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31.8.06

Glenn Ford, el último de una generación

Glenn Ford, uno de los últimos mitos vivientes de la época dorada de Hollywood, ha fallecido a los 90 años. Su legado en la pantalla grande es vasto y admirable, con una filmografía que incluye títulos icónicos como Semillas de maldad, Los cuatro jinetes del apocalipsis, La casa de té de la luna de agosto, El desertor del Álamo, Cimarrón, Un gánster para un milagro, La batalla de Midway y Supermán.

Sin embargo, si hay un papel por el que Glenn Ford será recordado por encima de muchos otros, es su inolvidable interpretación en Gilda (1946), junto a la legendaria Rita Hayworth, un film que se ha convertido en clásico imprescindible y que marcó un antes y un después en el cine noir y en la construcción del mito hollywoodiense.

Su presencia en pantalla, esa mezcla de carisma discreto y fuerza interior, convirtió a Ford en uno de los actores más emblemáticos de su generación, capaz de transitar desde el drama al western, la acción o el romance con una naturalidad que pocos han sabido igualar.

Descanse en paz Glenn Ford, cuyo nombre permanecerá para siempre grabado en la historia del cine.

30.8.06

Naguib Mahfuz


Ha fallecido Naguib Mahfuz, el único egipcio galardonado con el Premio Nobel de Literatura, un título que obtuvo en 1988 y que coronó una carrera literaria llena de matices y profundidad. Mahfuz, quien vivió hasta los 95 años, fue un gigante de las letras árabes y un testigo ineludible de la compleja historia moderna de Egipto.

Confieso que aún no he tenido el placer de adentrarme en sus páginas, pero la noticia me ha devuelto a aquellos días inolvidables de 2002 durante nuestra visita a Egipto. En el país, Mahfuz no era solo un escritor: era un símbolo, un héroe nacional cuya imagen y legado se exhibían con orgullo, pese a las amenazas extremistas que en 1994 atentaron contra su vida, dejándole heridas físicas de las que nunca se recuperó del todo.

Recuerdo con nitidez el viaje desde Asuán hasta la imponente presa que, bajo la visión de Nasser, transformó el paisaje y el destino del Nilo. Fue entonces cuando el guía nos habló de Mahfuz frente a un gran cartel con una de sus frases más emblemáticas y su retrato serio, como un faro que ilumina el alma cultural de Egipto.

Que su partida, en definitiva, sea un llamado para quienes aún no lo conocen a explorar la riqueza de su obra, a sumergirse en esa narrativa que entreteje tradición y modernidad, historia y crítica social, y a entender mejor no solo a Egipto, sino a la humanidad a través de la voz de uno de sus grandes escritores.

29.8.06

United 93

El vuelo United 93 despegó de Newark esa mañana del 11 de septiembre de 2001, como cualquier otro, cargado de pasajeros con destinos, planes y vidas por delante. Destino San Francisco. Pero en cuestión de minutos, aquel avión se transformó en el escenario de una tragedia que cambiaría el mundo para siempre.

Lo que sucedió en ese espacio confinado, a 10.000 metros de altura, solo se conoce a través de fragmentos: las conversaciones interceptadas entre la tripulación y los controladores aéreos, las llamadas desesperadas de pasajeros a sus seres queridos, los informes recopilados tras el desastre. Un puzle incompleto que, sin embargo, revela la valentía y la determinación de aquellos hombres y mujeres que, enfrentados al horror, decidieron resistir.

Con una valentía inusitada, se cree que pasajeros y tripulación se organizaron, alzaron la voz y lucharon contra los secuestradores en un intento desesperado por recuperar el control de la aeronave. El desenlace: un impacto en un campo abierto de Pensilvania, lejos de su objetivo fatal —la Casa Blanca— y de las miles de vidas que habría podido costar.

El relato, reconstruido casi en tiempo real, no solo muestra la crudeza de aquel vuelo fatídico, sino también el poder del espíritu humano frente a la locura y el fanatismo irracional que aquel día se desató con tal brutalidad. Una historia que nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la fuerza del coraje cuando todo parece perdido.

27.8.06

Comenzó la liga

Este año, la verdad, el fútbol me suscita poco interés. Una indiferencia serena, casi estoica. Aunque —y esto conviene no olvidarlo nunca— con el fútbol nunca se sabe. Porque uno empieza con desgana, con la promesa solemne de no engancharse, y acaba debatiendo con vehemencia si un córner en la jornada tres fue o no fue mal sacado. Así de traicionero es el asunto.

Lo cierto es que durante los ocho o nueve meses que dura el campeonato, la liga sirve, más que como espectáculo deportivo, como excusa social. Un auténtico salvavidas para las tertulias de barra y las reuniones cervezeras de última hora, esas que tienen lugar cuando ya no se puede hablar más del jefe ni del precio del aceite. Entonces entra el fútbol, ese dios laico de pasiones encendidas, con sus jugadas polémicas, sus fueras de juego milimétricos y, cómo no, su inagotable catálogo de entrenadores culpables de todo lo malo que sucede en la Tierra: desde la derrota de tu equipo hasta el esguince del portero suplente.

El entrenador, ese chivo expiatorio con sueldo astronómico, que siempre debió haber hecho otra cosa, aunque nadie sepa muy bien el qué. Y el árbitro… Ah, el árbitro: ese mártir del silbato, merecedor de todo tipo de insultos a pulmón abierto y de diagnósticos oculares en remoto.

El fútbol, al final, es una bendita tortura que no deja indiferente a nadie: ni a quienes lo viven con pasión de secta, ni a los que reniegan de él con condescendencia intelectual pero se saben de memoria las alineaciones.

En fin, que ya estamos en marcha otra vez. A los creyentes, que les sea leve la fe. A los ateos, que resistan con dignidad la homilía de cada lunes. Y a todos, hinchas o no, que no se les olvide una cosa importante:
¡Aúpa Athletic!

26.8.06

La casa del lago


Será una romanticada. Será cursi. Será lenta. Será lacrimógena. Será todo lo que cualquier crítico con cinismo a flor de piel pueda tachar de “melosa” o “facilona”. Pero qué queréis que os diga: me ha gustado mucho. Así, sin excusas ni justificaciones.

La casa del lago no engaña a nadie. Es una historia de amor imposible, fantástica en el sentido más literal del término. El tiempo, ese implacable enemigo de casi todo lo que vale la pena, aquí se convierte en cómplice del deseo. El pasado y el futuro cruzan cartas, el buzón se vuelve oráculo, y la muerte acecha en un rincón del calendario. Todo está servido para que los escépticos pongan los ojos en blanco. Y, sin embargo, funciona.

Keanu Reeves y Sandra Bullock están... correctos. Limitaditos, sí, como suelen. Pero quizá por eso la historia no chirría: porque no intenta deslumbrar con interpretaciones monumentales, sino sostener una emoción sutil, una esperanza frágil, casi infantil, como la de quien espera una carta en papel cuando ya nadie escribe.

El guion tiene algo de cuento sin moraleja, algo de susurro a destiempo, algo de “¿y si…?”. Y a mí eso, últimamente, me seduce más que muchas películas con pretensiones de grandeza.

¿Será la edad? Quizá. O quizá sea que uno empieza a agradecer las historias que no tienen prisa, que se detienen en una carta, en un árbol, en una mirada que tarda dos años en encontrar respuesta.

Llámalo romanticismo. Llámalo debilidad. Llámalo necesidad de creer que a veces, solo a veces, el amor también puede escribir en los márgenes del tiempo.

25.8.06

Una menos.

Retiran por fin la estatua ecuestre del dictador Francisco Franco que aún presidía, con su bronce altivo, la entrada a la Academia General Militar de Zaragoza. Setenta y tantos años después, no está mal. Nunca es tarde si la memoria es buena, aunque a veces parezca que está de baja por depresión.

Y, cómo no, el Partido Popular ha reaccionado con su ya clásica mezcla de comedia de situación y monólogo sin guion. Según ellos, este gesto del Gobierno no es más que una maniobra para "contentar a los electores radicales de izquierda". Tal cual. Casi se echa uno en falta que añadiesen que el caballo también era rojo y peligrosamente subversivo.

Que se retire una estatua de un dictador que encabezó un golpe de Estado, una guerra civil y casi cuarenta años de represión debería ser un acto tan lógico como quitarle el nombre de una calle a Jack el Destripador. Pero en este país, aún hay quien lo ve como una agresión ideológica. O como una pérdida patrimonial, qué sé yo.

La memoria histórica, para algunos, sigue siendo eso que hay que dejar "en paz", como si la historia se curase sola con el paso del tiempo. Pero los símbolos importan. Y que un dictador no vigile a caballo la entrada de una institución pública en una democracia, debería ser, más que un gesto, una evidencia.

Ahora, la estatua al desguace, al almacén o al museo, donde las dictaduras van a dormir el sueño del olvido. Y los nostálgicos, como siempre, a rasgarse las vestiduras en prime time. Qué país este, en el que hasta desmontar una estatua requiere casco, grúa y chaleco antibalas mediático.



24.8.06

Bob Dylan...¿exagera?

El cantante estadounidense Bob Dylan ha vuelto a arremeter, con su ya habitual tono profético, contra el panorama musical actual. En declaraciones recogidas por la edición de septiembre de la revista Rolling Stone, Dylan califica de “atroz” la calidad de las grabaciones musicales de los últimos años. "No conozco a nadie que en los últimos veinte años haya grabado un disco que realmente suene de forma decente", afirma sin despeinarse.

Y, bueno... a lo primero, sin necesidad de detenerse mucho a analizar, hay que reconocer que no le falta cierta razón. Basta con encender la radio o darse un paseo por las listas de éxitos para notar que el estándar de calidad, tanto sonora como artística, ha bajado unos cuantos peldaños. Vaya tela lo que suena por ahí. Entre el “autotune” indiscriminado, las bases prefabricadas y la obsesión por lo viral, cuesta encontrar algo que suene con alma, con verdad, con cuerpo.

Ahora bien, sobre lo de los veinte años... Hombre, Bob, ahí te has venido un poco arriba. Dos décadas dan para mucho, incluso en tiempos revueltos. Durante ese lapso han aparecido discos y artistas que han sabido sortear la mediocridad general con propuestas sinceras, arriesgadas, incluso brillantes. Gente que ha grabado trabajos con mimo y criterio, alejándose del ruido comercial. No serán legión, de acuerdo, pero haberlos, haylos.

Lo que sí es cierto, y ahí Dylan vuelve a dar en el clavo, es que hoy en día es muy raro encontrarse con un disco que merezca ser escuchado de principio a fin. La cultura del “single”, del “clip”, del “tema pegadizo de quince segundos”, ha sustituido a la experiencia de sumergirse en una obra completa. Y eso, para quienes crecimos con vinilos, casetes o CDs, es una pérdida que se nota. Y se duele.

Así que sí, maestro Dylan, no todo es desierto, pero los oasis escasean. Y cuando uno encuentra agua, la bebe como si fuera la última.



20.8.06

El pulga

Nada tan sencillo y a la vez tan poderoso como la nostalgia: esta noche, mientras zapeaba sin rumbo fijo por Digital+, me detuve en el canal "TVE 50 años". Emitían un programa del mítico concurso Un, dos, tres... responda otra vez, de la época gloriosa en que lo presentaba Mayra Gómez Kemp, con su voz inconfundible y ese brillo de espectáculo familiar que marcó una generación.

Y entonces, como una ráfaga de recuerdos, aparecieron en pantalla ellos: el Dúo Sacapuntas. Sí, los inolvidables humoristas que nos hicieron reír a carcajadas con su famoso e inagotable “¡22, 22, 22, 22, 22...!”. No pude evitar sonreír, como quien saluda a dos viejos amigos que no veía desde hace mucho.

Minutos después, en un ejercicio inevitable de memoria, intenté recordar qué había sido de ellos tras su paso por aquel espacio dirigido por el inigualable Narciso Ibáñez Serrador. Y me vino a la cabeza lo que ya sabía, aunque preferiría no recordar: que uno de los miembros del dúo, Juan Rosa, conocido popularmente como “El Pulga” por su menuda estatura, falleció hace ya algunos años, repentinamente, en su casa de Málaga.

No eran académicos del humor ni falta que les hacía. Su grandeza residía en su cercanía, en esa capacidad de conectar con el público desde la sencillez, desde lo popular, desde lo cotidiano. El Dúo Sacapuntas formó parte del paisaje sentimental de muchos hogares españoles, en una época en la que las risas venían sin filtros ni algoritmos.

Este pequeño post quiere ser eso: un modesto pero sincero homenaje a Juan Rosa, “El Pulga”, por todos los buenos ratos que nos regaló. Y a la memoria de un tiempo en el que bastaba una frase repetida y un par de trajes imposibles para hacernos reír como niños.

Descanse en paz, maestro del humor de las cosas simples.
Siempre habrá un "22" esperando en alguna esquina del recuerdo.



Rocky Balboa...is coming.

El trailer oficial de la sexta aventura de el potro italiano,subtitulado en castellano.Disfruten.

18.8.06

Rain.

Llueve en Agosto,algo no muy usual para estas fechas sin que sean las típicas y más frecuentes tormentas veraniegas.Aunque "más raro fué aquel verano que no paró de nevar".

García Lorca 70 años después.


Por desgracia, en los próximos tres años se cumplirá el 70 aniversario de muchas de las atrocidades más terribles cometidas en este país. Crímenes que no fueron obra del azar ni consecuencia de los combates, sino parte de un plan meticuloso de exterminio. La represión que llevaron a cabo las fuerzas nacionales no fue una reacción, sino una condición misma del golpe de Estado, como señala Anthony Beevor en su monumental historia de la Guerra Civil: “La represión no fue tanto la consecuencia de los enfrentamientos como uno de los requisitos del golpe”.

La madrugada del 18 de agosto de 1936 fue una de esas noches que nunca terminan. Federico García Lorca fue sacado del Gobierno Civil de Granada, donde llevaba retenido dos días eternos. Lo acompañaban tres hombres: el maestro de escuela de Pulianas, Dióscoro Galindo González, y los banderilleros anarquistas Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar. Iban “de paseo”, ese eufemismo helador que el franquismo utilizó para disfrazar el asesinato.

El vehículo –un coche, un camión, da igual: el verdugo no siempre viaja en forma concreta– se dirigió hacia las afueras, rumbo a Víznar, apenas a unos kilómetros de la ciudad. Allí permanecieron encerrados en un edificio que antes había sido residencia de verano para los niños granadinos. Una casa alegre, ahora convertida en antesala de la muerte. Las horas que pasaron allí no se pueden contar, pero debieron de ser lentas. Muy lentas. Como el silencio que antecede a lo irreversible.

A los cuatro les dijeron que, al día siguiente, serían destinados a trabajos en la carretera. Se lo creyeron. Hasta pocos minutos antes de la saca. Solo entonces comprendieron. Uno de los custodios relató años después que ofreció a Lorca la posibilidad de rezar. El poeta, que no recordaba oración alguna, fue ayudado con un "Yo pecador", y, según aquel hombre, sintió alivio en la plegaria.

“¡Que subáis al camión!”, les ordenaron. Y los condenados subieron. ¿Qué otra cosa podían hacer? El vehículo arrancó. Tomó un camino angosto, probablemente lleno de baches. En las noches de agosto, el mundo es casi mudo. Frena. Acelera. Frena. Finalmente se detiene junto a unos olivos.

“¡Que bajéis!”, gritan. Y los condenados bajan. Porque la obediencia del que va a morir es el último acto humano que le permiten.

No sabemos si era noche cerrada o si ya clareaba. Si la oscuridad obligó a encender los faros o si la luz bastaba para distinguir los bultos. Lo cierto es que allí, junto a aquellos árboles mudos, terminó la vida de Federico. Según testigos indirectos, lo remataron de un tiro en la nuca. Se resistía. El muy cabrón se resistía a morir. Porque hay quien se aferra a la vida incluso cuando le han quitado todo, menos el miedo.

Los verdugos regresaron a Granada. ¿Con prisa? ¿Sin ella? Dejaron tras de sí cuatro cuerpos y un charco de sangre sobre la tierra caliente. Luego vinieron los enterradores. No hubo ceremonia. Ni respeto. Un agujero en la tierra, lo justo para contener cuatro cadáveres, uno sobre otro. Y encima, la vergüenza tapada apenas con la tierra mínima.

No. No fue el azar. No fue un error. La muerte de Lorca –como la de tantos– fue la ejecución de una consigna: borrar a quienes representaban otra España, moderna, libre, sensible, igualitaria. Matar su voz, su belleza, su risa. El poeta, el maestro, los obreros anarquistas. No eran enemigos, eran símbolos. Y por eso los mataron.

La España eterna, decían. Pero era la España del miedo, la que prefirió la sombra al canto.

Hoy, cuando se cumplen casi 70 años de aquella madrugada, el eco del disparo aún resuena. No como un trueno, sino como un susurro que no se deja enterrar.


Si muero,
dejad el balcón abierto .

El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)

El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento.)

¡Si muero,
dejad el balcón abierto

17.8.06

Ha "cascado" Stroessner.

Ha fallecido a los 94 años Alfredo Stroessner, ex dictador paraguayo, célebre por una larga lista de "méritos" que, en cualquier universo paralelo decente, lo habrían inhabilitado para vivir siquiera en comunidad. Entre sus más sonadas aportaciones al mundo figura el haber dado cobijo durante años al carnicero de Auschwitz, el doctor Joseph Mengele, símbolo máximo del sadismo con bata blanca. Ya hablé de sus tropelías hace un tiempo, al leer una biografía que, por momentos, parecía más una novela de terror que un documento histórico.

Y yo me pregunto, en este mundo donde todo parece tener una lógica perversa: ¿ser un asesino, represor y corrupto garantiza una longevidad envidiable? Stroessner no ha sido el único. También tenemos a Pinochet, que logró sortear los tribunales de medio planeta gracias a su "delicado estado de salud", mientras seguía contando billetes y dando paseos con sombrero.

Y vuelvo a preguntarme, con un punto de sarcasmo casi teológico: si están tan malitos, si tan frágiles y moribundos se declaran en cada juicio... ¿por qué no se los lleva de una vez su santo señor para evitarles tanto sufrimiento? ¿Dónde está ese rayo vengador que prometían los púlpitos para los malvados?

En fin. Que descanse. O mejor dicho, que cada cual descanse donde y como le corresponda, según su biografía. Porque hay vidas que pesan más que mil cadenas.

16.8.06

Poseidón.

Acabo de ver Poseidón, y lo cierto es que, apenas finalizados los créditos, aún no he terminado de digerirla del todo. Me ha dejado una sensación un tanto ambigua, como esas películas que entretienen sin entusiasmar, que cumplen sin brillar.

No es una mala película, ni mucho menos. De hecho, se agradece su metraje contenido, alejado del abuso narrativo que suele aquejar a muchas producciones actuales del género. Poseidón no busca grandes alardes ni construcciones épicas a lo El día de mañana, ni pretende aleccionar sobre catástrofes de escala global. Su apuesta es más íntima, si se puede decir eso de un trasatlántico volcado por una ola monstruosa. La historia se centra en un grupo reducido de supervivientes y en las ingeniosas (y a veces forzadas) peripecias que emprenden para escapar del naufragio.

Lo que quizás más se le pueda reprochar es su falta de alma, esa chispa que convierte una película de acción en una experiencia memorable. No hay tensión emocional sostenida, ni personajes cuya suerte realmente conmueva. La típica relación entre padre e hija, por ejemplo, aporta el inevitable toque sensiblero, pero sin calar demasiado hondo.

En cuanto al reparto, se puede decir que es lo más solvente del film. Josh Lucas cumple y resulta carismático; Kurt Russell, como siempre, se interpreta a sí mismo, pero en el papel de exalcalde neoyorquino encuentra un equilibrio interesante entre heroicidad y vulnerabilidad. Y, personalmente, me ha resultado entrañable volver a ver a Richard Dreyfuss en pantalla, aunque sea en un rol secundario, más funcional que esencial.

Conviene aclarar que Poseidón no es un remake en el sentido estricto de La aventura del Poseidón (1972), sino más bien una reinterpretación moderna del mismo concepto: un buque de lujo que es víctima de una ola gigantesca y del caos posterior. Más que un homenaje, es una puesta al día con efectos visuales actualizados y un enfoque menos coral y más dinámico.

En resumen, una película correcta para pasar el rato. No desentona, no aburre, no molesta. Pero tampoco emociona ni deja poso. Una de esas producciones hechas con solvencia técnica, pero con el piloto automático narrativo bien ajustado. Entretenida, sí, pero olvidable.



15.8.06

Una reflexión.


En este mundo tan matraca de cagar nadie se escapa, caga el buey, caga la vaca, caga tambien el papa,y hasta la mujer mas guapa se echa su kilo de caca.

13.8.06

Homenaje a la Reina del espectáculo.

10.8.06

Arde Galicia

Más de cien incendios forestales se han declarado a lo largo y ancho de Galicia, dejando un paisaje desolador: miles de hectáreas de bosque arrasadas, pueblos cercados por las llamas, fauna muerta, familias evacuadas y, lo más trágico, tres vidas humanas perdidas.

Según las autoridades, la mayoría de los focos han sido provocados, y hasta el momento, la Guardia Civil ha detenido a cuatro personas como presuntos responsables de esta ola de incendios, que ya figura entre las peores de los últimos años. 

Las investigaciones siguen abiertas, pero todo apunta a que los autores de estos incendios no actúan por accidente. Los perfiles van desde individuos movidos por rencillas personales o conflictos vecinales, hasta posibles miembros de redes organizadas que, según hipótesis recurrentes, podrían tener vínculos con intereses urbanísticos o de recalificación de terrenos. Aunque estas conexiones no siempre se prueban, es imposible ignorar la sospecha cuando los mismos parajes acaban convertidos en solares, accesos o cultivos industriales unos años después.

Por otro lado, todavía subsisten costumbres rurales peligrosas, como la quema de rastrojos o pastos sin autorización ni control, prácticas que, en condiciones climáticas extremas como las actuales —altas temperaturas, viento seco y falta de humedad—, se convierten en auténticas bombas de relojería.

Los delitos relacionados con incendios forestales están tipificados en los artículos 352 a 358 del Código Penal, y pueden conllevar penas de hasta 20 años de prisión si hay peligro para la vida de las personas o se producen muertes, como ha sido el caso. La colaboración ciudadana, las imágenes de satélite y las pruebas periciales serán clave para identificar a los responsables y llevarlos ante la justicia.

En medio del desastre, como ya es costumbre, algunos partidos se han apresurado a exigir responsabilidades políticas. Desde el PP, por ejemplo, se ha pedido una explicación al Gobierno central, mientras en las comunidades autónomas los discursos oscilan entre la crítica cruzada y el escaqueo. El problema de fondo, sin embargo, no es solo de siglas, sino de modelo: falta de prevención, abandono del medio rural, falta de medios técnicos y humanos, planificación ineficaz y décadas de políticas forestales mal enfocadas.

Más allá de cifras y culpables, lo que arde en Galicia es también el legado de generaciones: bosques autóctonos, tierras comunales, biodiversidad, patrimonio natural, calidad del aire, seguridad de aldeas y ciudades. Quien prende fuego a un monte no solo mata árboles; hiere el futuro de sus hijos y de los hijos de sus vecinos, en un acto de barbarie que debería escandalizar a toda la sociedad.

Lo que sucede en Galicia (y en otras regiones como Asturias, León o el norte de Portugal) no es solo una catástrofe natural, sino un síntoma crónico de problemas estructurales: despoblación, falta de vigilancia, impunidad, legislación insuficiente y, sobre todo, una cultura de impunidad ante el fuego que sigue vigente en algunas zonas.

La respuesta no puede limitarse a apagar llamas cada verano. Hace falta una política forestal real, una justicia que actúe con firmeza, y una ciudadanía que no normalice lo inaceptable.

8.8.06

Javier Castillejo.

Me gusta el boxeo. Y no me avergüenzo de ello.

He de admitirlo, aunque suene a declaración de un placer culpable: me gusta el boxeo. Me ha gustado desde siempre, a pesar de la eterna censura mediática que ha sufrido —y sigue sufriendo— en este país. Un deporte noble, duro, teatral y humano como pocos, arrinconado sistemáticamente por quienes deciden qué entra en la agenda deportiva y qué no.

Hubo una época, un cortito paréntesis entre finales de los 80 y principios de los 90, en la que parecía que el boxeo iba a resucitar de su largo ostracismo. Algunos recordarán aquellas madrugadas míticas, en las que los más noctámbulos (o los más fanáticos) nos quedábamos pegados al televisor para ver en directo los combates de Mike Tyson. Duraban poco, es verdad —con suerte, un par de asaltos—, pero eran minutos de tensión eléctrica, pura explosión física y expectación mundial. Tyson era un fenómeno que no necesitaba presentación, ni traducción: era el boxeo encarnado en furia.

En el panorama nacional, durante ese mismo periodo, tuvimos también un conato de renacimiento con Poli Díaz, el Potro de Vallecas. Carisma de barrio, pegada, chulería y un récord que lo llevaba directo al estrellato. Pero mejor no comentar lo que vino después. Lo que pudo haber sido y no fue. El drama de muchos talentos que no supieron esquivar el peor de los golpes: el que viene de uno mismo.

Y sin embargo, hay casos que merecen aplauso eterno. Como el de Javier Castillejo, el Lince de Parla. Un tipo hecho a sí mismo, sin alardes, sin focos, sin padrinos. A sus 38 años, se coronó campeón del mundo del peso medio según la AMB al derrotar por KOT al alemán Felix Sturm. Eso lo convirtió en el primer boxeador español en la historia en proclamarse campeón mundial en dos categorías distintas. Casi nada. Y, sin embargo, ni puñetero caso.

La repercusión mediática fue mínima, casi anecdótica. Apenas una reseña, alguna mención tardía. Y uno no puede evitar sentir rabia. Porque lo de Castillejo no es solo una hazaña deportiva: es la historia de un hombre que a base de constancia, trabajo y humildad llegó a lo más alto. Un deportista que merece estar en el Olimpo de los grandes de España, junto a nombres como Nadal, Induráin o Gasol. Pero no. Aquí preferimos abrir los informativos deportivos con las giras veraniegas de los todopoderosos del fútbol o con las aventuras de Fernando Alonso y su urinario portátil.

Y así somos. Un país que adora el espectáculo, pero teme a la sangre. Que aplaude las metáforas bélicas del fútbol (“goleada”, “asalto”, “batalla”) pero no soporta el deporte que mejor ha reflejado la lucha de clases, la superación del marginado, la belleza salvaje de dos cuerpos midiéndose sin excusas. El boxeo no encaja. Es demasiado real.

Pero algunos seguimos ahí, en nuestra esquina neutral, escuchando la campana, esperando el siguiente asalto. Porque el ring, como la vida, no es para los que no reciben golpes, sino para los que saben levantarse una y otra vez.


7.8.06

Madrid en Agosto

Volver a Madrid en plan turista, de manera ociosa, sin prisas ni preocupaciones, sin que te importe que la mitad de las líneas del metro estén cortadas y en pleno mes de agosto, ha tenido cierto aire nostálgico.
No por echar de menos aquellos días —todo lo contrario—, sino por volver desde otro lugar, desde otra vida, y mirar la ciudad a través de un cristal teñido de un color muy distinto al de entonces.

Pasear por Malasaña, por las calles de El Barco, Corredera Baja de San Pablo, la plaza de San Ildefonso, Santa Bárbara o Colón, ha tenido su encanto. Y algo más: una especie de satisfacción tranquila al comprobar que algunos tenderos, camareros, guardias de seguridad y hasta algún que otro habitual del barrio aún se acuerdan de “el Extremeño”.

4.8.06

Odio

Hoy llevo toda la mañana canturreando esta sincera y apropiada canción de Revolver.....Odio la ensalada de verano y las luces amarillas que alumbran el extrarradio No soporto las tulipas de las lámparas que anidan en las mesitas de noche en cada cuarto Odio las neveras donde nunca hay nada aparte agua del grifo en botellas de cocacola No soporto a la gentuza que tiene perro en invierno y en verano va a la calle porque sobra Odio a los violentos que golpean encubiertos por la ley a sus familias en sus casas No soporto los mosquitos ni las ratas y el olor a sucio del que no se lava Odio al que se juega sin escrúpulo ninguno su sueldo en una máquina del bar No soporto a los que acuden los domingos a la iglesia y luego el lunes son peor que Satanás No me gustan las cadenas ni los lazos no me gustan las fronteras ni visados No me gustan los anzuelos ni las balas ni la ley sin la justicia en el que manda Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Y aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón No soporto a los que dicen la letra con sangre entra con la sangre yo no pienso negociar Odio a los torturadores pistoleros y asesinos les deseo cien años de soledad No soporto a los que hablan siempre a gritos por el móvil nada más aterrizar el avión Odio a los gallitos de gimnasio porque siempre desprecian mi sudor No me gusta que me obliguen sin brindarme explicaciones de porqué si o porqué no No me gusta ni que humillen a los toros ni la caza con hurón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Y aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón No soporto a los ases del volante que a volar a dos cuarenta le llaman su factor riesgo Me parecen reprimidos y egoístas porque exponen mi pellejo y tu pellejo No soporto a los perros de la guerra porque se corren disparando su cañón Odio a los discjockeys asesinos porque siempre me joden la canción No me gustan las cadenas ni los lazos no me gustan las fronteras ni visados No me gustan los anzuelos ni las balas ni la ley sin la justicia en el que manda Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón Qué le voy a hacer si con razón o sin razón Y aunque tú me des la vuelta tengo el mismo corazón.........

1.8.06

Preocupa la salud de Fidel

Saltan las alarmas: Fidel Castro delega temporalmente sus funciones al frente del gobierno cubano por razones de salud.
La noticia recorre el mundo como un reguero de pólvora, y en Miami, bastión histórico del exilio cubano, la reacción no se hace esperar: caravanas de coches, banderas ondeando, bocinazos y gritos de júbilo como si la selección nacional acabara de ganar el Mundial. Para muchos allí, este anuncio suena a preludio del fin. Pero como tantas veces en la historia cubana, la realidad es más compleja y menos inmediata.

Mientras en la Pequeña Habana se descorchan botellas, en la isla el aparato político se mantiene firme. El espíritu de la Revolución, guste o no, sigue latiendo, con sus luces y sombras, con sus mitos y contradicciones, y sobre todo, con una obstinada capacidad de supervivencia que ha sabido desafiar bloqueos, crisis económicas, aislamiento diplomático y todo tipo de presagios internacionales.

¿Molesta eso en Washington? Por supuesto. Porque más allá del desgaste del régimen o de las críticas legítimas, Cuba representa un símbolo incómodo: un pequeño país, con un enorme foco ideológico, que durante décadas ha resistido a la primera potencia mundial a escasos 150 kilómetros de distancia. Y eso, por más que les pese, sigue siendo un puñal clavado en el orgullo estadounidense.

Así que, mientras unos celebran lo que creen que será el principio del fin, otros —en la isla o en otras partes del mundo— observan con escepticismo, sin olvidarse de que Cuba lleva más de medio siglo desmintiendo pronósticos.

Y mientras tanto, estrépito de andamios, pateras y naufragios, desvelan nuestro sueño. Y mientras tanto, si hoy se cae La Habana, ¿el día de mañana quién será nuestro dueño?
Así yo canto para recordar que sigues a mi lado, que aún sueñas despierta porque así vencemos el cansancio. Así yo canto para recordar que aún seguimos vivos, si no ves más allá de tu horizonte estaremos perdidos.

21.7.06

Tour de Francia

Días que arrastran consigo los ecos de otros veranos, de otras juventudes, de aquellas inquietudes que se moldeaban al ritmo pausado del helicóptero sobrevolando verdes praderas y colosos alpinos. Las etapas del Tour no son solo deporte; son retales de memoria, aromas de siesta sacrificada, de ventiladores perezosos y voces graves narrando gestas en tardes que se derretían al sol.

Este año, a priori, nada hacía presagiar la emoción, la tensión, casi el drama clásico que se ha instalado en esta edición de la gran ronda francesa. Y sin embargo, contra todo pronóstico, a dos días del final aún quedaban dos españoles con opciones reales de escribir su nombre junto a los elegidos: Pereiro y Sastre, dos hombres forjados en el esfuerzo, la montaña y la perseverancia. Nadie lo habría imaginado al inicio, pero ahí estaban, en la cúspide de la expectativa nacional, rozando la gloria con la yema de los dedos.

Pero siempre hay un pero. El ciclismo —como la vida— no se rige por méritos acumulados, sino por la capacidad de resistir en el momento preciso, por la templanza cuando otros se desgarran. Ayer fue una de esas etapas infernales, de las que forjan leyenda, de las que se recordarán con esa mezcla de admiración y amargura. Y, de nuevo, fue un americano el que, como una sombra implacable, amenazó con arrebatar a nuestros corredores ese paseo soñado por los Campos Elíseos.

Aún queda la contrarreloj de mañana. Y aunque el corazón no se resigna, la razón ya empieza a dictar sentencia: difícilmente veremos a un español en lo más alto del podio. Ojalá me equivoque. Ojalá el ciclismo nos regale una última sorpresa.

Pero más allá del resultado final, queda la ilusión recobrada, el noble gesto de quienes nos han devuelto, al menos por unos días, la pasión por este deporte que tantas alegrías y desengaños nos ha dado. Y sí, volvimos a renunciar a la siesta, a ese sopor sagrado de julio, para dejarnos llevar por la épica. Por la bicicleta. Por el Tour.



18.7.06

70 Aniversario del golpe de estado fascista

Setenta años después del estallido de la Guerra Civil, aún hay quienes consideran legítimo —e incluso necesario— el golpe de Estado militar que, en julio de 1936, quebró el orden constitucional de la Segunda República y sumió a España en un conflicto fratricida cuyas heridas, en muchos casos, siguen sin cicatrizar del todo. Tal vez olviden —o prefieran olvidar— las trágicas consecuencias que derivaron de aquel alzamiento: la brutal represión, el exilio forzado de cientos de miles de ciudadanos, la instauración de una dictadura férrea que sofocó durante casi cuatro décadas las libertades más elementales y mantuvo a España anclada en un letargo político, económico y cultural.

Recientemente, el Parlamento Europeo —en una declaración sin precedentes— ha condenado de manera explícita el golpe de Estado fascista que aupó al poder al general Francisco Franco, subrayando la necesidad de que el Estado español asuma «la carga plena de su pasado». Esta resolución, respaldada por todas las fuerzas políticas europeas con la única excepción del Partido Popular español, no sólo constituye un acto simbólico de justicia histórica, sino también un llamamiento a la memoria y a la responsabilidad democrática.

El texto recuerda la dureza de la posguerra, un periodo en el que, lejos de propiciar reconciliación, se intentó erradicar al enemigo mediante una represión sistemática, institucionalizada y sin paliativos. También lamenta que, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidiera no incluir al régimen franquista en su política de aislamiento de las dictaduras europeas, legitimando así de forma indirecta su permanencia y frenando el retorno de la democracia a España.

Más allá del valor testimonial, la declaración incide en una idea fundamental: no es posible construir un futuro plenamente democrático sin mirar de frente al pasado. No basta con enterrar la historia bajo una losa de silencio: es preciso recordar, asumir responsabilidades, condenar críticamente a los responsables de los atropellos y rendir homenaje a quienes lucharon por las libertades, padecieron persecución o murieron defendiendo la legalidad republicana. A ellos debemos el resurgir democrático y el regreso de España al concierto europeo como nación libre y plural.

En tiempos de revisionismos interesados y de creciente desmemoria, este tipo de gestos institucionales son más necesarios que nunca. Porque, como advirtió el historiador Tzvetan Todorov, "la memoria del pasado es también una forma de justicia en el presente".


14.7.06

Comentario de Supermán Returns.

Bryan Singer se enfrentaba a un desafío titánico: revivir a un icono del celuloide que llevaba años relegado a la nostalgia. Con una apuesta valiente, decidió sumergirse en las aguas conocidas de “Superman II”, continuando una historia que parecía ya cerrada, pero que aún guardaba secretos bajo su superficie. Su elección de retomar el legado de Richard Donner es casi un acto de amor al cine clásico de superhéroes, una evocación de ese estilo y atmósfera que cautivó a generaciones enteras. Para los espectadores que vieron a Superman volar hace casi tres décadas, esta película es un espejo que refleja un mito familiar; para los espectadores modernos, sin embargo, puede sentirse como un relicario de otra época, con sus ritmos pausados y su mirada introspectiva.

Singer opta por ralentizar el pulso frenético que domina hoy el género para explorar las grietas internas del hombre bajo la capa. Más que en el choque de puños o los efectos visuales deslumbrantes, la película se detiene en la batalla más humana: la búsqueda de identidad, el conflicto entre el deber y el deseo, la soledad del héroe en un mundo que ha cambiado demasiado rápido. La cámara sigue a Superman mientras busca reencontrar su lugar en la tierra, y en esos momentos, la emoción aflora con la sutileza de una brisa que apenas roza el rostro del espectador.

La acción, aunque impecablemente coreografiada y técnicamente deslumbrante, cede protagonismo a la intimidad de escenas que permanecen en la retina. El plano en el que Superman surca el cielo nocturno, sosteniendo a Lois Lane en sus brazos, se convierte en una imagen emblemática que trasciende el género: un gesto de ternura y protección que detiene el tiempo y revela el corazón latente bajo la armadura del superhéroe.

Para el espectador que se adentra en esta narración con la mente abierta, dispuesto a dejarse llevar más allá del estallido visual, “Superman Returns” ofrece una revitalización digna del mito. Bryan Singer, junto a los guionistas Michael Dougherty y Dan Harris, han tejido una nueva tela en el tapiz del Hombre de Acero, respetando sus raíces y adaptándolo con destreza al lenguaje del siglo XXI.

Superman renace no solo como un símbolo de poder, sino como un reflejo de nuestras propias dudas y anhelos, listo para volar una vez más sobre un firmamento cinematográfico cada vez más saturado. Y eso, en estos tiempos, es un acto de heroísmo en sí mismo.



12.7.06

El regreso de Supermán

Casi veinte años han transcurrido desde la última entrega de la icónica saga protagonizada por Christopher Reeve, y ahora el Hombre de Acero regresa para, una vez más, afrontar la titánica tarea de salvar al planeta Tierra de toda adversidad. Al momento de escribir estas líneas, aún no he tenido la ocasión de contemplar esta nueva versión cinematográfica, pero debo confesar que la expectación que siento es comparable a la que me embargaba cuando, en su día, asistí al estreno de aquellas ya clásicas y emblemáticas películas.

Por supuesto, en el papel principal ya no podemos contar con la presencia inigualable de Christopher Reeve, cuya valentía y heroísmo trascendieron con creces la pantalla y se manifestaron con aún mayor nobleza en los años finales de su vida, convirtiéndolo en una figura emblemática más allá de la ficción. En su lugar, Brandon Routh, actor hasta ahora relativamente desconocido, asume el manto de este personaje mitológico, replicando así el fenómeno que en su momento supuso Reeve para una generación entera.

La saga original de Superman no fue simplemente un conjunto de películas de entretenimiento, sino que se erigió como un fenómeno cultural que definió un paradigma dentro del cine de superhéroes y, por extensión, en la cultura popular global. Desde su primer estreno en 1978, estas películas capturaron la imaginación de millones, ofreciendo no solo efectos especiales pioneros para su época, sino también una narrativa profundamente simbólica en torno a la figura del héroe. Superman, con su doble identidad como Clark Kent, encarnaba el ideal de la nobleza, la justicia y la esperanza, valores universales que resonaban en un mundo marcado por la Guerra Fría, la incertidumbre política y los profundos cambios sociales.

Este personaje, nacido en las páginas de los cómics en la década de 1930, fue elevado a un icono casi mitológico a través del cine, transformándose en un símbolo arquetípico del héroe moderno. La dualidad entre el hombre común y el ser extraordinario reflejaba las tensiones y aspiraciones de la sociedad contemporánea, al tiempo que ofrecía una vía de escape y un modelo de conducta idealizado. La saga de Reeve cristalizó ese ideal, mostrando que la verdadera fortaleza reside no solo en los poderes físicos, sino en la integridad moral y el compromiso con el bien común.

Con la llegada del nuevo milenio, el mito del superhéroe comenzó a evolucionar para adaptarse a una sociedad más compleja y plural. La tecnología digital revolucionó el lenguaje cinematográfico, permitiendo recrear mundos y personajes con un realismo antes inimaginable. Así, el Superman contemporáneo se enfrenta a desafíos no solo externos sino también internos, en un contexto donde la oscuridad, la ambigüedad moral y la fragilidad humana adquieren mayor protagonismo.

Esta nueva etapa del cine de superhéroes, que incluye la reinvención del Hombre de Acero, refleja una sensibilidad distinta, más acorde con un público acostumbrado a narrativas complejas y a héroes imperfectos. No obstante, la esencia arquetípica persiste, pues la necesidad de héroes que encarnen la esperanza y el idealismo sigue siendo una constante en la cultura global.

Así pues, aunque la nueva película incorpora los avances técnicos y narrativos del siglo XXI, el regreso de Superman invita a una reflexión sobre la perdurabilidad de los mitos y su capacidad para reinventarse sin perder su núcleo esencial. En un mundo saturado de imágenes y mensajes, la figura del Hombre de Acero continúa siendo un faro que ilumina, a su modo, las ansias humanas de justicia, valentía y redención.

Ni Lex Luthor ni la kriptonita más letal lograrán doblegar, en esta ocasión tampoco, el espíritu indómito de Superman, símbolo eterno de un ideal que trasciende épocas y generaciones.


5.7.06

A mi Méndez

Personaje emblemático, controvertido, polémico, curioso, querido, odiado, paradójico, contradictorio, y quizá hasta un poco ectoplasmático, que para eso le gusta sorprender. Podría ponerle mil etiquetas a mi amigo y compañero Paco Méndez: “el Méndez”, “la guarrucia”, “Pier Luiggi”… Como buen personaje con más vidas que un gato, tiene detractores y seguidores a partes iguales. Los detractores, claro, son esos pobres incautos que no entienden su filosofía de vida, su “walk of life” — que básicamente consiste en ir a su ritmo, cuando le da la gana y con una caña en la mano —, sus exabruptos que a veces parecen sacados de un guion de Woody Allen en modo gamberro, y otras, más cercanos al surrealismo Faemino y Cansado.

Eterno cabreo con patas que, sorprendentemente, nos alegra las mañanas grises, ocre y aburridas, como si fuera un café cargado de ironía. Su voz, dulce y aterciopelada, es comparable a la de un ángel caído… especialmente después de un viernes de fiesta que él mismo califica de “de órdago”. Su mirada, profunda y seductora, destila esa virilidad ibérica forjada en cientos de batallas, algunas ganadas, otras perdidas, y muchas otras ni siquiera empezadas. Paco es un romántico defensor de las tradiciones más arraigadas, como el arte milenario del “chateo”, que para él no es mandar mensajes sino sentarse a tomar unos chatos de vino en la tasca más cutre y con más solera del barrio.

Y por si fuera poco, es del Atlético de Madrid. O eso dice. Porque últimamente el único himno que se le ha oído entonar es el del Barcelona, pero bueno, detalles sin importancia.

Así es Paco Méndez: “asina”, con todas sus letras y sin pedir perdón.

Un día, Paco Méndez se murió. Y como para que le aceptaran en el infierno había que pasar un examen de paciencia, se ve que hasta allí le dijeron: “Mira, Paco, gracias pero no, que aquí ya estamos llenos”. Y así es cómo un tipo como él consiguió que ni las puertas del averno quisieran abrirse.