espectador.

La acción, aunque impecablemente coreografiada y técnicamente deslumbrante, cede protagonismo a la intimidad de escenas que permanecen en la retina. El plano en el que Superman surca el cielo nocturno, sosteniendo a Lois Lane en sus brazos, se convierte en una imagen emblemática que trasciende el género: un gesto de ternura y protección que detiene el tiempo y revela el corazón latente bajo la armadura del superhéroe.

Para el espectador que se adentra en esta narración con la mente abierta, dispuesto a dejarse llevar más allá del estallido visual, “Superman Returns” ofrece una revitalización digna del mito. Bryan Singer, junto a los guionistas Michael Dougherty y Dan Harris, han tejido una nueva tela en el tapiz del Hombre de Acero, respetando sus raíces y adaptándolo con destreza al lenguaje del siglo XXI.

Superman renace no solo como un símbolo de poder, sino como un reflejo de nuestras propias dudas y anhelos, listo para volar una vez más sobre un firmamento cinematográfico cada vez más saturado. Y eso, en estos tiempos, es un acto de heroísmo en sí mismo.



12.7.06

El regreso de Supermán

Casi veinte años han transcurrido desde la última entrega de la icónica saga protagonizada por Christopher Reeve, y ahora el Hombre de Acero regresa para, una vez más, afrontar la titánica tarea de salvar al planeta Tierra de toda adversidad. Al momento de escribir estas líneas, aún no he tenido la ocasión de contemplar esta nueva versión cinematográfica, pero debo confesar que la expectación que siento es comparable a la que me embargaba cuando, en su día, asistí al estreno de aquellas ya clásicas y emblemáticas películas.

Por supuesto, en el papel principal ya no podemos contar con la presencia inigualable de Christopher Reeve, cuya valentía y heroísmo trascendieron con creces la pantalla y se manifestaron con aún mayor nobleza en los años finales de su vida, convirtiéndolo en una figura emblemática más allá de la ficción. En su lugar, Brandon Routh, actor hasta ahora relativamente desconocido, asume el manto de este personaje mitológico, replicando así el fenómeno que en su momento supuso Reeve para una generación entera.

La saga original de Superman no fue simplemente un conjunto de películas de entretenimiento, sino que se erigió como un fenómeno cultural que definió un paradigma dentro del cine de superhéroes y, por extensión, en la cultura popular global. Desde su primer estreno en 1978, estas películas capturaron la imaginación de millones, ofreciendo no solo efectos especiales pioneros para su época, sino también una narrativa profundamente simbólica en torno a la figura del héroe. Superman, con su doble identidad como Clark Kent, encarnaba el ideal de la nobleza, la justicia y la esperanza, valores universales que resonaban en un mundo marcado por la Guerra Fría, la incertidumbre política y los profundos cambios sociales.

Este personaje, nacido en las páginas de los cómics en la década de 1930, fue elevado a un icono casi mitológico a través del cine, transformándose en un símbolo arquetípico del héroe moderno. La dualidad entre el hombre común y el ser extraordinario reflejaba las tensiones y aspiraciones de la sociedad contemporánea, al tiempo que ofrecía una vía de escape y un modelo de conducta idealizado. La saga de Reeve cristalizó ese ideal, mostrando que la verdadera fortaleza reside no solo en los poderes físicos, sino en la integridad moral y el compromiso con el bien común.

Con la llegada del nuevo milenio, el mito del superhéroe comenzó a evolucionar para adaptarse a una sociedad más compleja y plural. La tecnología digital revolucionó el lenguaje cinematográfico, permitiendo recrear mundos y personajes con un realismo antes inimaginable. Así, el Superman contemporáneo se enfrenta a desafíos no solo externos sino también internos, en un contexto donde la oscuridad, la ambigüedad moral y la fragilidad humana adquieren mayor protagonismo.

Esta nueva etapa del cine de superhéroes, que incluye la reinvención del Hombre de Acero, refleja una sensibilidad distinta, más acorde con un público acostumbrado a narrativas complejas y a héroes imperfectos. No obstante, la esencia arquetípica persiste, pues la necesidad de héroes que encarnen la esperanza y el idealismo sigue siendo una constante en la cultura global.

Así pues, aunque la nueva película incorpora los avances técnicos y narrativos del siglo XXI, el regreso de Superman invita a una reflexión sobre la perdurabilidad de los mitos y su capacidad para reinventarse sin perder su núcleo esencial. En un mundo saturado de imágenes y mensajes, la figura del Hombre de Acero continúa siendo un faro que ilumina, a su modo, las ansias humanas de justicia, valentía y redención.

Ni Lex Luthor ni la kriptonita más letal lograrán doblegar, en esta ocasión tampoco, el espíritu indómito de Superman, símbolo eterno de un ideal que trasciende épocas y generaciones.


5.7.06

A mi Méndez

Personaje emblemático, controvertido, polémico, curioso, querido, odiado, paradójico, contradictorio, y quizá hasta un poco ectoplasmático, que para eso le gusta sorprender. Podría ponerle mil etiquetas a mi amigo y compañero Paco Méndez: “el Méndez”, “la guarrucia”, “Pier Luiggi”… Como buen personaje con más vidas que un gato, tiene detractores y seguidores a partes iguales. Los detractores, claro, son esos pobres incautos que no entienden su filosofía de vida, su “walk of life” — que básicamente consiste en ir a su ritmo, cuando le da la gana y con una caña en la mano —, sus exabruptos que a veces parecen sacados de un guion de Woody Allen en modo gamberro, y otras, más cercanos al surrealismo Faemino y Cansado.

Eterno cabreo con patas que, sorprendentemente, nos alegra las mañanas grises, ocre y aburridas, como si fuera un café cargado de ironía. Su voz, dulce y aterciopelada, es comparable a la de un ángel caído… especialmente después de un viernes de fiesta que él mismo califica de “de órdago”. Su mirada, profunda y seductora, destila esa virilidad ibérica forjada en cientos de batallas, algunas ganadas, otras perdidas, y muchas otras ni siquiera empezadas. Paco es un romántico defensor de las tradiciones más arraigadas, como el arte milenario del “chateo”, que para él no es mandar mensajes sino sentarse a tomar unos chatos de vino en la tasca más cutre y con más solera del barrio.

Y por si fuera poco, es del Atlético de Madrid. O eso dice. Porque últimamente el único himno que se le ha oído entonar es el del Barcelona, pero bueno, detalles sin importancia.

Así es Paco Méndez: “asina”, con todas sus letras y sin pedir perdón.

Un día, Paco Méndez se murió. Y como para que le aceptaran en el infierno había que pasar un examen de paciencia, se ve que hasta allí le dijeron: “Mira, Paco, gracias pero no, que aquí ya estamos llenos”. Y así es cómo un tipo como él consiguió que ni las puertas del averno quisieran abrirse.


28.6.06

Adios a el Mundial.

Recuerdo con nitidez aquella mezcla de frustración amarga que nos invadió en España 82, cuando el sueño parecía rozarnos los dedos y se esfumaba entre las manos. La tristeza profunda que nos abrazó en México 86, como un lamento colectivo que resonaba en cada rincón del país. La decepción que nos paralizó en Italia 90, cuando las esperanzas se vieron truncadas por el implacable destino. La ira contenida y la impotencia desgarradora de Estados Unidos 94, un cóctel de emociones que parecía no encontrar salida. El sabor a fracaso en Francia 98, un golpe duro que dejó cicatrices invisibles pero profundas. Y aquella sensación de nueva impotencia en Corea-Japón 2002, aunque esta vez acompañada de un firme convencimiento: ésta podía ser la ocasión, la definitiva.

Hoy, en este instante presente, ni frustración, ni rabia, ni tristeza, ni impotencia. Solo la aceptación serena de lo que somos: un equipo, una nación, con sus luces y sus sombras, con sus gestas y sus limitaciones. Somos lo que somos, y nada más.

22.6.06

30 Años sin Fofó

Se cumplen ya tres décadas desde que desapareció uno de los personajes más entrañables y emblemáticos de la infancia para las generaciones que crecieron entre los años 60 y 70, un tiempo en el que la televisión era un refugio de inocencia y magia en un mundo todavía marcado por las heridas de la posguerra y los albores de una sociedad en transformación. En mi memoria, aquel entrañable icono se presenta como un destello tenue, una imagen difusa que el tiempo ha suavizado, pero que permanece anclada en el rincón más sensible de la memoria infantil, donde los sueños y la realidad se entrelazan.

Posteriormente, tuve la fortuna de acompañar (por televisión) y admirar a la familia Aragón en sus inolvidables programas, verdaderos hitos de la cultura televisiva española, que con su sencillez, humor y ternura tejieron un lazo indisoluble con el público. Hoy, en un panorama audiovisual dominado por la inmediatez y la espectacularidad, resulta casi impensable que estos espacios tan genuinos puedan encontrar cabida.

Es inevitable sentir una profunda melancolía al contemplar cómo aquellos tiempos —en los que la televisión era una ventana a un mundo de esperanza, valores y autenticidad— se desvanecen, dejando atrás un legado imborrable que, sin embargo, parece perderse en la vorágine del cambio cultural y tecnológico. Aquella era fue, sin duda, un capítulo irrepetible en la historia de nuestra cultura popular.

21.6.06

El juicio de Miguel Ángel Blanco

En la solemne sala de la Audiencia Nacional, donde la justicia se enfrenta a las sombras del pasado más oscuro, los familiares y amigos de Miguel Ángel Blanco alzaron su voz, encendiendo un fervor incontenible con un prolongado aplauso hacia el fiscal que, con palabra firme y emotiva, clamó por justicia. Fue un tributo vibrante, una demanda irrenunciable que resonó en cada rincón, hasta que la severa autoridad los expulsó, como quien aparta la llama que amenaza con consumir la indiferencia.

Antes de abandonar ese recinto cargado de memoria y dolor, Mari Mar Blanco, hermana del concejal asesinado en Ermua el 12 de julio de 1997, se alzó en un acto de valentía y desgarro. Con voz grave y palabras que parecen talladas en el mármol de la historia, llamó a los acusados —el ex dirigente etarra Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, y su compañera Amaia Gallastegui— con la verdad más hiriente: asesinos, cobardes e hijos de la ignominia.

Pero su reproche no se detuvo ahí. Dirigiéndose a los familiares de quienes compartieron sangre con esos verdugos, les lanzó un desafío que atravesó el silencio gélido de la sala: «Vergüenza debería daros tener un hijo asesino». Y concluyó con una sentencia que retumbó en el corazón de todos los presentes: «Reíros, reíros, porque más fuerte será mi risa cuando os vea a todos pudriéndose en la cárcel».

Ante estas escenas de intensa humanidad, de rabia justa y de un clamor que trasciende el dolor, no queda sino reconocer que el alma se rompe, se fragmenta en mil pedazos, pero también que, en esa fractura, late la esperanza invencible de que la justicia, aunque tardía, sea finalmente cumplida.

6.6.06

Alfonso Ussía,vaya con Dios en su caso.

Asombrado, perplejo, alucinado y medio boquiabierto me quedé al ver, en esa gloriosa emisora de televisión local, la entrevista —o más bien el acto de adoración en diferido— que le hicieron a Alfonso Ussía.

Confieso que hasta ese día apenas le había prestado atención. Algún vistazo de reojo a sus columnas dominicales, alguna intervención televisiva que seguramente zapeé con la misma rapidez con la que uno cambia de acera al ver a un testigo de Jehová, y sus insistentes intentos de meter el hocico en la directiva del Real Madrid, pero poco más. No le había dado importancia. Hasta ahora.

Este año se presentó en la Feria del Libro de Mérida poco menos que como el literato estrella de la edición. Afortunadamente, no estuve presente en su intervención. Lo que sí pude "degustar", gracias a la pequeña pantalla, fue una entrevista que, por momentos, rozó y hasta traspasó las lindes de lo rancio, lo fascistoide, lo desfasado y lo peligrosamente revisionista.

Porque una cosa es tener opiniones personales, y otra muy distinta es reescribir la historia desde el lado oscuro de la contienda, sin rigor, sin objetividad y claramente influenciado por un árbol genealógico con tufillo a cruzada.

Es sano mirar hacia la historia. Es más: es necesario. Sobre todo para que no se repitan atrocidades como las que asolaron este país hace más de setenta años. Pero cuando personajes como Ussía se convierten en altavoz de una memoria selectiva y un relato manipulado, corremos el serio riesgo de alimentar nuevos extremismos, de esos que duermen agazapados en ciertas esquinas con pretensiones de púlpito.

Parece mentira que un periodista con la trayectoria y la plataforma que él tiene, siga sin enterarse de que en esta guerra no ganó nadie. O, mejor dicho, perdimos todos. Y digo “perdimos” en presente continuo, porque las heridas siguen abiertas, sangrando en los márgenes de cunetas sin nombre, en familias partidas, en relatos amputados durante décadas.

Este señor, que lleva por bandera la monarquía y se envuelve en discursos de “reconciliación nacional”, haría bien en esforzarse un poco más por comprender la historia en toda su complejidad, no sólo la que le dictaron en casa. Porque lo que muchos intentaron colarnos durante cuarenta años ya no cuela. Y porque el discurso de la equidistancia, si viene sazonado con nostalgia por los desfiles y las glorias imperiales, apesta a pasado sin digerir.


3.6.06

Los Secretos...una y mil veces

Gratificante, especial y siempre emotivo fue poder disfrutar ayer del concierto de Los Secretos en el teatro Carolina Coronado de Almendralejo, donde presentaron su nuevo trabajo titulado Una y mil veces, al tiempo que evocaron muchas de sus canciones emblemáticas, esas melodías que, quién más quién menos, ha escuchado en algún momento de su vida.

Cada vez resulta más difícil encontrar un concierto en el que uno pueda gozar de principio a fin, pero afortunadamente en esta ocasión así fue. Escuchar temas como A tu lado, La calle del olvido, Ojos de gata, Y no amanece o la archiconocida Déjame deja un sabor de boca inolvidable y transporta a épocas pasadas, cuando la música no estaba tan adulterada ni tan carente de esencia como sucede hoy día.

Que sigan brindándonos su arte por muchos años más, y que esta no sea la última vez que tenga el privilegio de verlos en directo.

he muerto y he resucitado,
con mis cenizas
un arbol he plantado,
su fruto ha dado
y desde hoy,algo ha empezado.

he roto todos mis poemas
los de tristezas y de penas,
me lo he pensado
y hoy sin dudar vuelvo a tu lado

31.5.06

El Ángel de la muerte


 Hace ya varios años que buscaba un libro riguroso y completo sobre la vida del doctor Josef Mengele, el tristemente célebre médico del campo de concentración de Auschwitz. Aunque conocía de sobra su historia y muchas de sus atrocidades ,esas que rozan lo inenarrable, sentía la necesidad de leer una obra que no sólo detallara los hechos, sino que también ofreciera una perspectiva profunda, documentada y humana sobre el monstruo y el hombre.

Fue hace unos meses, en una de las tantas visitas que este último año me han llevado a Badajoz, cuando, casi por azar, encontré ese libro que llevaba tanto tiempo buscando. Se trata de Mengele: El ángel de la muerte en Sudamérica, firmado por Gerald L. Posner y John Ware, una investigación exhaustiva que en estos momentos estoy leyendo ,y padeciendo, porque hay libros que se leen y hay libros que se sufren.

A pesar de conocer el recorrido histórico de Mengele, pocas veces una lectura me ha sobrecogido e impresionado tanto como esta. No sólo por la frialdad de los datos o la crudeza de los testimonios, sino por la forma en que el relato desmenuza la banalidad del mal, el modo en que un hombre educado, culto, incluso carismático para algunos,pudo encarnar un nivel de crueldad sistemática difícil de comprender desde cualquier lógica humana.

Llegados a este punto, uno siente que emitir un juicio sobre lo que ocurrió en Auschwitz es casi inútil. No porque los hechos no lo merezcan, sino porque las palabras se quedan cortas. Leer sobre ciertos pasajes reales provoca una mezcla de tristeza, estupor e indignación. Pero lo que más duele, lo que más escuece, es el hecho de que Josef Mengele logró eludir la justicia durante más de 35 años, viviendo clandestinamente ,y en muchos momentos con relativa comodidad en diversos países sudamericanos. Que muriera de forma rápida, casi banal, ahogado en una playa de Brasil tras sufrir un infarto, resulta una especie de burla del destino.

El libro también desmonta parte del mito y de las oscuras leyendas que lo rodearon durante décadas. Aquel Mengele convertido en figura de culto macabro ,el “ángel de la muerte” experimentando con tribus amazónicas, moviéndose con impunidad entre dictaduras sudamericanas, va diluyéndose entre las páginas. Lo que queda al final es un retrato íntimo y patético: un hombre consumido por la autocompasión, solitario, obsesionado con su seguridad, paranoico y profundamente resentido, incluso con su propia familia, que lo protegió hasta el último momento con una mezcla de lealtad ciega, miedo y culpa mal digerida.

No es un libro fácil, ni debe serlo. Es un trabajo periodístico y documental de enorme valor, que nos obliga a mirar de frente una parte de la historia que muchos preferirían olvidar. Pero olvidar no es una opción. La memoria, por dura que sea, es el único antídoto frente a la repetición de la barbarie.

Leer a Posner y Ware no nos reconcilia con nada, pero nos ayuda a entender. Y a veces, eso es lo único que podemos hacer: entender para no repetir.

25.5.06

...Go on...

Por imposibilidad tanto técnica como personal,me he visto forzado a tomarme una breve pausa que tal vez me oxigene y me positivize. En breves fechas volveré con mucha más asiduidad.La lucha continúa...y seguimos siendo de primera.

2.5.06

La ecuación Dante


Un periodista especializado en casos misteriosos, una brillante física teórica, un rabino judío experto en la Torá y un rudo militar con más cicatrices que paciencia. A priori, nada los une. Nada, salvo una ligera sospecha de que alguien los ha metido en la misma novela por error de casting.

Pero no.
En esta trepidante obra de Jane Jensen, todo encaja. O, al menos, todo acaba encajando después de unas cuantas persecuciones, revelaciones místicas, notas científicas ininteligibles y una cantidad de giros argumentales que harían marearse hasta a Christopher Nolan.

El nexo de unión entre estos cuatro personajes es un nombre: Yosef Kobinski, un rabino tan brillante como enigmático que, en 1944, desapareció misteriosamente del campo de concentración de Auschwitz —sí, has leído bien: desapareció— sin dejar más rastro que un puñado de bocetos garabateados y unas notas inconclusas sobre un libro que pretendía escribir, titulado nada menos que "El Libro del Tormento". Muy animado todo.

Y no, no es un libro de autoayuda.

En sus páginas, Kobinski pretendía desarrollar nada menos que su propia teoría sobre el universo, una suerte de mezcla entre física cuántica, misticismo cabalístico y un curso acelerado de ingeniería espacio-temporal. Según parece, este libro contenía las claves para entender el plan de Dios (spoiler: no incluye descanso ni los domingos), y quizá incluso la capacidad de cambiar de universo, como quien cambia de canal cuando empieza el informativo.

La novela es una especie de cóctel explosivo donde se mezclan conspiraciones internacionales, servicios de inteligencia que siempre llegan tarde, códigos secretos escondidos en los textos sagrados, túneles del tiempo y dilemas existenciales. Vamos, lo típico que uno se encuentra al buscar en Google "cómo arreglar la cafetera".

¿Y qué tiene esta novela que no tenga El Código Da Vinci? Bueno, para empezar, sustancia. Aquí no hay visitas apresuradas a museos ni monjes con tendencias masoquistas. Hay profundidad, hay ciencia (o al menos lo parece), hay teología, y sobre todo, hay una historia que no subestima la inteligencia del lector… aunque puede que sí lo maree un poco.

En definitiva: una novela que engancha como una serie buena de televisión, que se lee con la misma ansiedad con la que uno busca el mando cuando empieza la publicidad. Misteriosa, intrigante, con personajes que parecen salidos de cuatro libros diferentes pero que terminan funcionando como un grupo de jazz improbable.

Una obra que, sin duda, dará que hablar. Y si no da que hablar, al menos te hará mirar raro a tu microondas durante un par de días.

1.5.06

Vuelve The Italian Stallion


 Pues sí, aunque parezca increíble, ya está rulando por la red el teaser de la sexta entrega de las aventuras (y sobre todo desventuras) de Rocky Balboa. Y no, no se han molestado en ponerle numerito alguno al título. Se llama simplemente "Rocky Balboa", como si dijeran: “Eh, esto no es una secuela más, es una declaración de intenciones.” O igual es que ya no sabían en qué idioma decir "sexto" sin que sonara a risa.

La película fue cuestionada y criticada mucho antes incluso de que Stallone se pusiera los guantes o se aplicara la crema antiinflamatoria. Pero me da que al bueno de Sly le van a dar más palos que a un saco de entrenamiento, y eso sólo durante los títulos de crédito. Lo mismo hasta algún crítico se anima a darle un gancho en el tráiler, por si acaso.

Ahora bien, y esta es mi opinión personalísima, ¿Rocky 6? ¿Cuál es el problema?
Para mí, una buena película no tiene por qué ganar la Palma de Oro ni hablar danés con subtítulos blancos sobre fondo de nieve. Una buena película también es esa que te entretiene, que te emociona, que te hace levantarte del sofá con ganas de hacer flexiones aunque te duelan las rodillas con solo pensarlo. Y en ese sentido, las cinco anteriores cumplieron su cometido de sobra.

Porque, seamos sinceros: todos hemos tirado un par de puñetazos al aire después de escuchar el “Gonna fly now”, aunque fuera en pijama y con una bolsa de pipas en la mano. Todos hemos subido escaleras imitando a Rocky, aunque fueran las del metro y acabáramos jadeando como si hubiéramos cruzado el Himalaya.
Y sí, puede que los guiones no ganen un Nobel, pero ay, amigo, ¿quién necesita lógica cuando tienes música épica y un ojo morado con dignidad?

Además, hay algo entrañable en ver a un Rocky envejecido seguir peleando. Es como ver a tu tostadora de toda la vida seguir funcionando: un milagro mecánico, pero le coges cariño.

Así que aquí estoy, con la ceja torcida como él, deseando que llegue el estreno.
Porque hay películas que uno no ve con los ojos, sino con el corazón lleno de nostalgia ochentera, olor a videoclub y espíritu de superación.

¡Gonna fly now... aunque sea hasta el sofá!

30.4.06

La historia se repite.

Una vez más, han entrado los amigos de lo ajeno y me han usurpado el mes de Abril, a pesar de guardarlo en el cajón, donde guardo el corazón.

Lo que no se ha dicho sobre la dimisión de Bono.

Según fuentes extraoficiales —aunque altamente imaginativas— del entorno de La Moncloa, la repentina dimisión de José Bono como ministro de Defensa no se debió, como se afirmó oficialmente, al “deseo de pasar más tiempo con su familia”, sino a su negativa rotunda a participar en el nuevo plan estratégico de política exterior diseñado personalmente por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

El plan, bautizado internamente como “Operación Suegro Atlántico”, pretendía restablecer las maltrechas relaciones entre España y Estados Unidos tras la retirada de las tropas de Irak. La estrategia, en apariencia sencilla, consistía en lo siguiente: que uno de los hijos de Bono iniciara un romance, preferiblemente duradero y fructífero, con una de las hijas del entonces presidente estadounidense, George W. Bush.

“El objetivo era claro”, señalan nuestras fuentes, “formar una alianza familiar que suavizara las tensiones bilaterales. Nada une tanto a dos naciones como unos nietos compartidos y una boda retransmitida por CNN y TVE1 con Letizia Ortiz como madrina y Condoleezza Rice dando el brindis”.

Sin embargo, José Bono —católico fervoroso, castellanomanchego recio y hombre de ideas fijas— se negó en redondo. “No permitiré que mis nietos se apelliden Bono Bush. ¡Eso suena a grupo de reggae neoliberal o a marca de champú para halcones!”, habría gritado durante una tensa reunión del Consejo de Ministros, según una fuente con acceso al catering.

A partir de ahí, la relación entre Bono y ZP se enfrió como un cocido madrileño en la nevera. “Zapatero se lo tomó muy mal. Él ya había mandado preparar una finca en Ávila para la boda, con toro mecánico, tarta en forma de bandera OTAN y un concierto íntimo de Amaral. Incluso había encargado un retrato conjunto de las dos familias hecho por Mariscal”.

A pesar de los esfuerzos por reconducir la situación —incluyendo una videollamada con los Bush en la que Bono se negó a activar la cámara—, el ministro presentó su dimisión entre dientes. “Dijo que prefería dimitir antes que convertirse en consuegro del hombre que confunde España con México y cree que Almodóvar es un cóctel”.

Desde entonces, Bono ha permanecido alejado de la política internacional, aunque fuentes próximas aseguran que sigue vigilando el árbol genealógico de sus descendientes con más celo que el CNI. “El día que uno de sus nietos escuche country o diga ‘y’all’, Bono se encierra en casa con una bandera republicana y se niega a salir”.

Mientras tanto, ZP habría seguido explorando otras vías diplomáticas menos personales: propuso a Moratinos hacerse pasar por monje budista para impresionar a China, y a Rubalcaba infiltrarse en la NBA como base suplente de los Celtics para mejorar las relaciones culturales con EE.UU. Ninguna de estas estrategias llegó a buen puerto, pero la leyenda de Bono Bush sigue viva en los pasillos más oscuros del ala oeste de Moncloa.


28.4.06

Parrafero o parrafista

 Bueno, ya que en algún que otro foro, siempre desde el cariño, claro está,se me ha tildado de parrafero, parrafista o directamente amigo de las subordinadas eternas, he decidido rendirme a la evidencia y crear este blog. Un espacio libre de restricciones métricas, donde los párrafos pueden extenderse tanto como un lunes por la mañana y donde las comas se usarán con la misma alegría con la que otros reparten fotos de gatitos.

Aquí podré expresarme sin apuros laborales, sin que nadie me mire el reloj, y sobre todo sin temor a la temida tijera de la censura (aunque siempre hay un cuñado al acecho). Este será mi rincón para divagar, desbarrar y, si se tercia, hasta tener alguna idea brillante entre tanto humo mental.

En este blog se respeta, venera y hasta se acaricia la libertad de expresión. Por tanto, todo lo que aquí se diga, se insinúe o se deslice , ya sea en forma de texto, imagen o reflexión nocturna, responde única y exclusivamente a mis pensamientos, los cuales, dicho sea de paso, no siempre están sobrios ni coordinados entre sí. Yo me hago responsable de mis palabras, de mis desvaríos y de mi mecanismo, aunque este último a veces se me quede en punto muerto.

Se aceptan todo tipo de comentarios: los entusiastas, los críticos, los que no vienen a cuento e incluso los que sólo buscan corregirme un acento. No prometo compartir todas las opiniones, ni siquiera entenderlas, pero sí respetarlas… salvo que vengan en Comic Sans.

Así que, sin más rodeos ni subordinadas adicionales (de momento), queda inaugurado este blog.
El telón ya está abierto. El escenario es todo tuyo, lector o lectora ocasional.
Pasa, ponte cómodo y, si te aburres… ¡la culpa es tuya por seguir leyendo!

CAMBIARÁN LOS VIENTOS


Aquí comienza una nueva aventura. Una travesía en forma de blog, en la que intentaré volcar, con mayor o menor acierto, todo aquello que ronde por mi mente y, por qué no, también lo que me llegue desde otras latitudes: ideas, emociones, recuerdos, intuiciones, incluso alguna que otra historia inventada o robada al vuelo.

No sé cuánto durará este viaje ni a dónde me llevará. Tal vez sea solo una etapa breve, una forma de evasión entre tantas rutinas. O quizás se convierta en algo más, en un espacio donde mirar hacia dentro, compartir, y conectar.

Lo que sí sé es que escribir siempre ha sido, para mí, una especie de refugio. Y hoy decido abrir la puerta de ese refugio y dejar que entren quienes quieran acompañarme, aunque sea por un rato.

Se abre el telón.
Y comienza el primer acto.